¿Para qué sirve el periodismo científico?

Una historia de genética, horror y derechos humanos

Javier Salas
4 min readSep 13, 2015
La genetista Mary-Claire King. / WORLD SCIENCE FESTIVAL

Cuando uno es padre se vuelve especialmente sensible a las historias en las que niñas y niños pequeños sufren o en las que sus madres y padres sufren por ellos tras perderlos, por no poder darles lo que necesitan, cuando saben que padecen algún mal. Por eso, todo lo que tiene que ver con la apropiación de bebés durante la dictadura argentina me provoca un doloroso nudo en el estómago. Criaturas arrancadas de los brazos de sus madres justo antes de matarlas, y entregadas a las familias de los represores.

En el año 85 exhuman el cuerpo de Laura, mi hija, porque yo le pedí a la Justicia exhumarla. (…) La exhumación se hizo en el cementerio y ante mi presencia. Fue como un acto sagrado, lo hicieron con una delicadeza notable. Y Clyde Snow [antropólogo forense], teniendo en la mano unos huesitos de Laura, me llamó aparte y me dijo: “Estela, tú eres abuela”.

Así cuenta Estela Carlotto (PDF), presidenta de la Abuelas de la Plaza de Mayo, cómo confirmó que tenía un nieto. La gente normal invita a cenar a sus padres para contarles que serán abuelos; Laura tuvo que contárselo a Estela con la ayuda de un forense, con sus huesos llenos de tierra. Hace un año, Estela Carlotto recuperó a su nieto robado. Pero hubo un tiempo en que parecía seguro que la dictadura ganaría la partida, un tiempo en que aquellas mujeres no contaban con herramientas para demostrar que un niño era su nieto. Hasta que intervino la ciencia, para reivindicarse como una instrumento para fortalecer la defensa de los derechos humanos.

Es lo que cuento en este reportaje, el periplo científico y cívico que logró tumbar los siniestros planes de los criminales. La figura clave fue la genetista Mary-Claire King, a la que contacté para que me ayudara a contar esa historia. Esta mujer, que identificó los genes responsables del cáncer de mama y que descubrió que somos chimpancés al 99%, desarrolló todo un campo de la genética para ayudar a estas Abuelas a localizar a sus nietas y nietos. Ella misma reconoce que se implicó en esa difícil tarea porque su hija tenía la edad de los nietos apropiados por estos monstruos. King y un importante equipo de científicos convirtieron la genética en la respuesta que buscaban las Abuelas: los bebés regresarían con sus familias, aunque lo hicieran peinando canas, como en el caso del nieto de Carlotto.

Hace dos días, escribí un email a King para anunciarle que el reportaje se publicaría el domingo y para darle las gracias por su ayuda. Me respondió con dos frases: “Gracias a ti por mantener a las Abuelas en la conciencia pública. El periodismo científico fue un aliado esencial en este trabajo”. Lógicamente, le respondí interesado por esa idea. Y King se explicó:

Específicamente, lo que la prensa científica hizo fue dejar muy claro lo que las pruebas genéticas podrían ofrecer como evidencia a favor o en contra del parentesco. Esto fue muy al comienzo de las pruebas genéticas, antes de que el ADN estuviera involucrado, y más tarde con las primeras aplicaciones de la secuenciación del ADN mitocondrial [este episodio se desarrolla en el reportaje]. La claridad con la que se explicó la ciencia hizo imposible que los militares convencieran a los jueces de que estábamos practicando vudú (ese fue el término que usaron para referirse a las pruebas genéticas cuando llevamos los primeros casos a los tribunales). Este buen periodismo científico vino de España, de Francia, de México, de Canadá y de EEUU.

El desarrollo científico que King realizó en Argentina se ha usado para defender los derechos humanos por todo el planeta, recuperando cadáveres y reconociendo víctimas de salvajadas desde los Balcanes hasta Ruanda. Cuando comencé a trabajar en este reportaje sobre la ciencia de las Abuelas, me interesaba la idea de que una ciencia tan controvertida como la genética, usada para el mal más absoluto durante décadas, se reivindicara de un modo tan ejemplar, para combatir crímenes de lesa humanidad, para que niños y niñas volvieran a estar con los suyos. Lo que no imaginaba es que el trabajo de la prensa científica, al explicar bien clarito los avances de la ciencia, pudiera ayudar a derrotar a todos aquellos grandísimos hijos de perra. Brindo por los compañeros que lo hicieron en su día y por los que volverán a hacerlo en el futuro. No se me ocurre un logro mayor al que se pueda aspirar en mi profesión.

La ciencia no puede, no debe desarrollarse a espaldas de la sociedad y sus problemas. Los periodistas científicos no podemos, no debemos hablar sobre sus avances olvidando el mundo en el que se desarrolla.

Si quieren saber más sobre este asunto, no pueden perderse la magnífica serie que emitió la televisión pública argentina, llamada 99,99% La ciencia de las Abuelas. Se trata de un trabajo televisivo sensacional, en el que la conmovedora expresividad de Leonardo Sbaraglia nos guía por este episodio a la vez tan tenebroso y esperanzador. La serie, preciosa y educativa, ha estrenado este año su segunda temporada; en total, ocho capítulos de divulgación científica, memoria histórica, defensa de los derechos humanos y muchas, muchas emociones. Mejor no comparamos con España.

Ya no puedo escuchar la sintonía de esta serie, las palabras de Sbaraglia, sin emocionarme pensando en la dignidad de sus protagonistas, en la entereza de las Abuelas.

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