Tus palabras escritas
El día que te fijas en alguien, tus palabras pasan a ser para esa persona. Dejas de escribir para el mundo o el mundo es ahora esa persona. Se ha creado un escenario nuevo, con decorados oníricos que salpican a todos los personajes de un relato aún por desarrollar. No es el que imagináis ahora, ni el de esa persona ni el tuyo. Es la obra póstuma de quien eras antes.
El primer mensaje aparece como una revelación. Tal vez ya conocieras a esa persona, pero ese mensaje en forma de revelación es el primero. No sabes qué es, no hay una regla establecida por la que digas que esa persona es ahora el centro de tu atención. Pero lo es. Y tratas de devolver el golpe. Y lo consigues, pues esa persona responde. Y tú, y esa persona… ¡Hala! ¡Palabras, y venga palabras! Vives y sueñas para ese galimatías en el que os vais precipitando. Acabáis de empezar a fijar palabras en la otra persona. Tus palabras son para esa persona; las suyas, aún no lo sabes, pero lo intuyes. El encadenamiento puede empezar por las palabras, temes. O esperas, ¡vete a saber qué es lo que quieres!
Se intercalan silencios con palabras, incógnitas con pensamientos. No sabes si esa persona padece similar incertidumbre intermitente. Supones o quieres suponer que le interesa lo que le cuentas, porque lees entusiasmado lo que te llega. Y te llega todo. Son opiniones que confluyen hasta el momento. Como si te da por consultar un tratado de hemocinética, como si le da por recitarte a Bécquer; tomas impulso y te echas a la carretera del texto. Sigues redactando la sentencia judicial, el atestado de tráfico, el informe de ventas, el examen que vas a poner a tus alumnos, el artículo para The Lancet, la letra de la melodía que guardas en la cabeza… Todo, absolutamente todo, tiene el toque de esa persona: de lo que te ha escrito y de lo que te va a escribir. Trazan o teclean letras tus manos, poseídas por respuestas que aún no conocen preguntas. Es el diálogo constante de la correspondencia matemática, entre el conjunto de ti y el conjunto de esa persona.
Y no te importe que sea correspondencia uno a uno; tanto valen tres mensajes que quince. ¡Como si es correspondencia ordinaria y llega la carta de Pernambuco! En cada envío hay un hasta luego o un mañana más; nada temes, acaso esto: ¡vete a saber qué es lo que quieres! Pero sigues construyendo. Y en cada planta del edificio olvidas mirar hacia abajo, pues sigues sintiéndote en las nubes. Siempre arriba. Solo el vértigo de la experiencia te impide ir más deprisa.
Ya nada es cuestión de tiempo, en realidad.
La variable temporal parece acortarse cuando la correspondencia ordinaria languidece relevada por el WhatsApp. Oscuros tiempos para saborear textos amplios, te dices, mientras sonríes releyendo la conversación que mantuvisteis anoche. Es verdad, ya no se escriben cartas de amor. O quizá te valga esta. De momento, siempre de momento, mientras espero tus palabras escritas.