Universo nº 27.

Victoria
5 min readFeb 22, 2015

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He estado a punto de morir muchas veces cada día y al mismo tiempo he muerto todas y cada una de ellas.

La teoría de los universos paralelos establece que por cada decisión, acto o hecho que ocurre en este preciso momento en este plano, toda la innumerable variedad de posibilidades que ofrece cada uno de ellos tiene lugar: cada variante ocurre en su respectiva realidad. Así, aquel coche que estuvo a punto de atropellarme una mañana de otoño, de hecho lo hizo en otro universo y aquel día morí en aquella realidad.

El resbalón en la ducha, el cuchillo que se escurre de las manos, el traspiés en la escalera, cada nuevo latido del corazón, cada respiración que no se corta, cada segundo en el que la sangre llega al cerebro para aportarle oxígeno correctamente… Todas ellas son nuevas oportunidades.

Por eso, cada vez que evito la muerte y escapo del Agente J-13 intento encontrar un momento de paz para disfrutar del hecho de estar viva.

En los últimos meses he salido de arenas movedizas, me he dejado las yemas de los dedos sujetándome para no caer por un precipicio, he cavado una guarida en nieve púrpura para evitar la congelación, me he librado en el último momento de una horda de gnomos vampiros, he cruzado un río de lava verde colgada de una cuerda, he escapado de una avalancha de cocos y de ser descuartizada por un helecho. Todas ellas situaciones creadas por la naturaleza local o dadas por la evolución de las circunstancias. Aparte de esas “aventuras”, en pocos universos pude tener un descanso y una estancia sin sobresaltos, y por eso me dedico a disfrutarlos al máximo cuando me topo con uno. En el resto, el Agente J-13 me tendió varias trampas para matarme en todas las ocasiones en las que dio conmigo.
La primera vez peleamos a muerte con cuchillos y pude escabullirme en el forcejeo; la segunda, me dejó a merced de un poblado de come-rubias, pero me libré cuando les convencí de que existe un compuesto capaz de cambiar el color del cabello llamado “tinte” y de que lo había utilizado en mi pelo. Aproveché el calor de la discusión en la que se enzarzaron para huir. Si hubiesen analizado uno de mis cabellos, habrían descubierto mi mentira y habría terminado en su tlogbea: un ataúd de bambú que entierran en una cavidad rocosa a la que prenden fuego durante toda una noche en la cual realizan una fiesta ritual (por lo visto las rubias no son muy frecuentes en su sociedad, afortundamente para nosotras). Al final, el cuerpo horneado se reparte para el disfrute de los dretguidas, como se llaman a sí mismos.
La tercera vez me abandonó en una gruta para que la subida de la marea me ahogase. Por suerte, soy buena nadadora y buceé hasta la superficie a tiempo. Me pareció extraño, porque él conocía mis habilidades y que me hubiese dejado allí sin más era un movimiento muy torpe.
La cuarta me encerró en una jaula para que me comieran bestias salvajes, sin embargo, no me registró y pude usar mis herramientas para forzar la cerradura. La quinta y última vez que nos vimos ocurrió algo distinto. Fue en el universo nº 26.

Era la primera vez que me topaba con un mundo robótico al cien por cien. La profecía que augura el fin de la humanidad tras la rebelión de las máquinas es una realidad allí y la presencia de una persona no pasa desapercibida. Me costó mucho trabajo esconderme de un sistema perfectamente organizado para detectar humanos y destruirlos. Haber visto Terminator fue una gran ayuda y me planteé la posibilidad de que existiese una red subterránea igual que en la película. Por desgracia, al Agente J-13 también se le ocurrió. Mi esfuerzo por esconderme en aquellos túneles dio su fruto y pude estar a salvo hasta el último día, cuando la señal de que el momento del salto se aproximaba me llegó.

Iba a producirse a un kilómetro de allí, así que salí con tiempo suficiente para poder ir con cuidado de no ser detectada. Unos 50 metros antes del lugar exacto, J-13 se interpuso en mi camino y me derribó. Empecé a desembarazarme de él, pero el disparo de un rayo me hizo retroceder. Me giré, lo vi agachado a un metro de mí y comprendí lo que había pasado. No me había tirado al suelo para evitar que llegase al punto del salto, sino para salvarme del disparo.

— Creía que tu misión era acabar conmigo —le dije.
— Debo hacerlo yo, no un robot —miraba por encima del parapeto tras el que nos resguardábamos para asegurarse de que el tirador no nos veía.
— La última vez se lo dejaste a aquellos osos-tigre, y la anterior se lo dejaste al mar. ¿Eso es hacerlo tú…?

Me miró y pareció que iba a decir algo, pero se detuvo. Volvió a mirar si el camino estaba despejado y me indicó que debería esperar hasta el último momento para correr hacia el portal y dar el salto. Le pregunté cuánto faltaba para el suyo, pues no sabía cuándo había aparecido él en ese universo, y me dijo que aún le quedaban tres días. De repente, sentí una extraña sensación de ¿camaradería? ¿hermandad? ¿cercanía? No sé si el enfrentarnos a aquellas máquinas para salvar nuestras vidas y evitar que localizasen a las demás personas había provocado aquel sentimiento de unión, o si nuestros diversos encuentros habían hecho surgir una especie de relación. Es posible que así fuera… O que realmente quisiera matarme con sus propios métodos y yo me estuviese montando una película.

“Dime qué ha cambiado”, interpelé. Volvió a mirarme y me respondió “yo”. En ese momento, la luz del portal apareció. Con la confusión de su respuesta aún en mi cabeza, corrí hacia el lugar para saltar y un disparo cayó a un palmo detrás de mí justo cuando me lancé hacia mi siguiente universo.

Desde entonces no hemos vuelto a encontrarnos. Este universo, el nº 27, me permite poner al día mis informes gracias a que es muy similar al nuestro. La única diferencia es que todos los seres se reproducen plantando semillas en recipientes o lugares externos a sus cuerpos. Resulta muy extraño ver árboles de bebés.

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