El paciente inmortal

Gustavo
Esparza Qué Pasa
Published in
6 min readJul 21, 2019

Algunos afirman que la corrupción es un fenómeno social, unos consideran que es el síntoma y otros la reconocen como la enfermedad misma. Y es justo a partir de su definición donde comienza esta conversación.

Identificar su concepción, reconocer sus causas, descubrir sus profundas raíces culturales, su progresión y las alteraciones que implica para una sociedad no es diagnóstico fácil, quizá lo más complejo sea establecer su patología.

Lo que sí podemos establecer con claridad desde la primera auscultación, es que la corrupción es el estado de descomposición más grave que una sociedad se permite para materializar su existencia y buscar supervivencia, prevaleciendo la destrucción de valores y principios éticos en un constante desprecio por la legalidad que impacta de manera exponencial a todos los niveles y dimensiones donde el ser humano participa.

Por un lado hemos construido un mundo en el que todo es pretendidamente inteligente: teléfonos inteligentes, ordenadores inteligentes, autos inteligentes, casas inteligentes, edificios inteligentes, y por otro, un mundo en el que nos atrevemos a justificar nuestra condescendencia o participación de la corrupción como un acto inteligente y astuto, con esa astucia como la que define Hobbes en su libro Leviatán:

“No hay para el hombre forma más razonable de guardarse de esta inseguridad mutua que la anticipación; y esto es, dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande como para ponerla en peligro.”

Una astucia que no solo se impone ante los demás, es temporal y relativa, no hay idea más absurda como la de creer que la corrupción es un estado perenne en el que un paciente podría perdurar indefinidamente mostrando esta fortaleza mal entendida, como si esa misma fortaleza lo inmortalizara.

Y es que no existe el paciente inmortal, por el contrario este paciente, que somos todos nosotros, los individuos, está a punto de asfixiarse, ya no es únicamente el gobierno, ni las empresas, tarde o temprano, los daños causados por la corrupción repercuten directamente en el individuo, en el paciente de carne y hueso.

La corrupción ya es igual de costosa que los beneficios que supuestamente se obtienen de ella, sistemáticamente ha contribuido a formar una clase empresarial que a su vez, alienta el crecimiento de un país y acelera el periodo de su industrialización. Antes no existían las grandes facilidades para el traslado de los capitales fuera del país, el resultado que actualmente tenemos es que muchos de los corruptos se volvieron grandes promotores económicos del país, nacionalistas o globalistas, apostaron por llevar su influencia a gran escala. Así como el individuo simple justifica su corrupción porque el sistema lo respalda, así el gobierno, la banca o la industria, simplemente porque el individuo lo permite, lo ejerce, lo facilita o lo ignora.

Y es entonces cuando el diagnóstico nos revela que la concentración de poder y la ausencia de controles en un ambiente hostil alejado de la honorabilidad es lo que nos ha llevado a tal punto crítico en el cual creemos que no existe otra forma de vida.

El paciente considera no tener más opciones: ignorar o participar.

Esta percepción de opciones reducidas, en la que no existen más caminos y que vincula la corrupción a nuestro sistema político y social, es la que nos muestra un lastre que parece imposible erradicar al cuestionar las supuestas ventajas que hoy nos proporciona.

Sin embargo, el momento de la verdad siempre llega y las ventajas se esfuman, algo que se considera ajeno tarde o temprano termina por tocar los intereses propios. Mucho se habla del combate a la corrupción, pero el discurso es incongruente. ¿Acaso vemos a un empleado renunciando al día siguiente que se entera de que la compañía para la que trabaja se le ha comprobado un acto de corrupción? ¿Alguien conoce a un padre de familia influyente reconociendo que por más dinero que aporte al colegio de su hijo, este debe ser tratado por igual que el resto de sus compañeros? Seguimos viendo como se logran contratos y se asignan cargos por nepotismo, seguimos viendo familias enteras que viven del erario público o que se benefician de programas sociales de manera injustificada. Parece que nadie quiere ceder sus ganancias deshonrosas y que pocos se atreven a señalarlos.

Sería tanto como extirpar un tumor que le evitaba males peores al paciente, con el riesgo adicional de que la cirugía pusiera en peligro su vida. Y ciertamente nadie quiere poner en riesgo su vida, su patrimonio, su estabilidad, sus beneficios, por temporales que estos sean, y es que pocos reconocen el alto precio que debemos pagar por ello.

Quienes se niegan a ceder, insisten en verlo como un algo congénito del hombre, como si fuera una herencia que prevalece generación tras generación, la corrupción no tiene absolutamente nada que ver con el código genético, pero el paciente se niega a reconocer lo contrario. Y lo reforzamos como si tratará de una condición impuesta por naturaleza.

“El que no tranza no avanza.”

Imposible negar su adopción, gran frase celebre mexicana como esta, que se acompaña de muchas otras: “De que lloren en tu casa, a que lloren en la mía, que lloren en la tuya,” “A la tierra que fueres haz lo que vieres”, “No hay nada que una tajada no resuelva”, “Con dinero baila el perro”, sólo por mencionar algunas, nos revelan cómo es que la falta de ética y el individualismo logra distanciar a una sociedad del bien común y la honorabilidad.

Y es que las causas de la corrupción van desde de lo cultural, social, económico, hasta lo institucional y político, orillando a una sociedad a justificarla, el entorno que la facilita es claro: se adolece de legalidad absurda, la impartición de justicia está viciada, el deterioro económico es inminente, las asimetrías sociales son ofensivas, la simulación política parece no tener límites, la gestión pública opera con nula transparencia, pocos conocen de civismo, los principios éticos carecen de valor cuando se trata de un beneficio ventajoso, y así podríamos enlistar una serie de condiciones que incentivan la deshonestidad, condiciones que la misma sociedad ha creado y preserva para alimentar la corrupción.

Y aunque su erradicación total parece un ideal inalcanzable y hasta podría pensarse que quien lo propusiera demostraría con ello la corrupción de su propio pensamiento, lo cierto es que desarrollar la cura sí es algo viable, sino en su totalidad, la corrupción sí puede mitigarse.

Hasta ahora nadie ha prescrito la receta perfecta, pero en estos tres principios básicos podríamos encontrar un buen punto de partida para ejercer una efectiva lucha contra la corrupción:

  1. La solución tiene que ser multifacética, la diversidad de pacientes y síntomas es abundante, pensar que un tratamiento único por enérgico que nos parezca, va a mitigar la enfermedad sería algo irresponsable. Debe atacarse por distintos frentes de manera simultánea.
  2. Su combate comienza desde los individuos como un acto colectivo hasta llegar a las instituciones, en las cuales se ha concentrado gran parte de los daños. Debilitar la corrupción en el gobierno es fundamental.
  3. Adoptar la ética como una ley que no reconoce excepciones, trátese de lo que se trate y de quien se trate. Se requiere de un nuevo modelo de pensamiento que nos lleve a actuar hacia un bien común. Urge una ley que aplique para todos por igual.

Reflexionar permanentemente sobre estas y otras acciones nos llevaría a proceder en favor no sólo de uno mismo o de unos cuantos, sino de todos. Los temas se antojan inagotables: reducción en el gasto del proceso democrático y cuestionamiento al proceso actual de elección de gobierno, reducción o eliminación de financiamiento a cualquier asociación o partido político, aplicación de leyes verdaderamente severas, vigilancia permanente en la impartición de justicia, programas gubernamentales de recuperación económica (no simulaciones), promoción transparente de determinados ideales políticos y de interés público, renovación total de los programas de educación, asignación preponderante de presupuesto a la salud, a la infraestructura de seguridad pública, a la red de transporte, al desarrollo tecnológico y al fomento de la cultura.

¿Estarías dispuesto a extirpar la corrupción para beneficio de todos?

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