La ley del Correcaminos

Gustavo
Esparza Qué Pasa
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4 min readJun 30, 2016

Una fábula animada, que en apariencia poco podría invitarnos a la reflexión de algo, me inspira para un curioso enfoque entorno a la audacia del famoso emulador del clásico “bip bip”. Resulta cómico, hilarante y en muchas ocasiones, nos lleva a la vergonzosa escena de la insistente carrera del Coyote detrás del Correcaminos, quien con nula ferocidad muestra su poderosa ventaja de inteligencia y prudencia.

En acción metafórica hacia nuestra vida diaria y tomando como referencia a la famosa serie animada creada por Chuck Jones en 1948, Wile E. Coyote and Roadrunner, evoco la respuesta de su creador que en alguna entrevista declaró: “El Coyote es mi realidad…”, tras haber creado esta dupla como parodia de Tom & Jerry.

Si pudiéramos establecer una ley de acción basada en la profunda comprensión de nuestro propio entorno sería la “Ley del Correcaminos”, quien en respuesta a la compleja y elaborada estrategia de cacería del también conocido “Carnivorous vulgaris” ofrece una sencilla, pero interesante práctica de vida:

Corre cuando tengas que hacerlo, mientras tanto no te muevas.

Con esta frase, a manera de consejo por parte del “Accelleratii incredibus”, no solo aludo a la intrépida y siempre veloz huida del Correcaminos, también señalo la clara sencillez de sus acciones ante una situación de riesgo. La regla es simple: usar su energía solo en el momento adecuado.

Por un lado, al igual que el animado personaje del Coyote, hemos desarrollado una férrea e interminable carrera por perseguirlo todo, creamos estrategias meticulosamente elaboradas para alcanzar nuestros objetivos y no cesamos ante el inminente deseo de atrapar a nuestro “Correcaminos”. Mientras tanto, nos enfrascamos en una desesperada cacería alentada por la sociedad, considerándola nuestra única alternativa de victoria y éxito, sin percatarnos del círculo vicioso de decisiones en el que hemos caído y que poco nos hacen la vida más placentera, logrando un cúmulo de efímeros resultados y una carga insoportable de presiones.

Del otro lado de la historia, si observamos con detenimiento, vemos que en realidad el éxito del Correcaminos no radica en la velocidad, mucho menos en su ligereza, simplemente ha aprendido a correr cuando tiene que hacerlo. Por el contrario, nosotros corremos todo el tiempo con el afán de pertenecer y ser reconocidos, agotamos todos nuestros recursos y apresuramos, no solo nuestras vidas, también buscamos que los demás hagan lo propio.

Aprendimos a devorarlo todo, a vivir en constante ejercicio de ofensiva y llevamos la sed de nuestros deseos al límite. Nos atrapa el consumismo desmedido, la ambición y el poder. La opinión de los demás y los patrones comunes rigen nuestras vidas.

Hemos creado una sociedad “coyote”, que se acerca más a la autodestrucción que a la supervivencia. Corremos todo el tiempo y parece que buscamos los caminos más sinuosos complicando la sencillez de nuestra esencia misma sin dar tregua a esta incesante persecución.

Y es aquí, donde el dilema resulta caótico, somos imparables y al mismo tiempo ciegos ante el mundo que nos rodea, olvidamos lo esencial y perdemos la capacidad de asombro, vemos el presente en una sola dirección, entregamos todo nuestro esfuerzo sin medida y creemos que ACME es la marca idónea para salir adelante, compramos lo que no necesitamos, gastamos sin tener con qué pagarlo, consumimos a pesar de provocarnos un futuro hipotecado, así nos educaron y somos incapaces de contradecirlo, pertenecer es nuestra meta.

Somos temerosos ante la idea de sucumbir y cuestionar, de salirnos del molde que la sociedad ha creado. Como el Coyote, nos repetimos una y otra vez.

Creemos en una enorme audiencia que nos observa como si fuéramos el protagonista de una famosa serie de dibujos animados, nos apasiona el estrellato, queremos la mención del otro, queremos estar en sus créditos, nos desvivimos por ofrecer el gran espectáculo de nuestras vidas, nos obsesiona el reconocimiento constante sin importar el precio, llevamos el coyote en la sangre y nos halaga serlo, aunque por dentro no podamos ocultar el fracaso como individuos y salgamos huyendo a velocidad correcaminos, pero sin rumbo fijo, sin una estrategia, solo para evitar que el enfrentamiento con nuestra propia realidad sea devastador.

Las aplastantes condiciones sociales y de convivencia, los arcaicos sistemas políticos y los dominantes emporios financieros se muestran jubilosos ante la proliferación de grandes masas de coyotes, quienes terminan por tragarse unos a otros.

Grandes cotos de poder se encumbran y el control manipulador de un pueblo lo consiente el mismo pueblo. El procedimiento es simple: basta con alimentar el ego del coyote para mantenerlo distraído, persiguiendo el eco del “bip bip”, comprando bombas explosivas y nuevos artilugios para la cacería, siempre dispuesto a activar las trampas necesarias para conseguir la afamada presea, trampas que, más tarde y sin saberlo, se convertirán en propias a nivel individual y colectivo.

El Coyote tiene la oportunidad de cambiar el final de este cuento, aún por descubrir, y es precisamente la de observar al Correcaminos, quien puede llevarlo por un camino diferente, ya no por el deseo de capturarlo, sino el de su análisis profundo.

¿Estaremos dispuestos a detenernos y olvidarnos de toda esta absurda, rápida y furiosa carrera de la vida?

¿Acaso no hemos llegado al hastío de esta rutina de persecución que solo nos descubre como seres salvajes en búsqueda constante por llenar un vacío ficticio?

¿Tendremos noción de lo que significa empeñarlo todo por un futuro totalmente desconocido?

¿Estaremos dispuestos a gastar solo lo que nuestro ahorro nos permite y no empeñarnos en seguir consumiendo más de lo que se puede pagar tan solo por tener y pertenecer?

Cuando realmente necesitemos correr, me gustaría creer que aún no hemos gastado toda nuestra energía, de ser así, habremos aplicado correctamente la Ley del Correcaminos en nuestras vidas.

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