Marcha #9M2020: Foto: Laura Rivas

La marea también es plateada

Desafían los estereotipos de la vejez de atuendos vetustos, colores opacos, cuerpos frágiles y ocultos a la vista. Alzan la voz, bailan, aman, se enamoran, escriben paredes, pegan carteles, corren con bengalas, levantan el mentón a la lluvia incipiente de verano y se ríen de que algunes insistan en llamarlas “viejas”.

Emergentes
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6 min readMar 11, 2020

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Texto: Gabriela Figueroa — Fotos: Laura Rivas / Cobertura Colaborativa #8M2020

Hay un fuego que recorre los ojos de las que tienen más años entre las filas de los feminismos. Ese fuego se enciende con los gritos de protesta de las más jóvenes y alumbra parte de la oscuridad que la última dictadura cívico- militar argentina dejó en sus vidas. Salí a la marcha del 8 de marzo a charlar con algunas compañeras mayores de 50 para saber qué las moviliza. En cada una de ellas encontré rebeldía, esperanzas y un luto imperceptible que les camina las entrañas por las compañeras que el terrorismo de estado arrancó. Bajo el amparo de otras mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries, una gran parte de esa generación supo vencer los miedos aprendidos para adueñarse de las calles, en algunos casos, por primera vez.

Desafían los estereotipos de la vejez de atuendos vetustos, colores opacos, cuerpos frágiles y ocultos a la vista. Alzan la voz, bailan, aman, se enamoran, escriben paredes, pegan carteles, corren con bengalas, levantan el mentón a la lluvia incipiente de verano y se ríen de que algunes insistan en llamarlas “viejas”.

Su lucha, la nuestra

Las veo a un costado de la marcha, contra la pared sobre Avenida de Mayo, subidas a un andamio. Desde lo alto sonríen, cantan, comentan con miradas cómplices sobre los carteles de las pibas que caminan y bailan al son de unos redoblantes. Claudia Mirabille tiene 59 años, una carrera en veterinaria, dos hijes veinteañeres, un pañuelo verde colgado en la muñeca y a su mejor amiga a la par, Alejandra Colenga. Nacieron recién empezada la década del ´60, cursaron juntas la escuela secundaria en Ituzaingó en los ´70 y en 2018 decidieron marchar con el feminismo por primera vez ante la denuncia pública de los femicidios y la lucha por el aborto legal. Y ahora están aquí, en la marcha del 8 de marzo, compartiendo andamio como si fueran de nuevo compañeras de banco en la escuela.

“La dictadura desapareció a las mujeres que gestaban revoluciones en todos los órdenes sociales y políticos en mi generación. Nosotras somos las hijas del patriarcado que repudiamos aquí. Muchas mujeres de mi edad todavía piensan que el lugar de la mujer es el hogar y por eso hay que quedarse en las casas, por ejemplo”, dice Claudia. Ella ve con optimismo las nuevas crianzas y la necesidad de una educación inclusiva, que esté a la altura de las circunstancias. Además, la renegociación de la deuda externa como una de las prioridades ya que las principales afectadas son las mujeres y disidencias.

Alejandra (60) es actriz del colectivo Merdo en Acción, tiene dos hijos varones que acompañan la marcha con sus parejas y amigos. “Para ellos es distinto, crecieron en otra época. Nunca imaginé la libertad que las parejas tienen ahora, salen cada uno por su lado o juntos, eso en mis tiempos era impensado”, cuenta. Ella reivindica la igualdad salarial para todes y el cumplimiento de las leyes de cupo ya existentes. “Esto que pasa aquí, nuestra presencia en las calles es importante porque interpela a los otros, a los que no están convencidos. Es una revolución”, dice.

Nelly Schmalko tiene 68 años, trabaja en una universidad y posa para las fotos con glitter verde y violeta en las mejillas. Es muy delgada y viste de remera y pantalón negro, lo que contrasta con el pañuelo verde que cubre su cuello y su pelo corto, totalmente cano. Con una sonrisa tímida dice que para ella ser feminista es ser agente de transformación social y luchar por el fin del capitalismo y el patriarcado. “Verlas aquí expresarse libres me reconcilia un poco con la idea de sociedad”, me cuenta mientras sale al encuentro de sus amigas y se pierde entre la gente.

Adriana Guzmán (59) es docente y trabajadora estatal. Su acercamiento al feminismo fue desde la militancia barrial que realiza desde hace más de 10 años en la comuna 7 de la ciudad de Buenos Aires. “El movimiento de mujeres del barrio surgió en 2015 como una necesidad, empezamos a capacitarnos de manera informal y a sostener el espacio”, cuenta mientras se acomoda los lentes y el pelo lacio, largo y cano que se le revuelve por el viento que azota sobre la avenida Paseo Colón, cerca de la Plaza de Mayo. Adriana creció en San Juan, en una familia católica, con una mamá feminista que no sabía que lo era, estudió Ciencias Exactas y lo dejó para casarse. “En mi familia te recibías y después te casabas, en eso fui rebelde”, cuenta. En el medio, la dictadura, las desapariciones de compañeres, las reprimendas de sus padres para que no participara de agrupaciones políticas y, después, un divorcio difícil. “Tuve que acudir a la justicia hace 20 años y activar todos los mecanismos existentes de contención y prevención de violencias para salir bien de ese divorcio, en mi caso funcionó y estoy agradecida”, dice. Adriana considera que al feminismo todavía le falta llegar a los barrios más vulnerables, salir de la academia y pisar las calles donde están las mujeres violentadas y manipuladas por varones. “También es un desafío pensar en la ESI para una mujer de 80 años. Si hacés un taller sólo de ESI no va a ir, tiene que ser transversal, hay que llevar la ESI y la perspectiva de género a todos los espacios, hasta en los talleres de tejido”. Adriana compartió espacios de militancia con su hija de 30 años en los que le resultó difícil no hacer uso de su rol materno en las discusiones pero en los que aprendió de su mirada. “Creo que mi generación de mujeres, a pesar de todo, puede enseñarle a las nuevas generaciones sobre la valentía de las que atravesamos la dictadura y estamos aquí aún, luchando a la par”, dice.

Unas cuadras más adelante, por Avenida de Mayo y Sáenz Peña, la escultora y docente del colectivo Entrelazadas, Ruth Gándora (55) interviene la pared de un edificio con un dibujo en tonos verdes. Lo hace con la paciencia y delicadeza que sólo una persona de su oficio podría tener. “Esto que me ves haciendo en la pared no lo hacía desde los últimos años de la dictadura, ahí tenías que ser rápida y salir corriendo”, me dice mientras señala el dibujo completamente estirado. Ella creció en un hogar feminista, su mamá era una obstetra que siempre creyó en el derecho al aborto. “Sería maravilloso que ella pudiera ver todo esto pero murió hace muchos años”, comenta y la vista se le pierde en el tumulto anónimo que grita “que va a vencer, que va a vencer”. “Es un momento para hacer cambios en todos los niveles, desde los actos cotidianos, en cómo llamar al otro. En las escuelas es necesario derrumbar esos esquemas de dominación que el patriarcado instauró. No puede ser que en un pibe o piba trans tenga que ir a clases con la ley de identidad de género en la mano o en la carpeta para que respeten quién es, eso pasó en una de las escuelas donde enseño”, dice mientras se limpia las manos llenas de pintura y pegamento. “Hay que crear espacios de participación real no sólo formal para las mujeres mayores sobre nuestros problemas. Quisiera siempre poder decidir sobre mi cuerpo, no sólo con el aborto”, dice. Y con ese deseo de envejecer con autonomía se pierde en la multitud.

Marcha #9M2020. Foto: Laura Rivas

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