Foto: Marcelo Volpe/ Cacri Photos

Conversaciones desde la psicología social

María Luisa Cabrera Pérez Armiñan, Doctora en Psicología Social — España

Dos consecuencias de esta pandemia del coronavirus, en el nivel de la conducta social, es decir, lo que integra el yo con los otros, me inquietan profundamente.

  1. Criminalizar a los enfermos de ser culpables de la enfermedad, tanto de haberse expuesto y resultar afectado, como de propagarse hacia los demás.

2. Responsabilizar a los enfermos es tan cruel como injusto y castiga en vez de cuidar y proteger a las personas más vulnerables. Lejos de buscar ayuda nos recluimos en el ostracismo para escapar de una culpa que no nos corresponde. El estigma, es decir, la marca que hoy señala a los enfermos, mirándolos con lejanía y desconfianza, está a un paso de la condena y la segregación social que acompaña a cualquier población que sufre de estigmatización social.

Estarán por venir conductas de sospecha y delación por incumplir las normas, con denuncias entre vecinos que aprovecharan la ocasión para su propio ajuste de cuentas.

Un ejemplo de desatinada judicialización lo constituye en Guatemala la criminalización feroz del enfermo fugado, por la furia descargada sobre un chivo expiatorio, cuyas motivaciones para fugarse como mínimo debiéramos primero conocer antes de condenar. ¿Y si fue por ignorancia de las dimensiones catastróficas de lo que significa una pandemia?, ¿y si la fuga fue por esa mezcla residual de temores y miedos aterrorizantes enquistados desde los tiempos de la represión de estado, que inmunizaron en los y las gobernadas la desconfianza de todo lo que viene del estado? o si lo fuera por irresponsabilidad e indiferencia hacia los demás en una declaración individualista de sálvese quien pueda y a mí qué me importa lo que pase. Es propio de la construcción del estigma social primero señalar y condenar, después indagar. Si nos equivocamos en la presunción supuesta, el daño ya quedo hecho, si no nos equivocamos el daño pudo ser irrelevante.

Aun con la opción de la indiferencia, de ser cierta, merecería todos los esfuerzos para convencer al o los transgresores, porque la complicidad ciudadana se logra sobre la base de compartir ideas, razones, valores que generan consensos, entender lo que nos desborda requiere explicación, y en democracia informar, explicar y entender puede más que negar la realidad.

Por lo tanto resulta un contrasentido obedecer una norma que de ser entendida racional y razonablemente, resultaría aceptable y legitima para el conjunto de la población. ¿Para qué sirve entonces, apelar al recurso de la fuerza y la autoridad si podemos convencer con razones y ganar complicidades sin confrontación?

Así pues, respetar la norma (quédate en casa, cúbrete con mascarilla) es tarea de todos, pero solo posible cuando se percibe a la ciudadanía no como masa obediente que hay que controlar, sino como tejido social pensante y autónomo, con capacidad de decidir y de cooperar para el bien común de la sociedad.

La vida y el futuro de los viejos son tambien un bien común, que precisamente por esta crisis, necesítanos revalorizar, defender, proteger y cuidar. De lo contrario se vendrá una limpieza social, que acabará por fenecer a esa franja de población que ha resultado incómoda para los sistemas y sectores de poder porque vive de los derechos acumulados por sus prestaciones sociales y representa una franja crítica y solidaria, que no es callada por nadie porque no debe nada a nadie, solo a su propio esfuerzo.

  1. La segunda problemática que me inquieta, son los cambios por venir en las formas de socialización producidas por las medidas de distanciamiento social y la peligrosa escalada de transformar las medidas de protección temporal ante la emergencia, en una normalidad sin fecha de caducidad.

2. Pensado en términos de conducta social ¿qué puede significar socializarse sin tocarse? al miedo al contacto hay que agregar la desconfianza en lo que los otros hacen. El valor del apego fue determinante en un experimento de principios del siglo xx que mostraba como recién nacidos de un orfanato que crecían sin apego, morían de tristeza por la ausencia de contacto físico. El vínculo tan imprescindible para crecer y forjar subjetividad, necesita del contacto humano.

Como seremos en el futuro los seres humanos después del ensayo de sociedad causado por esta pandemia. ¿Seremos un retrato más fiel del hombre maquina? o ¿se habrán multiplicado las formas de solidaridad social que nos rescataran como tejido del suicidio colectivo y la deshumanización?

Si 21 días son el tiempo conocido para formar habito social, ¿se imaginan como será nuestra conducta social después de permanecer en distanciamiento y aislamiento social por más de dos meses? además de que las medidas de distanciamiento no tienen fin previsto, porque todo apunta que recobraremos la normalidad de manera gradual. Esto implica que el distanciamiento que debiera ser una protección temporal, configurara en el futuro nuevas formas de interacción social para nuestras vidas.

En resumen tres pilares pueden hacer la diferencia entre un abordaje autoritario o democrático para prevenir los riesgos y disminuir las consecuencias cotidianas de la pandemia. No estigmatizar, convencer para cooperar y recordar que el distanciamiento social es un factor de protección temporal inevitable, pero nunca podría reemplazar la riqueza de la interacción social del lenguaje corporal y del acercamiento humano.

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