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Ensayo sobre el enojo

Gabriela Segura Umaña, Licenciada en Psicología, Estudiante de la Maestría de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Costa Rica

Desde siempre he tenido la impresión de que el enojo es intrínsecamente malo, que lleva a decir cosas que, no estando enojado, uno no diría, que lleva a actuar desde lo irracional, que motiva a la venganza y a la violencia; que en definitiva nos aísla de personas que no se enojan, o bien de otras que también se enojan, es decir, como que el enojo crea un aura sobre las personas que designa a esos seres como gentes con la que no sería tan bonito estar, no tan divertido por lo menos.

Y es que qué feo era cuando con los amigos y amigas del barrio o de la escuela siempre había un niño o una niña que se enojaba y terminaba llorando o dando quejas a alguna mamá… ¿Recuerdas aquella célebre frase “El que se enoja pierde”? era básicamente una regla del grupo, que apelaba directamente a quien o quienes ya tenían historial de enojones y era una sentencia para quienes nunca se habían enojado antes.

Ni qué decir de este asunto en los hogares, ¿quiénes no tuvimos la suerte de contar con papás, mamás, abuelitos, tíos, tías, hermanos, hermanas y hasta primos o primas que no hubiesen crecido con la frase del que se enoja pierde?, u otra de las múltiples variaciones de la misma; tuvimos que sortear nuestro enojo entre las risas de los demás, que se constituían en viles provocaciones, o en el cumplimiento de tareas absurdas, que según el conocimiento ancestral, harían que el enojo abandonara nuestros inocentes cuerpos. Tareas tales como barrer o lavar los platos.

De esta forma, desde pequeña me daba gran curiosidad y enojo, el pensar que no podía enojarme, o bueno vamos a ser más justos, el saber que no podía expresarlo, ¿qué esconde ese pequeño monstruo que incomoda tanto a los y las demás? y lo que me parecía más extraño era que por lo general observaba adultos enojados.

Cuando pienso en todo esto, no me queda más que preguntarme ¿qué tiene de malo el enojo? Claro está que no es algo que en el momento nos haga sentir exactamente placer, todo lo contrario. Tampoco es un referente con el cual a las personas les gusta que se las piense, pero ¿por qué parece ser como una llamita que hay que apagar?

Ahora bien, hay que reconocer que existen varios tipos de enojo. Está, en primer lugar, el enojo por enojo, es decir, el que aparece sin una motivación aparente, como un berrinche que se saca de alguna forma, porque nunca se nos enseñó a sentir el enojo y mucho menos a manejarlo; y ese enojo por enojo, se vive como en los primeros estadios de la infancia. Calor, ceño fruncido, algo que sube y baja, respiración pesada, pensamientos malévolos contra quien nos hizo enojar, tristeza, y a veces termina en llanto.

También, aunque parezca increíble, se dice que hay una diferencia entre el enojo que puede sentir un hombre o una mujer. El hombre casi no se enoja, es más racional, pero cuando lo hace está justificado y dependiendo de la circunstancia, el enojo lo ayuda a reforzar su lugar de privilegio dentro de la sociedad; en cambio la mujer, esos seres sensibles que se enojan por todo y sin ninguna razón de peso para hacerlo, el enojo a ellas las coloca en lugar muy cercano a la histeria.

Aunque no lo crean, es como si el enojo contra un sistema que nos excluye, que nos explota, que nos desaparece, que nos mata; contra la pobreza, contra el maltrato familiar, contra el acoso y el abuso sexual, contra los silencios cómplices, contra la discriminación, y contra las implicaciones socioeconómicas por nuestra condición de mujer, fuesen un simple enojo por enojo, y no un enojo producto de siglos de resistencia que se convierte en una rabia digna.

Y acá quiero entrar a otro tipo de enojo, ese que está ligado a la indignación. No sé si alguna vez lo habrás sentido, pero es algo como no deja de incomodar, no se va tan fácil como el enojo por enojo, no, este se queda ahí por más tiempo, no deja además que las personas sigan aceptando todas las cosas como son dadas. En definitiva, el enojo por indignación incomoda tanto a quien lo siente como a quienes solo lo observan.

Se me ocurre que tal vez, el enojo siempre ha parecido intrínsecamente malo porque tiene el potencial de colocar a las personas muy cerquita de la desobediencia. ¡Eso sí qué es terrible! Pero bueno, caemos nuevamente en designar un adjetivo calificativo a algo, en este caso a la desobediencia; que, al igual que el enojo por indignación, no permite que se sigan aceptando todas las cosas como lo son dadas. Sin embargo, el enojo por indignación, ya no solito sino que acompañado de la desobediencia, como que obliga a hacer algo.

Siento que de ahí nace otro de los tipos de enojo, el que me gusta más, el enojo como motor de cambio o de lucha. Este es un tipo de enojo muy particular, ya no se queda solo en la incomodidad de lo que algo nos provoca, y deja de ser, en muchas ocasiones, un enojo individual, ahora pasa a ser colectivo o a representar a una colectividad que, algo les provocaba enojo, y decidieron hacer algo al respecto.

El enojo como motor de cambio o de lucha, permite transformarnos de entes pasivos, que sienten incomodidad y disgusto, a personas que activamente pueden proponer estrategias de cambio ante muchos temas o circunstancias que lo ameriten; así el enojo se convierte a veces en ese primer impulso necesario para moverse de lugar, a salirse del letargo de la individualidad y a ser desobedientes. Claro está, que todo esto puede enojar a muchos.

Ahora bien, que no todo en la vida puede ser enojo, ya que una sobredosis de este nos puede aniquilar y dejar en la inmovilidad o en el cinismo. El enojo debe ir acompañado de ternura y amor hacia sí mismo y hacia los demás, como un arma contra todos los disgustos.

¿Te imaginaste alguna vez la combinación entre enojo, indignación, desobediencia y ternura?

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