Foto: Cobertura Colaborativa ELLA

Malamadre

Indira Carpio Olivo, periodista y escritora— Venezuela

Debemos preferir el infierno real al paraíso imaginario

Simone Weil

Sin darme cuenta heredo a mis hijas el concepto de maternidad, una caja de cuerpo e ideas contrarias, como suele ser todo imperio, a la libertad. Es así, “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”, en palabras de Audre Lorde. La sucesión se da por inercia, o alguna otra fuerza natural muy parecida al ejemplo. Repetirán o negarán.

Traspaso también otra imagen: la de una mujer grande que implora la dejen escribir. Que lo pide hambrienta, porque “soy persona, además de madre, coño”. Ellas, cada una a su modo, alzan el mentón y buscan entre los ojos, allí en el rostro del monstruo, a la progenitora, su madre. Y a veces no la encuentran, porque la que escribe mata al personaje, para poder respirar y emitir palabra.

¿Qué ven cuando cuando una mujer escribe? ¿cuando se apropia del papel, de la máquina, la pantalla y se vacía? ¿Qué ven cuando esa mujer es madre?

Sé que hiedo a mujer descompuesta, que las quito de encima a “palabrazo”, Medea-moderna condenada a defecar las lombrices de la culpa en la tasa del baño. Sé que esto es una queja y como toda queja, cansa. [También que la primera novela fue escrita letra a letra por una mujer y que fue, para excusa de este texto, un lamento]. Nadie es honesto o todo el mundo olvida el dolor que produce la maternidad. Solo recibimos migajas cursis, ineficientes como información: Parir es para siempre, es un título vitalicio. No niego que quise ser madre, pero admito que lo deseé en total ignorancia.

Una de estas noches las llamé a la cocina, después de hacerles la cena, me bajé hasta el metro y poco más, de mis hijas, las tomé por el hombro para decirles algo que creo fundamental, les pedí con la fuerza de la convicción -que da la experiencia- que no fuesen madres, porque cansa, arrasa y asola, parafraseando a la autora mexicana Daniela Rea. Nadie les va a decir una cosa igual, nunca, y la siento mi responsabilidad. ¿Qué clase de madre soy?

¿Qué es ser mala madre? Ser mala madre es parir y no querer parir, no parir y querer haberlo parido. Abortar. Dejar que le crezcan las uñas y se les llenen de tierra. Que nazca una mata de mango en la oreja. Ser mala madre es ser un padre promedio. Dar teta. No dar teta. Dormir. No dormir. Ser mala madre es pegarle, o no pegarle a tiempo. Ser malamadre es arrepentirse de haber sido madre, querer poco o nada a la hija. Un día levantarse y volver a quererla, y por la noche, odiarla. Una malamadre no admite odiar a su hija, pero odia con libertad a su propia madre.

Rea define de manera magistral en Mientras las niñas duermen que tener “un hijo es una decisión egoísta. Es decidir que alguien nazca, que exista. Y entonces, para responder a ese egoísmo, nos toca comprometernos a cuidarlos… Las hijas no se aman por el solo hecho de ser hijas. Uno aprende a amarlas. O no”.

No es la cuarentena obligatoria, producto de la pandemia por Covid-19, el desencadenante del enclaustramiento materno. Estamos solas en esto de des-habitar el cuerpo desde antes y hasta después de esta coyuntura mundial. La tribu ha muerto. Se trata sobre todo de la romantización, la mentira en torno al hecho materno, la esclavitud femenina, que hace girar en torno suyo a la mamá gallina degollada, cuya cabeza quiere escribir y cuyo cuerpo está haciendo la cena. No hay igualdad cuando una se hace madre, se intensifica la asimetría, el mayorazgo, el malejemplo. Pero abrir la boca no es suficiente, hay que dejarlo por escrito.

Me gusta explicar la igualdad con la frase de Ángela Davis según la cual «el feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas». Reúne, para mí, la esencia de los feminismos: equidad en la diferencia. Davis escribe persona, no mujer, no madre, no hija, persona. Dudo de si ser madre es contrario a ser feminista. Y sé que en este punto la quinta ola puede ahogarme. No importa, porque “soy persona, además de madre, coño”.

— Pero, ¿qué es el fe-ni-mismo, mami?, pregunta Manu de 5 añitos.

— Poder ser quien quieras ser, con la libertad que eso implica, hija.

— Y, ¿qué es la libertad?, retruca

— Es poder ser animal sin jaulas y escribirlo.

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