Relatos Zeldianos

Literatus
Estampa: memorias
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6 min readMar 29, 2020

Recuerda bien. Busca en tu memoria ese momento exacto en que jugaste por primera vez Zelda. Ese videojuego que se volvió famoso en 1990, creado por el mismo señor que se inventó a Mario. Siente como cogiste ese casete con tus dedos pequeños de apenas siete años y miraste pavoroso a tu hermano, esperando que él te diera permiso de ponerlo en el Nintendo 64 y jugarlo. Piensa en tus manos, que no eran ni siquiera lo suficientemente grandes para coger en la totalidad el control de la consola. Sí, analiza como desde ese día, tu vida, sin saberlo, para siempre iba a estar relacionada con Zelda.

El primero que jugaste fue Zelda Ocarina Of Time. Este niño, que creías se parecía a ti por tener el pelo rubio, y por ser tan chiquito, se llamaba Link e iba por un mundo llamado Hyrule tratando de salvar a la princesa Zelda y así al mundo entero.Los ocho templos, sí, templos, que en verdad son rompecabezas en los que hay que ir resolviendo pequeños misterios para completar una imagen final y poder avanzar en el juego. Esos días en que en realidad te sentabas a ver a tu hermano jugar, mientras tú tratabas de decirle que estaba pensando mal las cosas y por eso no podía pasar los retos que se le presentaban.

Después, a los nueve años, te operaron de una hernia inguinal. Y mientras te operaban, tu hermano salió y compró la segunda entrega del juego para Nintendo 64, ese que se llamaba Zelda Majoras Mask y que parecía tan miedoso, pero a la vez tan apasionante con su portada dorada. No olvides todas esas máscaras que había que conseguir, y con las que, de ponértelas, te convertías en algo más: en una bestia que vive en las lejanías de la montaña rocosa donde un volcán está por explotar, o en un animal que vive en la fauna y que su arma es disparar globos de babas; o, por qué no, en esa criatura del agua que tocaba guitarra eléctrica y que necesitaba recuperar los huevos mágicos de una criatura que no entendías ni siquiera quién era. En ese entonces vivías en un apartamento en la carolina y mientras te recuperabas de esa maldita operación, qué nadie entendía por qué la tuviste a tus nueve años, esperabas todo el día a que tu hermano volviera del colegio para sentarte a su lado y verlo jugar y reírse los dos y decir: “pucha, qué templo más jodido”. Recuerda, sí, como después de casi tres semanas volviste a las clases y cuando tu profesora te preguntó qué habías hecho en esos días tan solo pudiste decir que te la pasaste viendo jugar a tu hermano un juego y ella te miró como diciéndote pobrecito, pero en verdad no entendía que fueron días soñados.

Pero después llegó tu turno de jugarlos, de pasártelos con tus propias manos e ingenio. Recuerda que cuando empezaste con el primero, es decir Zelda Ocarina of Time, te levantaste una mañana de diciembre muy temprano, en otro apartamento en la Carolina, y con tus diez años fuiste al estudio y empezaste a mover el televisor para poder conectar los cables, el rojo, el amarillo y el blanco, pero sin querer el televisor se te vino encima y cayó sobre el 64 y todo quedó destruido y te dieron unas ganas irreparables de llorar.

Y esta, recuerda, no fue la última vez que jugaste este juego. Con los años siempre volvías a ellos. Hasta que un día, un amigo te recomendó cambiar tu Nintendo 64 por un Gamecube. Esa maldita consola que no servía para nada y que desde que la tuviste la odiaste. Pero todo volvió a ser felicidad cuando conseguiste de nuevo la consola que habías perdido. Y empezaste de nuevo con los sueños zeldianos y te dijiste ‘me los voy a pasar otra vez’. Y ya con trece años descubriste lo difíciles que eran. Te diste cuenta de que podías pasar horas enteras tratando de encontrar una llave que te hacía falta para abrir una puerta que tenía la solución a todo. Hasta que le contaste a tu hermano tu problema y él se hizo el que no le importaba, pero al siguiente día, salió de su cuarto, te miró con los ojos rojos de un guayabo incontenible y te dijo: “Me soñé con la llave que le hace falta, está en el árbol antes de entrar en el templo de la tierra”, y tú fuiste y efectivamente la llave estaba ahí.

Después una nueva enfermedad: apendicitis. Tu papá, entonces, tras hacerle mil pataletas, te compró el Wii y el Zelda Twilight Princess. Cuando lo recibiste te hiciste el sorprendido y miraste a tu hermano con complicidad, pensando que se sentarían a jugar los dos de nuevo. Pero cuando te dejaron ir del hospital y llegaste a jugarlo, tu hermano ya no estaba interesado en eso sino que quería salir de rumba, como solía decirte. Y lo jugaste solo, con el odio recluido, porque ese tipo había sido capaz de romper ese vínculo que creíste tan especial. Y te lo pasaste, después de jugar un templo que estaba en el cielo que te sacó canas y del que pensaste nunca ibas a salir.

Pero esto no termina ahí. Llegó una nueva enfermedad, esta del corazón. Tu novia de cinco años te dejó por alguien más. Tu vida se rompió en mil pedazos. Querías morirte. Y te fuiste a tu cuarto, ahora en un apartamento en las 116, en el que ya no vivía ni tu hermano y mucho menos tu hermana. Y dijiste, de esta tengo que salir. Entonces, buscaste en tu clóset el Nintendo 64, sacaste los dos Zeldas y empezó la epopeya para olvidar a esa niña. Días enteros metido en el cuarto, con las cortinas cerradas jugando y jugando. Obligándote a pensar en cualquier cosa menos en ella. De vez en cuando te detenías y leías libros de amor, o eso creías, y leíste “El amor en los tiempos del Cólera”, “Sobre héroes y Tumbas” y terminaste con “Rayuela”, que para ser sinceros no crees que sea un libro de amor. Pero lo único importante era Zelda. Y tus amigos te buscaban para que salieras, para que olvidaras, pero en ese momento necesitabas pasarte todos los Zeldas que tenías, es decir: Ocarina Of Time, Majors Mask y Twilight Princess. Y fueron días violentos, meses enteros, en que solo te importaba leer de amor y jugar Zelda. Una vez decidiste salir de nuevo al mundo, te sentías mejor, igual de roto, pero mejor.

De vez en cuando, sí, te sientas y escribes en alguna libreta algún pasaje del juego que recuerdas, como por ejemplo en ese escudo que era espejo y tenías que utilizarlo para reflejar la luz y poder quemar soles. O en esas botas que te permitían dar cuatro pasos en el vacío, o, cómo no, en esa lupa para ver la verdad. Y recuerdas, y escribes en tu libreta, con tinta roja, la escena que más te gusta que es cuando te tocaba controlar a Link, ir al lago Hylia, pararte en una rampa, leer el mensaje dentro de la piedra que decía: “Cuando el sol esté en su momento más alto” y esa era la pista para disparar una flecha hacia el sol y verla volar para después caer en el pasto al otro lado del lago, recogerla, ahora con una bola roja alrededor de la punta metálica que simbolizaba que poseías una Fire arrow.

Hoy juegas la última entrega que salió al mercado. Como no tienes la consola necesaria vas a la casa de un amigo. Allá, se sientan los dos con cervezas y cigarrillos, apagan los celulares y se dedican horas a eso. Él te dice: “Tenemos que pensar de forma Zelda. La respuesta debe ser una bobada, solo pensemos de forma Zelda”. Y lo hacen, y sí, se dan cuenta de que la respuesta estaba en pensar de esa forma, que la única manera de describirla es así.

Pero por último, piensas hoy mientras escribes, todos los que jugaron Zelda son una comunidad y se reconocen casi sin hablar. Todos quedaron con las mismas cicatrices, obsesionados por ese templo de agua que siempre se presentaba imposible. Y recuerdas, mientras terminas, que la hija de Robin Williams se llama Zelda y sonríes, sabiendo, igual, que dentro de poco estarás de nuevo jugando toda la zaga.

He aquí una lista de la música de Zelda en Spotify. A mí me sirve para recordar, trabajar, estudiar, pensar, llorar, pero sobre todo para sentirme mejor.

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Estampa: memorias

Acá se habla de autores, sus vidas, y, sobre todas las cosas, del género literario del cuento.