29 de FEBRERO de 1985

Rubén Tamayo
EXTINTA
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3 min readMay 13, 2018

29 de Febrero de 1985. 3 de la tarde. En la habitación 308 de Maternidad, Nadia Vrarilenko da luz a su primer hijo. 5 minutos más tarde las autoridades pertinentes expulsaban del país a Nadia, juró vengarse y 25 años después lo hizo heroicamente en una trama de aventuras digna de recordar.

El mismo día que expulsaban a Nadia, y a su hijo lo entregaron a las puertas de un convento de monjas, nació Sir Alexandr Slovodan Muntz Jr, al que sus amigos y familiares llamaban Alberto debido a que la parroquia que lo bautizó fue la de San Alberto de Mónaco el piadoso y I de Austria.

Alberto creció en un pueblo pequeñito, a las afueras de un pueblo más grande que a su vez estaba a las afueras de una ciudad pequeñita próxima a una ciudad grande que constituía el Área metropolitana de Barcelona, concretamente Getafe.

Desde niño causaba alegría a todo aquel que se le acercaba, sus padres eran felices, sus vecinos eran felices, sus amigos eran felices… ¿Él era feliz?

En el colegio propagaba alegría a todos sus compañeros, formando así, hasta la secundaria un grupo de niños eficiente y eficaces, felices y alegres… ¿Él era feliz?

En secundaria los registros del colegio aumentaron, las notas de sus alumnos eran increíbles… Desgraciadamente, Alberto se graduó y todo lo que subió… bajó. Pocos años después el colegio se vio obligado a cerrar. Fui a entrevistar al director de la escuela para recordar aquellos maravillosos años, sus palabras fueron: Mátenme…

Alberto cambió de escuela y cursó Bachillerato a una escuela de monjas. Nada más llegar Alberto, al mismo tiempo, en el despacho de dirección, la hermana Concepción observaba desde su privilegiado retrato en la pared cómo a la hermana Ascensión le daba un infarto. 47 minutos después venía la Ambulancia, 30 minutos más tarde de lo deseado. Ese pedido, gratis.

Gracias a la muerte de la hermana, Evaristo, conserje, fue designado como director de la escuela. Evaristo hizo de esa cárcel de niños aburrida, una jaula de hámster con rueda para correr. Al final de esa promoción, Alberto se graduó y dejó la escuela, pero una parte de él se quedó allí. Concretamente 500 euros al mes. “Los niños de África deben estar comiendo caviar” pensaba Alberto mientras la hermana Concepción se revolcaba entre billetes en su privilegiado retrato en la pared. In saecula saecularem… saeculorem, eh… uh… Amén.

Alberto consiguió su primer trabajo basura. Contable en una empresa de administración de empresas que administraba empresas. Como todo español de a pie, según los humoristas de la tele, Alberto trabajaba en una oficina. Con ordenador y todo. Ganaba el sueldo mínimo, es decir: nada. Era becario y la empresa bien hacía en hacerle aprender, darle confianza, enseñarle a manejarse con lo que en un futuro sería lo suyo, para en dos meses decirle: “Llegarás lejos, tendrás un contrato y un buen suelo, chico… ¡Pero no aquí!”
Allí contagió su buen rollo, hizo muchos amigos, la gente era feliz a su lado. Salían a hacer barbacoas…

Pero Alberto, en realidad, era infeliz. Él hacía feliz a los demás a cambio de nada, pero él quería algo. Necesitaba que alguien le hiciera feliz a él. Cayó en una gran depresión, no salía de casa. Dejó el trabajo, dejó todo y se recluyó en su fortaleza, en su castillo, en su piso de alquiler de 16 metros cuadrados por 650 euros al mes.

La gente era infeliz, necesitaban a Alberto, pero su furia hacia él por insinuar que no le preguntaran, que no se preocuparan por él, que no le hicieran feliz… fue la tumba que sepultó a Alberto hasta el día de hoy.

Sus amigos, familiares, vecinos se habían sentido atacados por Alberto. Decían que Alberto había sido un egoísta y debía morir. Y murió. Apalizado, descuartizado, violado y en ese orden.

Se le dio una sepultura cristiana como a todo buen cristiano y más tarde la Iglesia Vaticana le nombró Beato, Mártir, Premio Nobel de Física y Óscar a Mejor Actor Secundario Comedia/Musical.

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Rubén Tamayo
EXTINTA
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Yo soy el que mira y aprende. El que no se mete dónde no le concierne. El que, aunque esté triste, siempre parece alegre.