DOS DEDOS DE FRENTE

Rubén Tamayo
EXTINTA
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9 min readAug 13, 2019

Hacía un día de perros. Llevaba toda la semana anunciando lluvia pero no acababa de caer, el cielo estaba encapotado y yo seguía en el paro. Llevaba el periódico bajo la sobaca cuando empujé la puerta del bar. Después de dos intento leí el cartel que ponía “tire”, entré y me dirigí a la barra, saludé y pedí un café con leche. Dejé el periódico sobre la barra y pregunté por el baño.

- Al fondo a la derecha. –Me contestó el camarero mientras golpeaba el cacillo del café en el cajón del “marro” pasado por agua.

Cuando volví de orinar, el café, humeante, me esperaba en su platillo junto a la cuchara y los dos sobres de azúcar.

-Perdone. ¿Mi diario?- Pregunté al no encontrarlo sobre la barra.

El camarero con un gesto de cabeza me indicó la mesa de la esquina, dónde un viejo con barba blanca y amarilla por el tabaco, frente a una copa de coñac leía, con las manos entre sus rodillas y con los ojos a diez centímetros, mi periódico. Obvié mi café y me dirigí al viejo.

-Disculpe, el diario… Es… mío… — Le dije con cierta vergüenza. El viejo apartó la vista de las hojas y me miró.

-El director del periódico no diría lo mismo.

Me quede en cuadro, no sabía si reír o arrebatárselo y salir por patas haciendo, además, un “simpa”. El viejo sonrío, echó mano a su bolsillo y sacó un euro con cincuenta.

-Ve y cómprate otro.
-Bueno, acabo de darme un buen paseo para ir a comprarlo. Ahora me tocaba leerlo mientras me tomaba mi café. Que por cierto me está esperando en la barra.-
-¡Pues da otro paseo! ¡Disfruta de la vida y del día! -
-Hace un día horrible, en cualquier momento puede ponerse a llover.- Le dije, ya cansado de esa estúpida conversación. Con la sensación de que se estaba riendo de mi.

-O puede que salga el Sol en cualquier momento.- Me respondió mientras volvía la mirada y la posición a las letras.

Me dejó noqueado de nuevo. El viejo me estaba dando una paliza dialéctica. Volví a la barra sin mi elixir, sin mi tesoro. Sorbí el café, ardía.

-Oiga… Perdone — le dije al camarero, que se giró hacia mi mientras secaba un vaso con un paño que en su día fue blanco.- ¿Quién es el viejo ese? Vaya jeta, ¿no? Me ha chorizado en periódico.

-Es el “Sabio”.- Me respondió el camarero, seguro.

-¿El Sabio?.

-Víctor de Lucas, una eminencia en el barrio. Es escritor.

-¿Qué ha publicado?- No sabía nada de él.

-Nada.- Prosiguió el camarero con su tarea.

-¿Cómo que nada?

-Que todavía nada. Dice que espera su muerte para que su obra vea la luz.

-¡Qué disparate!- dije –Las obras deben ver la luz en vida.

-A mi no me explique cuentos. Sólo soy un camarero. Si quiere saber algo diríjase a él.- Y me señaló de nuevo, con su cabeza, al viejo.
Lo observé durante un rato mientras leía. Calmado, impertérrito, nada le sorprendía,ninguna noticia le hacía sonreír, ni enfadarse. Leía el periódico de cabo a rabo sin inmutarse. Qué viejo tan raro, que tipo tan difícil de encasillar. Parecía un bohemio, pero sus dientes amarillentos y poco cuidados, sus uñas negras y sus manos machadas daban a entender que era un poco cerdo y sus zapatillas blancas y sucias, su pantalón de pana, también sucio, y su camisa de franela, como no, sucia le daban un aspecto de pobre hombre. Me acerqué de nuevo.

-¿Puedo sentarme?- pregunté.

-Adelante.

-¿Viene usted cada día?

Cada día, llueva o nieve, haga sol o haga luna.- me respondió cerrando el periódico y apoyándose en el respaldo de la silla, agradecido de hablar conmigo.

-Te ha dicho el camarero qué soy, ¿no?

-Me ha dicho quién es.

-Soy lo que soy, no quién soy.

-¿Y qué es?- me picó la curiosidad.

-Soy quien soy.- no me resolvió para nada la duda.- ¿Qué eres?

-No lo sé, ¿qué soy?- le respondí.

-Quien eres…- Me respondió riéndose, sospecho que de mí.- ¿Qué diferencia hay? ¿No crees?

-Ninguna, supongo.

-Era una pregunta retórica, hijo.- Me volvió a dejar K.O, me dio un derechazo que me hizo besar la lona.

-Mire. No pretendía molestarle, no hace falta que se ría de mi para decirme que me marche.

-Oh, no, no… No estoy vacilando… Estamos hablando, ¿no? Yo hablo así.

-Me ha dicho el camarero que es usted escritor.

-Así es.

-Pero que no ha publicado nada.

-Así es.

-¿Puedo preguntar por qué?

-Puedes.

-¿Por qué?

El viejo tomo aliento. — Verás, llevo una vida con la obra de mi vida en completa transformación. La obra de uno es su propia vida, la vida cambia cada día, por lo tanto, la obra de uno cada día cambia. Los estados anímicos son parte fundamental de las obras, no se puede escribir de la misma manera un día que otro, es imposible que dotes de igual manera a la obra en un momento determinado que en otro. Los factores ambientales, mentales, intelectuales, físicos son distintos cada día, cada hora… Así que, nada está completo hasta que mueres, hasta el último aliento de vida… Hasta que la muerte no toque a mi puerta, la luz no verá a mi obra.- El viejo se levantó de la silla y se fue por la puerta con mi periódico bajo la sobaca.
Me quedé un rato asimilando las palabras del viejo mientras giraba la cuchara dentro del café, que ya empezaba a marearse.

-Oiga- Me dirigí al camarero — ¿éste hombre viene cada día?

-Llueva o nieve, salga el sol o la luna.

Al día siguiente volví al bar, ésta vez con dos periódicos. Quería tener un detalle con ese viejo con la esperanza de que me dejase entrevistarle y así ocupar mi tiempo de paro poniendo en práctica mi periodismo. Volví a empujar la puerta dos veces antes de ver el cartel que ponía “tire”. El cielo volvía a estar encapotado, como si de repente el cielo fuese una fotografía que llevaba sin cambiarse una semana. A ver si llovía ya.

Entré en el bar, dejé uno de los dos diarios en la barra, me dirigí hacia la mesa del viejo con el otro. Vi que el viejo ya leía un periódico.

-Hoy traía uno de más para usted.

-¿Y para que quiero yo dos periódicos?

-Para que no los vaya robando.

-¿Quién dice que los robe?

-Hombre… ayer…

El viejo miró hacia la barra, un tipo acababa de pagar su café y se llevaba mi periódico bajo la sobaca. Me quedé helado.

-No pasa nada, hijo. Las apariencias engañan, a veces.

-Me siento idiota… Usted ayer me pagaba otro diario…

-Bueno… ¿sólo si no te lo robo te extraña?

-La gente no suele ser así.

-Pero yo no soy quién sino qué.- sonrió.

-¿Puedo sentarme?

-Adelante- me dijo mientras cerraba el periódico y se ponía en la misma pose que el día anterior, para atenderme.

-Mire, soy periodista en paro. Me gustaría poder entevistarle.

-Como pasatiempo o como proyecto.

-Eh… no sé. — dudé, aunque convencido que esto podría ser algo muy bueno.

-Verás… No valoro demasiado las cosas que se hacen por algo, por una meta profesional o salarial. Nunca he hecho nada por nadie.

-¿Nada?-

-Bueno… — rió- nada que no me llenara el espíritu y el alma. Amar, compartir, enseñar, escribir para enriquecer tu alma y la de quien te quiera, es un estado superior.

-Y mientras más gente pueda saber de su obra y sus enseñanzas mucho mejor, ¿no?

-No. Escribir o hacer cosas para un público mayoritario no llena el alma. Cómo mucho llena el bolsillo, si tienes suerte.

-Pero mientras mayor difusión, mayor público potencial, mayores seguidores. Algunos detractores, por supuesto, también.

-Demasiado precio. Hay que hacer lo que uno quiera para quién quiera.

-Visto así…

-Lo veas cómo lo veas, hijo.

-¿Qué me puede contar de su obra?

-Que jamás podrás llegar a comprenderla. Es lo único que te puedo decir.

-Entiendo las metáforas.

-A eso me refiero. Jamás llegarás a comprenderla.

-Tengo una máster, con matrícula, en Periodismo. — le dije con cierta retranca.

-¿Y?

Me dejó de nuevo noqueado.

-Pues… en fin… que tengo inteligencia, que no soy un estúpido del que pueda reírse.

-No me río.

-Mire, esto ha sido una idiotez.- dije levantándome de la silla enfurruñado- ¡Un escritor que no ha publicado! A la mierda los principios! No es más que un fracasado.- Pedí la cuenta del café que ni había pedido y me largué del lugar.

Tres días después el cielo seguía encapotado, amenazaba una lluvia que no acababa de caer, la humedad calaba en los huesos, las aceras estaban húmedas. Una humedad que te podía hacer resbalar. Fui al bar tras la ausencia de tres días. Tiré sin necesidad de ver el cartel, iba sin periódico. Me acerqué a la barra, me percaté de que había periódico sobre ella, mire hacia el rincón del viejo pero no estaba.

-¿Dónde está el viejo?- pregunté al amigo camarero.

-Hace tres días que no viene.

Me preocupé, lo cierto es que sí.

-Vaya… Póngame un café con leche… — le dije por inercia mientras cavilaba sobre las palabras del viejo. El camarero me sirvió.

-Oiga. ¿Sabe usted dónde vive?- pregunté.

Encaminaba una calle empinada del barrio bohemio de la ciudad. Encontré el bloque que me dijo el camarero, la puerta estaba entreabierta, encallada. Subí unas escaleras mal hechas hasta el piso del viejo. Piqué a la puerta, que era nueva, que destacaba de las demás que eran de madera, viejas. Nadie contestaba. Volví a picar. Nada. Empecé a asustarme, a gritar el nombre del viejo para que me oyera. Una señora con rulos salió de la puerta de enfrente.

-¿Qué hace?- me dijo la señora con cara de mala baba.

-Esto…¿ sabe usted si está el señor De Lucas en la casa?

-¿Cree en los espíritus?

-No.

-Entonces no está. Ha muerto.

-¿Cuándo?- pregunté impaciente.

-Ayer, o anteayer… no recuerdo. Sólo sé que vinieron los bomberos a abrir la puerta…

Bueno, a reventarla. Ya ve que han tenido hasta que cambiarla…

-¿Y qué le pasó. Al vie… Al señor de Lucas?

-Tenía cáncer, estaba ya muy enfermo. Una vez cada dos días venía una enfermera a su casa. El otro día al no dar señales de vida llamó a la policía y a los bomberos y se encontraron al hombre en su cama, muerto.

-¡Qué desgracia!- dije apenado.

-¿Es usted familiar suyo o algo?

-Bueno… digamos que soy un sobrino lejano. ¿Sabe si podría entrar? ¿Tiene alguna llave?

-No he tenido llaves, jamás, de las casas de los vecinos.- Me contestó.

Me sentí triste y enfadado por no poder haber hablado con el viejo.

-Pero como cambiaron la puerta me dieron una copia por si venían los familiares.- Remató dando suspense a la vida.

-¿No ha venido ningún familiar aún?

-Hasta que no ha venido usted, no.

La señora entró en su piso y me sacó la llave de la puerta.

Abrí la puerta y me adentré en el piso, todo estaba ordenado, lo sucio que se le veía en su vestir, en su caminar, en todo su ser, era totalmente opuesto en su hábitat.
Estanterías llenas de libros filosóficos, psicológicos, novelas negras, novelas medievales… De todo. Parecía una biblioteca.
Rebusqué en cajones, en alguno debía estar su obra, pero no hallé nada. Nada escrito, nada de nada.

Me senté en una butaca, al lado de una ventana. Observé la calle, pensé en el viejo, en sus palabras. ¿Qué significaba todo esto? El viejo se había vuelto loco, era una especie de Quijote, que de tantos libros se creyó un pensador, un escritor, un filósofo. Ni una sola palabra escrita en todo el piso.

Fui a la cocina a beber un vaso de agua. Abrí el grifo y salió el agua helada, la tomé de un trago. De camino a la puerta de salida vi su habitación, entré. Había tan solo una cama, un armario empotrado y una mesilla con una lámpara y un libro. Me acerqué, cogí el libro, me senté en la cama. Al abrir el libro cayó una nota de papel al suelo. Dejé el libro de nuevo en la mesilla y cogí la nota.

“HICE LO QUE QUISE,
ME CREYERON EL MEJOR
Y NUNCA TUVE
DOS DEDOS DE FRENTE”

Reí al leerla. La dejé de nuevo dentro del libro, me levanté de la cama y me marché del piso.

Su gran obra, dijo, era su vida. Que su vida era su obra y su obra, su vida. Que cada día cambia la percepción que tenemos de la vida, que dependemos de quiénes somos y de qué somos en cada momento, en cada cosa que pasa, para escribir nuestra obra.
Esa nota era un resumen de su vida, era el clímax de su obra… O quizás, simplemente, se estaba riendo de mi, se estaba riendo de todo el mundo.

Lo único que sé a ciencia cierta de todo esto es que, al salir de su bloque, el cielo cambió, se descapotó…
Salió el sol.

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Rubén Tamayo
EXTINTA
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Yo soy el que mira y aprende. El que no se mete dónde no le concierne. El que, aunque esté triste, siempre parece alegre.