El estúpido Platón

Rubén Tamayo
EXTINTA
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3 min readOct 29, 2018

Conozco a una chica. Inteligente, culta, lectora voraz, podría decirse que es una intelectual. Tiene una visión de la vida y del mundo totalmente diferente a cualquier otra persona que yo haya conocido.
Lo más impresionante de todo es que esta chica, un tercio uruguaya, un tercio belga y otro tercio griega, se fija en mí. Le apasiona mi visión de la vida y el mundo. Se interesa por mi “obra”, la lee, la critica, la ensalza. Me dice, incluso, que soy un ser que llegará lejos si tengo suerte y perseverancia.

Nuestras conversaciones son de alto nivel intelectual. Hablamos de novelas, de cine (no siempre estamos de acuerdo y eso hace más interesante la relación social entre ambos). Se genera una suerte de tensión, no sé si sexual, pero sí mental. Una relación platónica en el más estricto sentido de su significado. Me deja muy tocado esta chica.

En el lapso de una semana nos vemos unas 4 veces, de las cuáles, una noche duermo en el sofá de su apartamento. Apartamento compartido con su pareja. No obstante, interpreto en sus comentarios que no está bien con él. Interpreto también que le atraigo, ahora sí, de una manera más física. Halagos.

A mí la chica me gusta cada día más pero, sinceramente, en ningún momento deseo besarla. En ningún momento siento una atracción sexual hacia ella… Me desconcierto puesto que ella es físicamente apetecible.

La última noche que la vi bebimos, nos emborrachamos. Vemos vídeos de comedia. Nos reímos. Su sentido del humor es elevado. Me encanta esta mujer. En el fragor de la borrachera ella me invita, de nuevo, a dormir en su sofá y yo le invito a que se recueste conmigo. Ella acepta.
Los primeros instantes son de cautela. No la toco, no me toca. Pero cada vez, su posición de comodidad es casualmente proporcional a lo cerca que está de mí. Me lanzo, la beso, me corresponde. Nos besamos. Sus besos son apasionados. Cejamos en besarnos. De nuevo, calma. Ahora sí, la abrazo. Dudo si iniciar el ataque para llegar a hacer el amor. Desisto. No sé porque. Volvemos a besarnos. Dudo otra vez si iniciar la ofensiva hacia el coito. Desisto. De nuevo, no sé porqué.

Al final me lanzo. La beso, acerco mi cuerpo al de ella, ella se aprieta hacia mí. Nos tocamos los cuerpos. Empieza el “juego” sexual. Ella se sube encima de mi. Nos sacamos la ropa. Hacemos el amor.

En ese instante, yo no dejo de participar físicamente del acto pero mentalmente no sé dónde diantres estoy. Ella culmina. Yo finjo que también. Dormimos abrazados. Yo tengo tremendas pesadillas causadas por el nivel de vino peleón y cerveza sin gas que tengo en la sangre.

Despertamos juntos y todo ha cambiado. Empiezo a pensar que todo ha sido un error. Es la primera vez que me ocurre que al despertar tras una noche de sexo creo que todo ha sido un tremendo error. Me voy de su casa besándola en la boca. Estoy muy incómodo y ella lo nota. Me lo dice. Le miento diciendo que estoy perfectamente.

Me marcho y paso el día, la noche y la mañana siguiente pensando qué demonios me ocurre en la cabeza.

Me atrae. Me encanta. Es genial. Pero por alguna extraña razón no tengo ganas de besarla ni de hacer el amor con ella.

Me planteo si lo que siento por ella no es más que una relación mental, platónica… Y por mucho que piense y dé vueltas al tema la respuesta no deja de ser Sí.

Y ésta es la historia de la primera mujer en mi vida a la cuál no veo como un maldito objeto sexual…

Verás cómo se pone cuando se lo diga.

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Rubén Tamayo
EXTINTA
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Yo soy el que mira y aprende. El que no se mete dónde no le concierne. El que, aunque esté triste, siempre parece alegre.