El mar de Bahía

Per Gaztelu
EXTINTA
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3 min readApr 14, 2018

Mireia estaba frente a las olas. Eran gigantes. Estaba anocheciendo y el blanco de la espuma era cada vez más azul, como si transmutaran en trozos de poliuretano que crecían junto a la arena con formas variadas. Altas e imponentes iban y venían dejando vibrar la arena cada vez más negra. La muerte ensombrecía al mismo tiempo el corazón de Mireia. La muerte estaba cerca, iba y venía y Mireia la sentía adentro y en sus pies, en el frío de la espuma abrazando la arena y sus dedos pintados, esas uñas que ahora se veían tan negras como la arena.

El dolor desaparecía cuando miraba el horizonte en busca de la nueva ola y volvía a aparecer con el mar congelando sus rodillas. Era una mezcla impía, una asquerosa secuencia de dolor y desinterés por el mundo que la rodeaba, por la historia de muerte y desazón que hacía temblar su pecho y desembarazaba gotas de agua salada.

Agua salada dentro de sus ojos y por la punta de sus pies.

Las lágrimas llegaban hasta su pecho cuando el agua le rodeaba la cintura en un encuentro indefectible que la llevó a sentir en el centro de su cuerpo la completa transformación que un cuerpo debe sufrir cuando le deja el alma. Mireia creía en el alma, ser incorpóreo que llena la carne para darle vida y sentido. Mireia estaba a punto de desfallecer justo cuando el líquido elemento tocó sus pezones.

La muerte aparecía en forma de ola rozándola y volvía para atrás quitando las algas de sus pies. Las lágrimas temblaban en sus mejillas. El frío, el viento, la noche y la maldita espuma envolvían la muerte que estaba llegando desde el cuerpo sin vida de su hermana, desde el precipicio y la caída, desde el asesinato o la estupidez. Lo que fuera. La había dejado sin alma gemela. Sin gemela y sin alma. Estaba sola en el mundo, sin esa persona que tanto la comprendía y que entendería completamente lo que ahora mismo que lo que estaba haciendo. Necesitaba sentir lo que ella sintió aquella noche oscura que ahora acercaba galopante oscureciendo la espuma y atrapándola después de su caída.

Estaba a punto de encontrarse con ella, con su hermana. A punto de dejar un cuerpo más para unirse con un alma que nunca la abandonó y que le susurra que la encontrará más adentro, más allá, en la profundidad. Más allá de la arena de puntillas, más y más adentro nadando a oscuras y perdiendo de vista una orilla que ya no significaba más que la muerte en vida, que no tenía otro sentido que dejar una alma gemela sin gemela y que la confundía con sólo sentir calor cuando ella lo que ansiaba era la noche, estar con ella. Mireia, quiero que seas mía, Mireia, hermana, dame la mano y deja marchar la vida.

El mar enfurecido azotó la costa con fuertes oleadas, con espuma blanca cada vez más azul y con un cuerpo sin vida que salió rodando con fuerza como si escupiera algo que ya no le pertenecía. Mireia ya no estaba allí, parecía ser un simple cuerpo sin alma, como ella diría. Aunque estaba de nuevo completa.

Pernando Gaztelu

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Per Gaztelu
EXTINTA
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Nacido en el siglo pasado, en una tierra lejana — para los que no viven ahí — donde la fantasía a veces se hace realidad y de donde muchos tratan de huir.