Pep Bras (un genio mutante y camaleónico que siempre viste elegante)

Pep Bras

Extinta Editor
EXTINTA
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8 min readApr 19, 2018

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Ciencia Ficción | Thriller | Humor

Nos consideramos fans incondicionales de este escritor al que conocemos desde hace años y que tanto nos ha enseñado. Es honesto, divertido, trabajador incansable y ama escribir tanto como a su familia. Generoso y loco creativo a partes iguales. Pero nadie mejor que él mismo para contarnos cómo crea, qué le inspira y cuál es su universo literario.

Hola. Me llamo Pep Bras y me he pasado la vida escribiendo, a veces para pagar la hipoteca (aceptando guiones por encargo) y otras para superar la dichosa enfermedad del escritor, esa que nos obliga a parir nuevos proyectos aunque sepamos que el dolor de las contracciones no va a costeártelo ningún editor que esté en sus cabales, a no ser que te llames Tom Wolfe o Belén Esteban.

La parte positiva: he tenido la fortuna de publicar veintitantos libros, algunos premiados (“El vaixell de les vagines voraginoses”, Premio La Sonrisa Vertical 1987; “Orgasmes escabrosos”, Premio La Piga 1991; “L’edat dels monstres”, finalista del Premi Sant Jordi, 1998; etc); y unos pocos traducidos a otras lenguas (“El vaixell…” al francés; “La niña que hacía hablar a las muñecas” al alemán y al holandés).

Dos cosas de las que me siento orgulloso:

1) siempre he escrito los libros que me ha dado la gana, sin hacer caso a las modas o a las sugerencias de algún editor.

2) Creo que soy un autor mutante. Quizá porque disfruto mucho leyendo literatura de género (novela negra, de terror, fantástico…) y eso ha acabado convirtiéndome en un escritor-patchwork. No busco un estilo con el fin de deslumbrar a los críticos sino el mejor tono para cada historia. Por eso he oído más de una vez que mis dos últimas novelas, “La vida en siete minutos” (Seix Barral) y “La niña que hacía hablar a las muñecas” (Siruela) parecen escritas por dos personas distintas. Y lo dicen como una crítica negativa. En cualquier caso os juro que nunca he contratado negros, cambio de estilo porque me divierte.

Aquí van unos fragmentos de los dos libros citados, para que juzguéis vosotros mismos.

Cada vez que levantaba la vista del portátil, Toni B. Murt veía un papel DIN A4 pegado con cinta adhesiva en la pared de su despacho. En él había escrito con un rotulador rojo muy grueso:

¡Vamos a escribir esa mierda!

Era una adaptación personalizada de la frase que pronuncia Martin Landau en “Ed Wood”, la película de Tim Burton sobre el considerado peor director de la historia del cine. Landau interpreta a Bela Lugosi, el Drácula del cine mudo, en el ocaso de su vida. Olvidado por todos, arruinado y adicto a la morfina, es rescatado por Wood para protagonizar algunos títulos de bajo presupuesto. Una noche en que le toca luchar con un falso pulpo gigante en una charca, Lugosi, que acaba de meterse un chute para insuflarse ánimos, se acerca con pretendida dignidad al equipo de filmación.

Es entonces cuando lo dice:

-Muy bien. ¡Vamos a rodar esa mierda!

Para sentirse exactamente igual que Lugosi, Toni no necesitaba drogarse. Le bastaba con abrir un nuevo documento en Mis Guiones, dentro de la carpeta Una estrella en la noche. Era el título del programa que le pagaba la hipoteca, los recibos del coche y los compulsivos caprichos electrónicos desde hacía cerca de dos años.

Fragmento “La vida en siete minutos”

Cada periódico olía de un modo distinto. La Croix, por ejemplo, apestaba a incienso y le hacía estornudar. Le Figaro tampoco le gustaba, porque desprendía un ligero tufo a queso rancio. La Presse no estaba mal, algo dulzona para su gusto. En cambio, su favorito, L’Écho de Paris, olía siempre a jugoso filete con pimienta. Era abrirlo, agitarlo suavemente y ponerse a salivar. Antoine adoraba la carne poco hecha.

Había un redactor en especial, Henri Village-M., que le tenía conquistado. No estaba asignado a ninguna sección en concreto. El domingo podía opinar sobre la economía mundial con grandes titulares y al día siguiente lanzarse a una apasionada crónica deportiva. Pero su estilo era inconfundible. En vez de limitarse a contar lo ocurrido, conseguía que el lector se encontrara allí, viviendo los hechos al mismo tiempo que sus protagonistas. Para conseguirlo, iba sembrando todo el texto (la noticia, el comentario, lo que fuese) de una multitud de descripciones y diálogos, de detalles tan minuciosos que uno, sin darse cuenta, llegaba al final de la lectura conteniendo el aliento, preguntándose si aquello había sucedido realmente de ese modo o si se trataba del caprichoso invento de un genio literario.

En la edición del 7 de noviembre hablaba de la muerte del poeta Jacques Rigaut. Para hacerlo, usaba una estructura sorprendente. Comenzaba remontándose al año 1877, en el instante en que el pintor Édouard Manet sufrió uno de sus más legendarios arrebatos. Se encontraba en su taller de la Rue Saint Pétersbourg charlando animadamente con su amigo Zacharie Astruc (bromeaban sobre el hecho de que este último sostuviera un libro de poemas de alto voltaje erótico en el óleo de Henri Fantin-Latour Un atelier aux Batignolles) cuando, de pronto, Manet cambió de expresión, agarró con fuerza la mano de su amigo y la mordió, haciéndole sangrar.

–¿Te has vuelto loco?

–Debo hacerlo, Zacharie. Un hombre va a morir.

Rápidamente, empapó un dedo en la sangre y trazó una línea en zigzag en el centro de un lienzo en blanco. Luego cogió un pincel y, en pocos segundos, esbozó el resto, convirtiendo ese rojo brutal en la eterna herida en el pecho de Le suicidé, una de sus obras más sobrecogedoras. Hasta aquí, la anécdota histórica. Lo realmente extraño, según el artículo, era que el cuadro era la imagen exacta de la muerte de Rigaut. Como si Manet la hubiera presenciado más de medio siglo antes.

Todo coincidía. El cuerpo desplomado sobre la cama pero con los pies todavía apoyados en el suelo, como si la muerte solo le hubiera afectado de cintura para arriba y Rigaut se dispusiera a levantarse de un momento a otro. Los zapatos resplandecientes, recién lustrados, tal vez intuyendo que en el más allá no sería fácil encontrar betún.El revólver negándose a caer de la mano derecha.El rojo beso mortal en la camisa blanca. Las sábanas blancas, la almohada blanca, las paredes blancas.

La colcha empapada de la sangre del poeta.

Henri Village-M. añadía a continuación una serie de datos estrictamente periodísticos: Rigaut se encontraba alojado en el Gran Hotel de la ciudad de Palermo a la espera de ingresar, al día siguiente, en la clínica de desintoxicación Kreuzlingen. Se había hecho acompañar por su amiga Carla Orengo, la sensual mujer de raza negra que, según algunos rumores, rivalizaba con Rita Malú por el corazón de Picabia. Al parecer, ella dormía en la habitación contigua cuando Rigaut apretó el gatillo.

El disparo no la despertó.

No oyó el gemido de Rigaut, sorprendido porque la bala, esta vez sí, había conseguido escapar del vetusto revólver de su abuelo (no habría sido la primera vez que accionaba el percutor y no ocurría nada). No oyó el golpe seco que hizo el arma al caer sobre la alfombra, ni los aspavientos del aspirante a suicida postrándose de rodillas en el suelo, incapaz de gritar, ahogándose en su propia sangre, arrastrándose desesperadamente en busca de ayuda. No le oyó intentar abrir la puerta que comunicaba las dos habitaciones, ni sollozar para sus adentros como una cuerda de violoncelo tañida por un soplo de brisa cuando la encontró cerrada. No le oyó golpear la madera débilmente. Arañarla. Entonces Rigaut debió de calcular las pocas fuerzas que le quedaban y tomó la decisión de regresar a la cama. Fue su última odisea y la más costosa de su vida, más que los dos largos días que había pasado perdido en la selva de Port Actif, aullando a los cuatro vientos su obsesivo amor de juventud por Georgia O’Keeffe.

Coger de nuevo el revólver. Ponerse en pie centímetro a centímetro. Dejarse caer de espaldas sobre el colchón, con los brazos en cruz, al fin convertido en un cadáver.

Era anatómicamente imposible que hubiera hecho todo eso después de dispararse. La bala le había atravesado el corazón. Sin embargo, lo hizo. Había informes de la policía que lo demostraban.

¿De dónde, pues, sacó las fuerzas?, acababa preguntándose el autor del artículo. Según él, solo existía una respuesta posible: de su exorbitante ego de artista. Alguien como Rigaut no podía morirse de cualquier manera, renunciando a inspirar póstumamente a Édouard Manet.

Fragmento de “La niña que hacía hablar a las muñecas”

Supongo que empecé siendo eso que llaman un escritor brújula, puliéndome novelas en tres semanas, me lanzaba a la piscina sin tener ni la más remota idea de lo que va a pasar en el siguiente capítulo. Desde hace cinco o seis años soy todo lo contrario, el típico autor-mapa, incapaz de escribir una sola línea sin antes haber escrito una minuciosa biblia. Para “La niña…” me pasé más de seis meses planeando la historia en un documento de 60 páginas. Supongo que por eso me aceptaron de profesor de novela en l’Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès.

Tengo un montón de libros favoritos, demasiados para citarlos, pero soy fan de Ambrose Bierce, Stefan Zweig, Las mil y una noches, Raymond Carver, Yasunari Kawabata, Cortázar, John Irving, Lovecraft, Boris Vian, Pere Calders, Pedrolo, Fred Vargas, Poe, Dumas padre, Chandler, Hammett, Don Winslow… Y paro que me estáis liando.

Dibujo. Me gusta dibujar. Mi padre dibujaba un millón de veces mejor que yo e intentó que siguiera sus pasos. Lástima que no me esforzara bastante.

También toco la guitarra, sobre todo la acústica. Sin tener ni idea de solfeo y sin tocar ni una sola pieza conocida. Pero me relaja hacerla sonar unos minutos al día.

Me he casado dos veces. Una mal y otra bien. Con Nana llevamos ya 25 años casados y al menos hemos hecho algo bien: le pusimos Alba.

Encontraréis más detalles de sus libros, guiones, dibujos, vida y milagros en su web:

http://www.pepbras.com

Ah, y cuando se aburre escribe lo que se le pasa por la cabeza en el blog Diario de un calvo:

http://www.pepbras.com/_blog

Otros enlaces:

Pep, si no existieras, hubiéramos necesitado crearte en nuestras páginas. Sin embargo, la realidad siempre supera la ficción y no hubiéramos logrado describirte en toda tu dimensión. ¡Bienvenido!

Pep Bras en Medium.

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Más allá de la tinta están las manos de un escritor.