El agua moja, el tabaco mata
Si la libertad de cátedra aún me asiste no me expedientarán por decir esas obviedades. A lo sumo lo harán por correr tanto en la última lección del curso e hilar una tontuna con la otra.
Como bien saben los fabricantes de esas bayetas de color amarillo, al ponerlas en contacto con el agua esta asciende, es decir, el trapo la absorbe, fenómeno que ocurre por capilaridad. Lo que se traduce en que el agua moja el trapo. Para que dicho proceso tenga lugar la fuerza de adhesión entre el líquido y la trama sólida de fibras de la bayeta ha de superar la fuerza de cohesión entre las moléculas del agua. Este segundo tipo de fuerzas son precisamente las que llevan a los líquidos a formar gotas, y son las causantes de la resistencia que sentimos al querer por ejemplo hacer crecer una pompa de jabón que creamos soplando a un pompero.
La cantidad que nos da una idea de la afinidad a formar gotas que tendrá un líquido en concreto se denomina de forma genérica tensión superficial, y es la responsable de algo tan espectacular como hacer que los nadadores a espalda parezcan Voldemort justo antes de emerger del agua. Si una ya se pone exquisita en clase puede contar que, por ejemplo en la industria de gotas oftálmicas, subcontratan a laboratorios de física para medir la tensión superficial de sus productos y compatibilidad con la fisiología del ojo. Lo hacen con un método muy sencillo, que consiste en llenar un tubo delgado (capilar que se llama) y dejar que por acción de la gravedad vaya formando una gota hasta el límite en que se desprenda y caiga. Dicen que se hace usando una ley que lleva el nombre de Young y Laplace que fueron el presentador y el perfeccionador de la misma. La gota en la vida real tendrá forma de pera, pero en clase, siguiendo con la tradición de los físicos del lugar (de este y de aquel) se supondrá que tiene forma de esfera.
Luego ya con el triple mortal agrupado se deja al alumnado hirsuto diciendo que una pompa de jabón viene siendo nada más que un par de gotas, así que metes un factor dos en el resultado y a tirar millas.
En ese momento pronuncias la frase mágica: “esto no entra en el examen”. Así que ya puedes proseguir a la siguiente pirueta. La evolución ha convertido nuestros pulmones en una especie de cestas llenas de racimos de uvas. A esos granos de uva se les llama alvéolos, y son unas paredes celulares llenas de liquidillo. Cuanto más pequeños más superficie hay disponible para el intercambio de gases en que consiste nuestra respiración, y todo irá mejor. Para hinchar ese alveolo hace falta ejercer una presión que venza la cohesión del liquidillo. En concreto, la ley de Young-Laplace necesitaremos una presión mayor cuanto más pequeñito sea el alveolo, pero que esto se puede aliviar si la tensión superficial del líquido es pequeña. Es por eso que esa pared tiene una cierta proporción de lípidos que hacen eso precisamente, reducir la tensión superficial del agua que es el principal relleno de esa pared.
Si esos complejos equilibrios se rompen por los efectos devastadores de, por ejemplo el tabaco, los alvéolos se fracturan y forman bolsas más grandes, el tamaño efectivo de la superficie disminuye y el intercambio de gases se ve comprometido. Este párrafo explica algo que no tiene ya una relación directa con la física, pero es la física la que me ha conducido a esta meta moralizante que creo que nunca está de más: el tabaco mata. Y también lo hace sus sustiputo electrónico.
