La comida, la gran arma de destrucción masiva.
Restaurantes a reventar, dietas mágicas y recetas healthy. Esto es lo que rodea a la sociedad del “primer mundo”. Mientras una parte de la población se pone las botas, la otra se muere de hambre y, la tendencia va a seguir así al menos, diez años más. Un informe de la FAO concluye que la desnutrición en niños y la obesidad en adultos están aumentando, a la vez, incluso en los países de ingresos bajos y medianos y que, de momento, no tiene previsto cambiar de tendencia.
A día de hoy, hay 600 millones de adultos y 41 millones de niños obesos. Esos son muchos millones. La obesidad es consecuencia de consumir más energía de la que gastamos y un factor importante en enfermedades como las cardiovasculares, la diabetes y algunos tipos de cáncer. Vamos, que comer más de lo que nos movemos nos puede llevar a un no muy buen desenlace.
El problema de la obesidad está sobre todo en América del Norte, Europa y Oceanía, donde el 28% de los adultos son obesos y en América Latina y el Caribe, aproximadamente, una cuarta parte de la población adulta actual es considerada obesa.
Al otro lado de la balanza, nunca mejor dicho, están los 124 millones de personas, 17 millones de ellos niños, con desnutrición o riesgo de padecerla (según los últimos datos de la FAO de 2016). Aunque no seamos de números cabe preguntarse, ¿se podrían compensar estas cifras de alguna manera? ¿cómo es posible qué aún sigamos así?
Los conflictos y el cambio climático, que algunos aún dicen que no existe, son los culpables de la desnutrición. Generalmente, una dieta inadecuada, la falta de recursos, a asistencia sanitaria y agua potable traen miseria y hambre.
En 2018, las crisis alimentarias afectarán sobre todo a África y a parte de Asia. La comunidad internacional, se ha comprometido a poner fin al hambre y a todas las formas de malnutrición en el mundo para el año 2030, ¿lo conseguirán?
