Una nave minera

Aventuras de un cosmonauta.

Ignacio Benavides
Falsos recuerdos

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Nos dirigimos al Cinturón de Kuiper, en una rutinaria expedición minera. Mi tripulación está emocionada. Voluntad es mi primer oficial y segundo al mando, Pasión está a cargo del timón, Sensatez es mi nueva navegante, Experiencia es nuestra ingeniera mecánica y Curiosidad se encarga del radar.

Tiempo atrás yo dirigía desde el timón. Era muy torpe en ello, definitivamente me hacía falta Pasión; esta nave viaja mejor así. Voluntad me ayuda a dirigir a todos, es buena líder. Sensatez toma la mejores rutas, creo que es la mejor en su puesto. Ningún problema puede con Experiencia, a veces le pido consejo para otros temas aunque no sean mecánicos. Curiosidad siempre encuentra los mejores asteroides, ella no tiene miedo a equivocarse, no como yo.

Tengo una buena tripulación aunque me haga falta Locura. Por alguna razón, ella me hacía sentir completo. Viajé muy lejos para entregarme a ella, pero en algún punto la perdí; supongo que me hace falta algo. Aún no sé qué puede ser.

Volar hacia el cosmos siempre es emocionante y estamos listos para ir a visitar, una vez más, las afueras de nuestra zona de confort. La última vez Curiosidad descubrió mucho oro y platino en un asteroide, esperamos encontrar uno con composición similar. Viajaremos casi a la velocidad de la luz, nos tomará unas 7 horas llegar a nuestro destino.

A esta velocidad, el tiempo transcurre apenas escribo esto.

Ya debemos estar justo encima del Cinturón de Kuiper y la nave empieza a detenerse. Le he ordenado a Curiosidad localizar el asteroide más cercano. El radar no detecta ninguno.

Experiencia informa que la telemetría no muestra irregularidades en el equipo. Entonces Sensatez nos da la noticia, las estrellas no están donde deberían estar. En un esfuerzo en conjunto, Curiosidad y Sensatez localizan lo que parece ser Alfa Centauri en una locación increíble y a una distancia imposible.

La humanidad siempre se ha esforzado en estirar sus brazos y coger un poco de cielo. Nuestra mirada está más allá de lo que nuestros ojos pueden ver. En los tiempos en que Locura me rechazaba una y otra vez, me daban ganas de navegar hacia el cielo profundo y cortarlo con mi nave en un viaje sin regreso. Aún con toda la potencia, solamente cruzaría las primeras estrellas. Ahora estamos más lejos, superamos el límite que las matemáticas nos imponían.

Jamás supimos cómo pasó. Francamente, ya no importaba.

Pasión, Curiosidad e incluso Voluntad estaban sorprendidas e inesperadamente felices. Experiencia estaba inquieta, esto era desconcertante para todos, pero afectaba muy fuerte a Sensatez.

Dejamos los instrumentos y nos reunimos en el observador para deducir de forma improvisada nuestra posición en el firmamento. Parecía que estábamos muy cerca de la nebulosa de Orión y a más de 1300 años luz del sistema solar.

Aturdidos por la extraña situación y sin muchas opciones, decidimos ir a visitar la nebulosa. Si no teníamos idea de cómo volver, al menos veríamos de cerca una parte del cosmos con el que crecimos observando desde tierra firme. Sensatez, un poco asustada, fijó el rumbo y Pasión nos llevó allá.

La vista que teníamos era difícil de describir. Muchos sueños se habían posado sobre esa nube brillante en el cielo, era injusto ponerle otra forma. No nos sentíamos merecedores de tal revelación. Inesperadamente, la difusa nube brillaba más fuerte mientras nos acercamos. Ese lugar era un caldo primordial de estrellas. Ese polvo cósmico es creador de mundos y, con un poco de suerte, de vida. Ahí estaban, partículas chocando unas con otras, siguiendo reglas que apenas podemos comprender mediante la observación.

Aun cuando nuestra teoría para describir el universo está incompleta, tenemos certeza de sus efectos: nosotros.

La existencia es algo maravilloso cuando miras de qué estás hecho y cómo fuiste formado: Del resultado de una danza interestelar en el vacío del espacio, en plena oscuridad, las partículas de materia se atraen a sí mismas, como incontables amantes inseparables. Si se junta lo suficiente empezará a brillar. Eso somos, materia luminosa, llena de energía y movimiento.

Tan cerca de la nebulosa y tan lejos de casa, pero no me sentía solo. Mientras más cerca estamos del centro de ese cuerpo celeste, más tranquila estaba la tripulación. A todos nos penetraba una paz interior con sólo contemplar la imagen que teníamos en frente.

Sensatez y Experiencia observan ya con placidez el espectáculo. Pasión y Curiosidad están absortas redescubriendo el cosmos. Voluntad, se acercó a mí, tomó mi mano y la puso sobre el acelerador.

—Sé que quieres hacerlo. Vamos.

Fueron las últimas palabras que escuché de ella. Después de unos 3 años cruzando la nebulosa empecé a dejar de ver a Voluntad en la nave, se había desvanecido. Sin embargo, aun sentía su presencia.

Experiencia y Sensatez hicieron lo mismo un par de años después de Voluntad. Habían bajado al cuarto de máquinas y no volvieron a subir. Fui a buscarles pero no las encontré, aunque la maquinaría funcionaba armoniosa como si hubiera sido calibrada por un relojero.

Curiosidad fue la siguiente en desvanecerse. Creo que estaba satisfecha y cansada, había sido todo un espectáculo para ella.

La nave seguía penetrando la nebulosa de Orión. Pasión se había quedado conmigo hasta el final. Insistía en que al salir, debía ir y encontrar a Locura. Jamás le había visto tan emocionada, no desde la primera vez que surcamos los cielos. Supongo que tenía buenos motivos, después de todo, ella nació gracias a Locura y me impulsó a navegar por el cosmos.

Pasión y Voluntad me habían dado fuerza para ir por mi amada. En ese entonces no comprendía lo que era amar, no así de profundo, no así de platónico. Decidí surcar más allá de los cielos para construirme y, aunque suena un poco ridículo ahora, sentirme digno de Locura. Hace mucho que dejé de hacerlo por ella, ahora sólo seguía a Voluntad y Pasión. En el caminó encontré a Experiencia después de muchos errores, no habría llegado tan lejos sin ella. Sensatez nunca estuvo cómoda con Locura, pero aprecio su apoyo, ella es el contrapeso de Pasión. Invaluables compañeras todas, pero debo darle su lugar especial a Curiosidad; no puedo hablar mucho de ella, sería como hablar de mi mismo ya que había estado conmigo desde que tengo memoria.

El objeto celeste había empezado a quedarse atrás. Me sentía un poco solo en cubierta ahora que estaba de nuevo adentrado en el espacio y aunque mi tripulación se había desvanecido, todo parecía estar en su lugar. Los brillos de Alnilam calentaban la parte trasera de la nave. En el vacío, uno puede sentir como la radiación luminosa te impulsa tan fuerte como una voluntad de poder que ni siquiera Nietzsche se habría imaginado. Mi nave se aceleraba sola.

¿Qué debía hacer?

Volver a casa había dejado de ser una opción muchos años luz atrás. Indecisión. Incertidumbre.

¿A dónde debía ir?

Una sensación de nostalgia me empezaba a invadir lentamente. Ese vacío que todos sentimos alguna vez se hacía presente. Muchos lo llenan con religión y otro tipo de creencias que para mí habían dejado de tener sentido. Esas cosas ya no pueden llenar mi alma, no después de descubrir el cosmos, su inmensidad, su calor natural, su orden y su caos. Creo que no tiene sentido justificar un vacío con una fantasía y menos aún, confundir su ser. El cosmos es. El universo es. Necesitamos saber más, pero no hay prisa, no como para inventar dioses u otras causas.

Tan lejos en espacio y tiempo de cualquier otra forma de vida, y yo seguía existiendo. Lo había entendido, apresurarse en vivir es también apresurarse a morir. No le tengo miedo a la muerte —después de todo, polvo de estrellas soy y en polvo de estrellas me convertiré— o al menos creo que podré encararla, es sólo que estaba disfrutando mucho ese momento.

El cosmos es aún muy grande y hay que seguir sin prisa, pero sin detenernos. Aprovechando el último impulso de luz de Alnilam, calculé una torpe ruta hacia un objeto celeste desconocido y encendí una vez más los viejos pero calibrados motores de mi nave. Los momentos son un regalo y sería muy descortés rechazarlos.

A medida que mi nave aceleraba y la luz de las estrellas que se vislumbran por la cabina se torcían en colores azules y violetas, formando curvas paralelas unas de otras como si me estuvieran abrazando en una especie de túnel de ensueño, sólo podía pensar en lo que me encontraría al llegar a mi destino.

Aun sentía la presencia de mi tripulación y, aunque extraño también, sentía la presencia más fuerte que nunca de mi amada Locura.

Me pregunto si la encontraré a donde voy.

Ahora que lo pienso, jamás supe a dónde fue. La última vez que la vi estaba en el horizonte de lo que mi visión alcanzaba a percibir, pero ella tenía la mirada fija más allá, hacia un lugar lejano y distante para mis sentidos. Me gustaría escuchar algo de ella. Me gustaría abrazarla otra vez.

Supongo que sólo si voy, lo sabré.

Es hora de seguir navegando, después de todo soy un cosmonauta. Perdido en el cosmos y aun me siento como en mi hogar. Aquí es donde pertenezco, en el finito pero inconcebible espacio profundo.

Tengo el capricho de dedicarlo a Juan Pablo Cantón y Alejandra Figueroa.

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