El estado de bienestar de libre mercado, ¿suena como un oxímoron? Piénselo una vez más, dice Samuel Hammond, un analista de política del Niskanen Center en Washington DC, quien en un documento publicado recientemente argumenta que los defensores del libre mercado deberían acoger la idea del estado de bienestar.
El punto de partida del razonamiento de Hammond es que el capitalismo de libre mercado-especialmente en el mundo globalizado de hoy, con un comercio internacional en aumento y movilidad laboral- causa no solo la inmensa acumulación de la riqueza, sino también disrupciones. Las industrias son destruidas o se van y la gente, usualmente los menos favorecidos, son dejados atrás. En su desesperación y con el sentimiento de inseguridad, sin ningún medio suficiente para poder salir adelante, recurren a voces alternativas en la política, que prometen un cambio radical y la seguridad que aquellos “dejados atrás” buscan tan desesperadamente.
La solución a este problema es tener un gran estado de bienestar, interviniendo para quienes lo necesiten. De esta manera, podríamos cosechar los beneficios del mercado mientras ayudamos a aquellos afectados negativamente por los resultados. “No debería ser una sorpresa, entonces, que algunos de los mercados más abiertos y libres también tengan algunos de los mayores estados de bienestar”, señala Hammond.
No es de extrañar que esos mercados sean primero y, sobre todo, países escandinavos, aquellos “Valhallas socialistas” con partidarios acérrimos de la talla de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn. Por supuesto, Hammond señala de manera acertada que esos países realmente tienen mercados relativamente libres, al tiempo que conservan un sólido sistema de seguridad social.
“Se podría argumentar que aquellos que se benefician de la economía de mercado tienen el deber de ceder parte de su riqueza para ayudar a los pobres, haciendo que un crecimiento económico bajo, sea un mal necesario en una sociedad armoniosa.”
Pero la pregunta clave es si esos países tienen éxito debido a esta combinación, o a pesar de eso. De hecho, se podría decir mucho acerca de cómo los vastos estados de bienestar de los estados nórdicos han sido un obstáculo para el crecimiento económico, particularmente cuando se consideran las tasas impositivas criminalmente altas necesarias para sustentarlas. Por otra parte, uno podría argumentar que aquellos que se benefician de la economía de mercado tienen el deber de ceder parte de su riqueza para ayudar a los pobres, haciendo que un crecimiento económico bajo, sea un mal necesario en una sociedad armoniosa.
Pero incluso entonces, el ejemplo escandinavo sigue siendo inapropiado. Usar estados de bienestar con poblaciones de entre cinco y diez millones como ejemplos del por qué los Estados Unidos con más de 300 millones de habitantes-o el Reino Unido con más de 60 millones-necesitan un estado de bienestar más grande, es preferentemente cuestionable. Otra cosa importante a tener en cuenta sobre lo que hace que los estados de bienestar escandinavos sean más funcionales que otros, es el hecho de que sus sociedades son generalmente más homogéneas. Como lo han señalado varios economistas, existe una tensión entre la diversidad y un estado de bienestar cohesionado.
De hecho, las oleadas populistas en torno a Occidente pueden atribuirse, entre muchas otras cosas, a la percepción de que los inmigrantes están aprovechando injustamente el sistema de bienestar social — basta con la promesa de Donald Trump de construir un “hermoso muro” en la frontera mexicana, las promesas de los Brexiters para poner fin a la libertad de movimiento, o la reacción alemana contra los refugiados. Vemos la misma ola populista en Escandinavia, donde, después de haber acogido a los refugiados a costa del dinero de los contribuyentes, los Demócratas de Suecia de la extrema derecha cuentan ahora con más del 20% en las encuestas, bastante mal para los estados de bienestar que, se supone, son un baluarte contra el populismo.
Es difícil ver cómo crisoles de diversidad como los Estados Unidos o Gran Bretaña -una característica potencialmente positiva de la sociedad si se basa en la cooperación voluntaria- serían más prósperos si tan solo tuvieran un sistema de redistribución más coercitivo. Existe un riesgo relacionado de que sociedades diversas con grandes estados de bienestar solo realcen la distinción entre “ellos” y “nosotros”.
Aunque nadie niega la importancia de ayudar a aquellos en necesidad, es importante derribar la idea de que es solo el Estado el que es capaz de proveer bienestar social.
Después de todo, fue la sociedad civil la que asumió el papel de “estado de bienestar” en el pasado. No se puede exagerar el papel definitorio que las instituciones sociales profundamente arraigadas, desde la familia hasta la Iglesia e incluso la simple comunidad local han jugado históricamente. Por supuesto, el “espíritu de asociaciones” que Alexis de Tocqueville percibió tan fuertemente en Estados Unidos todavía existe, particularmente en los Estados Unidos, pero ha sido desmantelado por gobiernos centrales en constante expansión.
Existía una gran variedad de organizaciones civiles. Caridades y sociedades benevolentes son buenos ejemplos. Y, a pesar de sus muchas fallas, los gremios y los sindicatos también ofrecieron una versión no estatal de bienestar para sus miembros. También podríamos mencionar las sociedades fraternales de América, que jugaron un papel importante a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, antes de desvanecerse con la llegada de la era del New Deal.
Al desarrollar estados de bienestar modernos, los gobiernos en todo el mundo occidental han disminuido tanto la cultura como las instituciones voluntarias de bienestar y caridad. El Gobierno ha reemplazado a la sociedad civil como proveedor de cuidado.
Por lo tanto, aunque Hammond tiene razón en que se deben encontrar soluciones para mitigar los efectos colaterales de la “destrucción creativa”, eso no significa necesariamente expandir el ya enorme papel del Estado. En su lugar, los defensores del mercado libre deberían buscar un fortalecimiento de la sociedad civil, combinado con una economía rica en empleo, para ayudar a los que se han dejado atrás. Al final, responder al escepticismo sobre el papel de los mercados libres argumentando a favor de más estatismo podría ser un oxímoron después de todo.
*Este artículo fue originalmente publicado en FEE.org y traducido por José David Ayala