¿Cuál es la esencia de la pesca con mosca?
Cómo tantos otros, me gusta llamarme “pescador con mosca”. Soy un pescador con mosca. De esos que se visten de locos con sus trajes de goma hasta las axilas. De esos que se meten en medio de los ríos y baten una línea en el aire como desaforados. De ésos que se van a perder al fin del mundo durante las vacaciones de verano.
Parecería que existe algo así como la pesca con mosca. Pero, ¿hasta qué punto podemos poner el dedo sobre el concepto “pesca con mosca”? ¿Es realmente la pesca con mosca una práctica con una identidad perfecta?
Antes de divagar en conceptos abstractos, fijemos la mirada en lo más cercano: ¿dónde hay pesca con mosca?
Un inglés vestido de tweed persigue asustadizas truchas en transparentes manantiales que escurren sobre lechos de caliza en medio de una verdísima pradera. Sus armas son una delicada caña de bamboo, una línea de seda y señuelos atados de plumas que se posan delicadamente sobre la superficie del agua y flotan río abajo imitando un diminuto insecto.
Un noruego, equipado de una poderosa caña de dos manos, lanza un enorme señuelo de colores naranja y amarillo a 20 metros de distancia, intentando alcanzar la otra orilla de un gran río que desemboca en el Mar del Norte. Los salmones del Atlántico se agolpan, frenéticos, unos junto a otros, impertérritos ante el golpe del enorme señuelo contra el agua. Alguno, agresivo, atraviesa la columna de agua persiguiendo el torpedo naranjo que cruza zumbando de un lado al otro del río.
Un polaco con la nariz colorada se aproxima a una corriente en un turbulento esterito de montaña, con una larguísima y delicada vara de carbono. No lleva casi línea en su carrete, sólo 20 metros de nylon terminados en un juego de 3 moscas fuertemente plomadas. De una volea, lanza sus tres perdigones a unos pocos metros de distancia y los guía río abajo con la puntera de la caña. Bajo una blanca espuma coge una trucha fario detrás de otra. Tan cerca está de ellas que parecen salir de bajo de sus zapatos.
Un norteamericano rubio, brutalmente quemado por el sol, se deja deslizar en su skiff entre los arrecifes de coral del Mar Caribe. En medio del sol abrazador y el olor a sal, su caña, que parece más un palo de escoba que un instrumento de pesca, se dobla completamente hasta el límite de sus capacidades físicas. Al otro lado de la línea, un pez de fisionomía prehistórica salta fuera del agua a lo menos un metro tratando de liberarse de su captor.
Un chileno piensa en todo esto y no puede dejar de preguntarse:
¿Cuál de todos ellos es el pescador con mosca?
La pesca con mosca no es un deporte. No es un deporte como podría serlo el fútbol o el tenis, deportes de reglas claras. El reglamento del fútbol deja clarísimo cuando un juego es fútbol y cuando no lo es. — Dígame… ¿en su deporte se puede tomar la pelota con las manos? — Sí .— Entonces no es fútbol. ¿Se juega de a 2 equipos y con 11 jugadores por lado? Ahí sí nos estamos acercando.
En la pesca con mosca, por otro lado, no hay nada de esto. Tanto el inglés, el noruego, el polaco, el norteamericano y el chileno son pescadores con mosca. Ninguno está rompiendo las “reglas” de la pesca con mosca al usar tan disímiles técnicas ni equipos. Ninguno es “menos mosquero” porque persiga presas tan distintas. La pesca con mosca no tiene reglas en este sentido.
¿Pero entonces, qué sentido tiene hablar de la pesca con mosca? ¿No era que la pesca con mosca era la de las botas hasta las axilas, y las contorsiones con la caña? ¿No era tan especial y distinta de la pesca deportiva de las cucharitas y los caimanes?
La pesca con mosca sí tiene una esencia, pero no una esencia fija y absoluta como la de los deportes reglamentados. La pesca con mosca es más bien una tradición deportiva. La pesca con mosca es una familia de formas de pescar, más o menos emparentadas, pero que todas comparten un origen y, a partir de él, una tradición.
Y por lo mismo, la pesca con mosca es un lugar de significado, un lugar desde donde comprendemos la vida al aire libre. Así como Latinoamérica comparte un idioma y una historia común y, por eso mismo, una cierta mirada y una perspectiva sobre las cosas — desde cien años de soledad hasta el chavo del ocho — , los pescadores con mosca nos reconocemos por pertenecer a una tradición deportiva que hace de nuestra práctica algo mucho más rico que la mera captura de peces por deporte. Aprender a pescar con mosca es iniciarse en un mundo que tuvo sus inicios en Inglaterra hace más de 500 años y que ha tenido una larga maduración en distintos tiempos y lugares.
Es por esto que me opongo a aquellos pescadores que no consideran ciertas formas de pesca con mosca como dignas de su tiempo. “No, yo no pesco con streamers, eso no es, en realidad, pescar con mosca. ¿Ninfa checa?¿Moscas plomadas?¿Pero de qué estamos habbblaaando?”. Creo más bien que somos todos descendientes legítimos de aquellos primeros pescadores con mosca. El resto son disputas de herencia y de ver cual de todos los hijos se queda con el título, adornado por la pátina del tiempo, de “Pescador con Mosca”.
Quien se inicia en la pesca con mosca es como quien aprende a tocar la guitarra. Una cosa es saber tañir las cuerdas; otra muy distinta es poder tocar con un grupo una pieza de jazz gitano, un son cubano, un riff de Led Zeppelin o una cueca. De la misma manera, existen muchas formas de pescar con mosca, asociadas en su origen a diferentes regiones regiones del planeta y a las exigencias propias que imponen las especies de peces que se puedan capturar en ellas. Así, las condiciones de pesca de un estero de montaña en la región metropolitana serán otras que las de un río como el Puelo. Y, evidentemente, las técnicas a utilizar serán distintas.