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24 de mayo de 2018

Maternidad secuestrada

Nueve meses después de que la violencia forzara a miles de rohingyas a dejar Myanmar, las condiciones de las mujeres embarazadas de uno de los mayores campamentos de refugiados del mundo siguen siendo duras, sobre todo para las supervivientes de la violencia sexual.

UNICEF
Fotografía y cambio social
6 min readMay 24, 2018

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Cuando se desató la violencia en Myanmar en agosto de 2017, más de medio millón de rohingyas huyeron a Bangladesh. Poco después, se dieron a conocer cifras aterradoras de violaciones y violencia sexual contra mujeres y niñas. Hoy, muchas de ellas se enfrentan a la posibilidad de dar a luz en uno de los campamentos de refugiados más grandes del mundo. Estas son algunas de sus historias.

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“Las violaciones eran frecuentes en Myanmar. A algunas mujeres las mataban después de violarlas y a otras las secuestraban”, contaba Nafiza, de 15 años, en el refugio cubierto de lona que es su hogar en un campamento de refugiados de Bangladesh.

Está de siete meses y cree que se quedó embarazada cuando la violaron unos soldados del ejército de Myanmar. Nafiza se había casado un año antes de irse de allí.

“Perdí a mi esposo en medio del caos y no he vuelto a saber nada de él. No sé si estará muerto o herido”.

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La vida de Azara, de 20 años, quedó destrozada con la llegada del ejército a su aldea. La violaron y la dejaron por muerta.

“He perdido a toda mi familia, pero si Dios me concede un hijo o una hija podré seguir viviendo. El pensamiento de verlo llegar al mundo y mirar al cielo me da fuerza”. Cuando le preguntan qué les diría a otras supervivientes de violencia sexual, Azara es concisa: “Les diría que no se preocupen ni tengan miedo”. “Hay que hacer todo lo posible para sobrevivir, por el bien del bebé”.

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Arefa, de 17 años, huyó a Bangladesh inmediatamente después de enterrar a su esposo, al que mataron en una protesta. Después de que la separaran de su familia en el bosque, la violaron. Ahora está embarazada y no está segura de quién es el padre (su esposo o el hombre que la violó).

“Dar a luz no es fácil, estoy un poco asustada”, dijo. “Es mi primer bebé y estamos en un campamento de refugiados”.

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Rahenah, de 15 años, estaba cocinando cuando llegaron los soldados.

“Las niñas no pudimos escapar. Nos capturaron y nos ataron a un árbol. Después nos violaron”.
Encontró a su esposo en el bosque y huyeron juntos a pie. “Casi llegando a la playa, unos soldados le dispararon a mi esposo y lo vi morir en la arena. Tenía 19 años”. Rahenah está contenta por ser madre, pero le preocupan las condiciones del campamento: “Si mi bebé sobrevive, haré lo posible para que reciba una educación”.

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“Llevábamos casados tres o cuatro meses cuando mataron a mi esposo”, recuerda Sameera, de 17 años.

A ella la violaron dos días después. Tres soldados llegaron a su puerta con dos niñas rohingyas. Las violaron a las tres. Dos recibieron fuertes golpes: a Sameera le pegaron con la culata de una pistola.

“Soy yo quien dará a luz al bebé, así que será mío, da igual quién sea el padre”, dijo.

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Supriti, de 30 años, presenció el asesinato de tres de sus hijos y de su esposo. Unos soldados la violaron a ella y a siete mujeres más en una casa mientras ardían unos edificios de la aldea. Ahora, en Bangladesh, Supriti depende enormemente de la hija que le queda, ya que tiene una profunda herida en la cabeza que, según dice, le causó uno de los atacantes con un machete. Conoce el peligro de la trata de niños en el campamento y está preocupada por su hija.

“Tengo que estar atenta a ella”.

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Una mañana de un viernes de agosto del año pasado, el ejército de Myanmar rodeó la aldea de Manoshi, de 18 años. Su hermano y sus cuatro hermanas fueron asesinados.

“A mi padre también lo mataron: solo sobrevivimos mi madre y yo”, contó. Los soldados violaron a Manoshi, que supo que estaba embarazada después de llegar a Bangladesh.

Su madre la echó de casa y ahora se enfrenta sola al futuro.

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Para Shofika, era un día normal de trabajo hasta que llegaron los soldados. Dos de ellos la violaron y mataron a su esposo.

En Bangladesh, Shofika se dio cuenta de que no menstruaba: “Fui a una clínica y el médico me dijo que estaba embarazada”.

No quería continuar con el embarazo, pero el médico y las enfermeras se lo desaconsejaron por las posibles consecuencias dañinas para su salud. Al final, se resignó a ser madre con 15 años.

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Hamida, de 18 años, llevaba solo dos meses casada cuando llegaron los soldados. Era medianoche cuando arrastraron a su esposo en la oscuridad.

“Yo estaba sola, rezando porque volviera”, contaba, “pero quienes vinieron fueron tres soldados”. Después de llegar a Bangladesh, Hamida supo que estaba embarazada: “Me violaron. Como a muchas otras. No estoy sola”.

De todos los bebés nacidos en los campamentos desde septiembre de 2017, solo 3.300 (o uno de cada cuatro) vinieron al mundo en centros de salud. En la actualidad, solo un 15% de las madres tienen acceso a centros de salud.

La prioridad de UNICEF es garantizar que cada mujer embarazada reciba el apoyo y la ayuda que necesite para dar a luz en un lugar seguro y disponga de los medios para cuidar a su bebé del mejor modo posible.

En colaboración con sus aliados, UNICEF proporciona atención para las madres y sus bebés antes y después del parto. Las mujeres embarazadas reciben visitas periódicas en sus refugios en las que se evalúa su situación y se les proporciona asistencia. En los campamentos se han establecido más de 150 grupos de padres y madres.

Además, UNICEF ha movilizado a casi 250 voluntarios de la comunidad a fin de garantizar que cada vez más mujeres visiten los centros de salud antes y después de dar a luz.

*Todos los nombres han sido cambiados.

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