Crítica: ‘Luke Cage’ (temporada 2), yo soy Harlem

La segunda temporada se centra en la caída de Luke Cage y ¿su ascenso?

Miguel Ángel Oeste
Fuera de Series
6 min readJun 15, 2018

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Luke Cage como el héroe de Harlem. (Fuente: Netflix)

Cuando en abril de 2015 Netflix estrenó la primera temporada de Daredevil ya tenía claro cuál era su camino futuro en la comunión con Marvel Studios. Tenía diseñada una hoja de ruta semejante al Universo Cinemático Marvel (UCM). Pero si bien los planteamientos de conjunto pueden ser similares, esto es, crear un universo conectado en el que todos los personajes y sus historias terminen convergiendo en una común –ahí está el ejemplo de The Defenders, donde confluían Daredevil, Jessica Jones, Iron Fist, Luke Cage y varios de los personajes secundarios de las distintas series-, los tonos, estilos e intenciones son diferentes. Mientras en el cine el tono es más lúdico y desenfadado en aventuras que transcienden el mismo planeta, las series de Netflix se han inclinado hacia un tono más realista y sobrio, con personajes y tramas que plantean problemas más reconocibles. De este modo, la televisión tiende a mostrar cierta ambigüedad moral, introduciendo subtextos sociopolíticos con el objeto de proporcionar más lecturas.

Al menos esa es la intención. Porque si el UCM en sus diferentes modelos blockbusters “piensa” en el Sense Of Wonder de la Casa de las Ideas, Netflix se pega a lo urbano, a lo callejero, a las problemáticas que asuelan las calles (drogas, violencia, armas), a los conflictos sociales (violencia de género, corrupción, madres solteras…) y a los trances universales entre padres e hijos, madres e hijas y las taras históricas que la comunidad afroamericana en este caso tiene en Estados Unidos. Esto no quiere decir que las propias series no tengan tonos y estilos distintos, de hecho, las tienen. Fue uno de los hándicaps de The Defenders, al mostrar las diferentes texturas de los superhéroes con escasa flexibilidad.

(Fuente: Netflix)

En la segunda temporada, Luke Cage sigue moviéndose entre la serie B y los ecos diluidos del cine blaxploitation en clave contemporánea. Pero lejos de esto, el showrunner, Cheo Hodari Coker, apenas impone una impronta autoral. Ello es perceptible en la dirección, marcada por lo funcional en todo momento. Encontramos gestos y detalles que, si bien pueden ser significativos en cuanto al retrato de la identidad afroamericana, no consiguen limar una estructura estirada en conjunto, y menos aún el ritmo interno de las secuencias en cada episodio. Porque no es ya que muchos de los episodios superan la hora de duración, generando desequilibrios narrativos evidentes, es que las secuencias tienden a alargarse –dilatadas en exceso-, lo que rompe dicho ritmo interno, volviéndolas explícitas y reiterativas a un tiempo. Los recursos estilísticos tampoco contribuyen a dinamizar el tempo de las escenas. A la vez, las secuencias de peleas o de acción se distancian de la plasticidad de Daredevil para concebirse como momentos casi inevitables, aunque no logran contrapuntear la monotonía lineal del relato.

Más allá de los guiños a los cómics y de una evidente confianza en el material de partida, resulta innegable que las dos líneas de fuerza dramáticas de esta segunda temporada se mueven con una fluidez entrecortada. De un lado, los conflictos entre Luke Cage/Carl Lucas (Mike Colter) y su padre, el reverendo James Lucas (Reg E. Cathey), lo que deriva en crisis con otros personajes, y los de Mariah Dillard (Alfre Woodard) y su hija Tilda Johnson (Gabrielle Dennis), que ya se intuye que se convertirá en Nightshade en una tercera temporada; y, de otro lado, la guerra por ser el rey de Harlem, con la aparición de los jamaicanos, con Bushmaster (Mustafa Shakir) a la cabeza, por hacerse con el trono de Dillard y el resto de comunidades (italianas, asiáticas..) en una guerra de poder. Es decir, las disputas de control de Harlem y las tramas más emocionales no suenan siempre con las mismas revoluciones. En una propuesta en el que la banda sonora mantiene una importancia capital, a pesar de que en ocasiones también se exceda y las secuencias de montaje sean algo rudimentarias.

Misty Knight y Luke Cage durante la segunda temporada. (Fuente: Netflix)

La oscuridad y la flaqueza en la huida de sí mismo de Cage resulta interesante, pero no siempre efectiva en la ejecución. Esto no impide que haya instantes que descubran el sentir de Coker o lo que persigue con la serie. En este sentido, se muestra revelador el hecho que en una de las primeras escenas en la barbería Pop, Cage lea Entre el mundo y yo de Ta-Nehisi Coates. Un libro que es una carta de Coates a su hijo sobre el hecho de ser negro en Estados Unidos. Un libro esencial para cualquier afroamericano por lo que representa y por lo que representa el autor en el país, sin olvidar que es el guionista de los cómics de Pantera Negra. Pero es que además cobra especial importancia en las tramas paterno-filiales de esta temporada.

“Las mujeres negras siempre tuvieron superpoderes”, dice Mariah Dillard, para a continuación citar un grupo de mujeres afroamericanas que hicieron historia: Bessie Coleman, Ida B. Wells, Mary Bethune, Zora Neale Hurston y otras. Y es que al igual que sucede en la primera temporada en esta segunda los personajes femeninos son más interesantes, fuertes, tienen más aristas y son menos monolíticos que los hombres. Desde Mariah Dillard a su hija Tilda Johnson, desde Claire Temple (Rosario Dawson) a Misty Knight (Simone Missick), tenga más o menos protagonismo en el serial. Los personajes masculinos están representados de forma más homogénea.

Hasta ahora, la anunciada conexión entre series ha sido limitada. Es obvio que los personajes arrastran los hechos de The Defenders, pero tal vez exceptuando a Misty, lo demás parece anecdótico. Sin embargo, la irrupción de Danny Rand/Iron Fist, en el episodio diez, con las señales propias derivadas del cómic, no solo funcionan, también aligeran una trama detenida que se empeña en estirar y desplegarse en trece entregas que parecen cadenas. A la vez, el hipotético aire más serio (en su vertiente sociopolítica) choca con la ligereza y el humor, que realmente funciona mejor, sean gags referenciales a otras series (“Es de esos negros que llora viendo This Is Us”); a los de DW en relación a Power Man y Iron Fist; entre otros.

Luke Cage y Danny Rand, los inseparables Power Man y Puño de Hierro. (Fuente: Netflix)

Lo que no se diluye en la serie es el poder del dinero y cómo se articula en la comunidad afroamericana, algo sutil en Atlanta de Donald Glover y aquí verbalizado: “El dinero es poder”. Por ese motivo son significativas las imágenes que abren y cierran la nueva temporada. La imagen inicial de Luke Cage con una sudadera con capucha agujereada por las balas mientras camina por las calles de Harlem; a la imagen final, vestido con chaqueta, chaleco y corbata, sentado en su nuevo pedestal, en un plano medio mirando a cámara. En ambas imágenes se condensa el viaje consciente e inconsciente del héroe en esta segunda temporada.

Un héroe atrapado desde cualquier óptica posible. Si la sudadera de la capucha era el símbolo del movimiento Black Lives Matter (también presente en la primera temporada), así como Cage es el superhéroe negro a prueba de balas en un país donde demasiados jóvenes negros han sido abatidos por vigilantes y policías por ser considerados sospechosos, la imagen que cierra estos trece episodios apunta directamente al fracaso de cambiar un sistema que sabe regenerarse desde la derrota.

La segunda temporada de ‘Luke Cage’ se estrenará en Netflix el 22 de junio.

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