Crítica: ‘Star Trek: Picard’ 1x07 — ‘Nepenthe’
Reencuentros y revelaciones marcan este episodio para tomar aire antes del final
Los capítulos “de relleno” tienen una mala fama injustificada entre los espectadores. Como no avanzan la trama principal, se considera que son una pérdida de tiempo, que para qué han incluido esto cuando queda tan poco para el final de la temporada. Ese “relleno”, a veces, es muy importante para, precisamente, que el final de la temporada tenga el peso emocional que debe, para que los personajes lleguen a ese punto en el estado mental propicio. Nepenthe, el séptimo capítulo de Star Trek: Picard, cumple esa función: detiene la trama para que todos los protagonistas puedan asumir lo que acaba de ocurrirles.
Lo hace en dos líneas argumentales (la tercera, la de Elnor en el Cubo, aparece sólo para que veamos que ahí también va a ponerse la situación bastante complicada): una, en la nave, donde el cargo de conciencia de la doctora Jurati cada vez es más grande; la otra, en el planeta Nepenthe, donde Picard va en busca de refugio y consejo de dos de sus grandes amigos desde los tiempos de la Enterprise.
El reencuentro entre el viejo almirante, Riker y Deanna Troi es, obviamente, un caramelito para los fans de Star Trek: La nueva generación, pero ellos también entran en el modus operandi de esta serie siempre que vemos, o se menciona, a alguno de los antiguos personajes, y es que el tiempo no les ha perdonado. En el caso de Riker y Troi, en estos años perdieron a su hijo mayor de una enfermedad que podría haberse curado si la fabricación de sintéticos no estuviera prohibida, un detalle que va pintando matices a esa drástica medida, tomada para reaccionar a un terrible ataque.
Star Trek: Picard no lo dice abiertamente, pero entre esa revelación y la evolución de esa Soji que, de repente, tiene que asumir que todo lo que creía saber sobre sí misma era mentira, está poniendo en entredicho medidas tan radicales, y tomadas tan en caliente, como la prohibición en la fabricación y existencia de sintéticos. Huele a que agendas ocultas variadas la impulsaron para favorecer sus intereses y que la gente detrás de ella que afirma estar en posesión de la verdad son quienes deberían darnos miedo.
Como esa comodoro Oh que quiere convertir a Jurati en una espía suya aprovechándose de sus sentimientos de culpa. Ella se considera a sí misma sólo una investigadora y, al mismo tiempo, quiere que su trabajo contribuya a mejorar el universo. La burda manipulación mental de Oh la empuja no sólo hacia el extremo de pensar que Maddox y ella, de algún modo, fueron culpables del ataque en Marte, sino a que no se sienta capaz de traicionar también a Picard. Oh es más una máquina que Soji porque no duda (se sitúa en ese extremistas vulcanianos de la lógica que en Star Trek: Discovery nos dicen que siempre vieron con malos ojos al padre de Spock y Burnham), mientras Jurati siempre se debate sobre si está haciendo lo correcto.
La tensión en la nave, donde sospechamos que la doctora acabará confesando que Narek puede rastrearlos por su culpa (y que acabará también tomando sus propias medidas drásticas), contrasta con la relativa tranquilidad del reencuentro entre Picard, Riker y Troi. Su finalidad es convencer a Soji de que puede confiar en el almirante y, además, de que ella es muy real. Su pasado puede ser una invención, pero ella no, y tampoco son falsos sus sentimientos. Si quieren llegar hasta el fondo de toda la historia, evitar que Soji caiga en las redes tramposas de los romulanos, que quieren convencerla de que no es más que una aberración mecánica a exterminar, es determinante.
También lo es que Picard recupere la confianza en sí mismo, que es la labor de Riker. Reunirse con su antigua mano derecha en la Enterprise es lo que necesita para darse cuenta de cómo puede ayudar a Soji y cómo puede manejarse de nuevo entre todos esos intereses cruzados que han infectado incluso a la Flota Estelar. Las charlas entre Patrick Stewart, Jonathan Frakes y Marina Sirtis aportan esa humanidad y esa camaradería que Soji necesita para empezar a aceptarse a sí misma. Es un truco muy viejo que sea una adolescente curiosa quien conecte mejor con la sintética, pero es efectivo verse a través de sus ojos, que no la juzgan y que creen que es asombrosa.
La situación se queda en un punto interesante porque, cuando Picard regrese a la nave, se va a encontrar con Jurati en coma y la revelación de que ha sido un topo de Oh y los romulanos. ¿Cómo reaccionará la doctora a Soji cuando despierte?
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