Columna

El gran problema de ‘Juego de tronos’ eres tú, pesado

La hipercrítica mató a la serie de televisión

Toni Garcia Ramon
Fuera de Series

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El Rey de la Noche, el villano más elegante. (Fuente: HBO España)

Hay que reconocerles a los críticos televisivos de este país su gran productividad. Incluso en agosto, cuando la tele se muere, se las apañan para seguir llenando páginas y más páginas.

Por eso, cualquiera que se dedique a la noble misión de la charleta sobre la caja tonta agradece como agua de mayo la llegada de la penúltima temporada de Juego de tronos. Después del clásico “lo mejor de la próxima oleada de series (no hemos visto ninguna, pero qué más dará)”, uno puede concentrarse en hacer la pre-crítica, la crítica y la post-crítica de la serie de HBO y dejar satisfecho al jefe. También los que hay que lo hacen por su cuenta y riesgo: incomprensible, pero igualmente admirable.

Ciertamente, el esfuerzo es encomiable: hablar toda la semana de la misma serie, tratando de ser original, buscando complots, claves ocultas, leyendo foros y más foros, a la caza de ese sujeto que aún no ha sido analizado del derecho y del revés. Porque –faltaría más- el espectador demanda más información, más secretos, más datos. Bueno, el espectador, o el propio crítico, enfrentado a una carrera a muerte consigo mismo para disertar de lo que lo nadie, nunca, ha disertado jamás.

Esta semana ha tocado sacar el sextante, el compás y la brújula para acabar sentenciando que Juego de tronos va mal. “Es imposible que los cuervos vuelen tan rápido” ha dicho uno; “¿A quién se le ocurre ir a capturar a un caminante?” ha replicado otro. “¿Y de dónde han sacado las cadenas para reflotar al dragón?” han gritado todos/as a coro.

En realidad, lamento decirlo, a la mayoría de espectadores de la serie todo este asunto de las elipsis imposibles, los dragones que sirven para un roto o para un descosido o los cuervos que vuelan más rápido que el Halcón Milenario, se la traen al pairo. Lo que quieren los seres humanos normales es sentarse delante de la tele y pasárselo pipa, y lo de las licencias temporales o geográficas se lo pasan por el forro. El público, la gran masa que integra la audiencia de Juego de tronos, no se desvela pensando cómo demonios han logrado atar al dragón para sacarlo del lago, del mismo modo que no se preguntan a qué sastre va el Rey de la Noche y por qué todos van con harapos y él siempre viste de forma impecable.

Es lícito cuestionarse todo y esa es –no me cabe ninguna duda- el oficio de crítico, pero el problema de la hipercrítica es que se llega a unos niveles de paroxismo ciertamente ridículos. De la misma manera que existen patanes que no pueden evitar reventar el episodio de turno a base de spoilers para demostrar que lo han visto antes que tú, hay profesionales que no pueden esquivar la tentación de ponerse rudos como vikingos para analizar una narrativa que tiene más trampas que un casino de Las Vegas.

Se les ve hasta indignados, firmando larguísimas peroratas llenas de soflamas intelectuales sobre lo mal que lo han hecho éste, el otro y el de más allá. “Esto va a ser polémico” dicen, ejerciendo de bombero pirómano sin darse cuenta (además) de que forman parte de esa ‘élite’ dedicada a parir un circo de tres pistas a cuenta de un producto pensado justamente para ello. ¿Tienen razón? Pues claro, de dónde cojones van a sacar esas cadenas y cómo demonios un cuervo va a volar cinco mil kilómetros en dos horas, pero la cuestión es que esos mismos eruditos estaban hace una semana hablando de si Cersei se peinaba hacia la derecha o hacia la izquierda o si Jamie la abrazaba con los dos brazos o solo utilizaba uno y se dejaba el bueno colgando por si acaso: se ha malgastado tanta tinta hablando de soplapolleces que, cuando ha llegado el momento de cuestionar la propia estructura de la serie, ya no queda nadie mirando.

Hasta ha salido a la palestra uno de los productores a disculparse porque quizás se les había ido un poco la mano con lo de la elasticidad del tiempo. Ya hombre, ya, claro que se os ha ido, pero que nos da un poco igual, sinceramente. Bueno, a muchos/as nos da igual, otros/as hace días que no duermen pensando en ello.

Ahora aprovecharemos estos días para seguir buscando claves y secretos, más artículos mostrando el auténtico camino a los responsables de la serie, porque –claro está- nadie sabe más de Juego de tronos que nosotros, que escribimos diecisiete artículos a la semana sobre el tema. Y porque nos paran, porque si no, nos cascamos el periódico entero hablando de las trenzas de Daenerys y nos faltan páginas.

A Daenerys y a Jon no les importa demasiado lo que pienses de esto. (Fuente: HBO España)

Peor aún, con esa hipertrofia explicativa uno acaba perdiendo la capacidad de disfrutar de una serie que sólo vive para eso: para que te pierdas en ella. Y lo curioso del caso es que eso es lo que hace la mayoría de la humanidad, disfrutar de un universo en lo que lo importante es perderse. Cierto es que si nos ponemos ortodoxos, la labor del crítico es mirarlo todo con rostro circunspecto y soltar algún exabrupto de vez en cuando. Reconozco –permítanme que utilice la primera persona- que por ese motivo he escrito bien poco de Juego de tronos, porque me lo paso tan bien viéndola, que lo de coger el bisturí cada diez minutos para diseccionar la serie me parece totalmente antihigiénico.

El gran qué de Juego de tronos es que, en el momento en el que uno trata de dar dos pasos atrás para ver la totalidad del fresco, es muy posible que se despeñe por el barranco de la insalubridad. Y es que el problema real no es ahora buscarle tres pies al gato, el problema es que el gato siempre tuvo tres patas.

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