Columna | Interferencias
La crítica, cuestión de género
No basta con que las series abunden en el equilibrio de género, la crítica debe visibilizarlos
En la sociedad hay muchas maneras de control. Aun bajo la estela de la libertad. La tradición serial y cinematográfica es fundamentalmente masculina. Con ello no descubro nada. Sin embargo, las teleseries se han aproximado a las cuestiones de género desde perspectivas más contemporáneas a la hora de explicar el mundo. Incluso desde posturas más audaces que contrarrestan el peso de la Historia en materia de género.
Las series piensan y reflexionan sobre cuestiones de género, sexualidad, la posición de la mujer en la sociedad, con una polifonía que identifica puntos de fuga, desigualdades y dificultades en el ámbito laboral, personal, social, etc., para descubrir las máscaras y las mutaciones que se perciben sobre los avances y retrocesos en un tema tan urgente. The Handmaid’s Tale, Girls, Big Little Lies, SMILF, Liar, Las chicas Gilmore, The Good Wife, Happy Valley, Weeds, Top of the Lake, Better Things, I Love Dick son algunos títulos recientes que exponen lo femenino, con sus líneas de diálogo y sus peleas. Pero esto viene de antes con series como Las chicas de oro o Buffy, y antes aún con La chica de la tele.
La crítica tiene la obligación de explorar. Esa exploración conlleva elecciones en los modos de representación. Un acto de elección en el que, de un modo u otro, se debe estar atento a los elementos estéticos de la representación. Con ello vuelvo a no descubrir nada. Ahora bien, ¿no es necesario incorporar estas conversaciones y debates de género en el ejercicio crítico? Sin duda alguna. Lo femenino y el feminismo son posturas estéticas en la actualidad en las que están implícitas lo político, lo social, lo íntimo. Por lo que las cuestiones de género no pueden quedarse al margen de la crítica o limitarse a elementos tan evidentes como la caracterización.
La crítica serial debe entender y atender el trasfondo de estos temas que tienen su proyección en lo real. Tal vez a algunos les parecerá que exagero, pero para los que lo piensen, les digo que no hay nada azaroso en las formas en que se encuadran (representan) los personajes femeninos y lo que se persigue con ello. Esa manera no es única de hombres, que conste. A lo que iba, esas elecciones tienen, qué duda cabe, un componente estético que trasciende el mero objetivo superficial. Las implicaciones resultan más profundas. El lenguaje lo conecta con una sociedad atávica patriarcal y machista.
En este sentido, las teleseries, o determinadas teleseries, están haciendo algo realmente expansivo en las maneras de combatir los automatismos impuestos en la sociedad y sus mutaciones, porque el machismo y sus acólitos son adaptables, es decir, consiguen camuflarse, enmascararse.
Por suerte, lo femenino ya hace tiempo que dejó de ser excepcional. Si bien eso no significa liberación ni igualdad. De ahí la importancia de una crítica que incorpore en sus esquemas lo femenino y lo feminista. Porque las series, las películas, las novelas, las canciones construyen (o ayudan a construir) la sentimentalidad de las personas. Y aquí entra de raíz la importancia de la valoración crítica. Las mujeres no son meras receptoras. No son el elemento pasivo-decorativo-sexual del otro.
Las aventuras no solo las construyen los hombres, ni siquiera desde sus opciones. Y, a la vez, un hombre y una mujer pueden elaborar estos discursos. Llevar a cabo estos análisis no es espacio exclusivo de unos u otras. Si fuese así, tampoco avanzaríamos. Por poner un ejemplo burdo: sería como si una creadora no pudiera escribir un personaje masculino y viceversa.
En The Handmaid’s Tale, a las mujeres se les va privando paulatinamente de sus derechos hasta anularlas por completo. The Deuce o Runaways, dos series opuestas, exponen el tema de la cosificación de la mujer para combatirlo. La mujer no es objeto (o no debería serlo). Si la primera lo hace desde una óptica más adulta, la segunda se dirige a un público juvenil en el que el terreno es más inestable, está salpicado de trampas y arenas movedizas.
SMILF nos abofetea. La dificultad de ser madre y de desarrollarse como mujer. De no estar expuesta, de no ser el objeto de deseo del hombre, el punto débil, quien no elige, quien acepta. La mujer sí elige, que quede claro; o que se lo digan a Holden Ford (Jonathan Groff), uno de los protagonistas de Mindhunter, que mientras desentraña mentes asesinas piensa que su inteligencia es la única válida en relación a su pareja, Debbie (Hannah Gross), la cual lo deja plantado en una escena memorable.
Big Little Lies habla de la violencia machista en entornos pudientes en los que el camuflaje está más sofisticado. Happy Valley coloca una mujer como modelo del héroe clásico y lo dota de una sensibilidad más compleja y humana, menos impostada y artificial. Esta nueva heroína es una evolución del héroe clásico masculino, del antihéroe y del héroe postmoderno amoral, que es consciente de las adicciones y la obsesión que, tal vez, generan la violencia y el sexo, y que las capitaliza para fijar los límites, algo que el hombre no ha hecho. Los ejemplos en las teleseries se suceden. En todos los géneros. También en una comedia romántica como Love, que pone patas arriba los estereotipos y las situaciones adscritas al género.
Al comienzo comenté que las teleseries representan lo femenino de una forma más audaz en ficciones seriadas protagonizadas y creadas por mujeres. En el cine no es tan habitual. Sin embargo, hay gestos destacables. Star Wars VII. El despertar de la fuerza está protagonizada por una joven, Rey (Daisy Ridley). En un momento del primer acto, cuando huyen de Yakku, Finn (John Boyega) le da (o intenta darle) la mano para huir y ella se la retira y le dice que no se la dé. En realidad es ella quien está salvándolo a él, quien lo está dirigiendo, no al revés. Este hecho en apariencia anecdótico cobra mucha significación, pues hablamos de una película global.
La cosa es más relevante en Star Wars VIII. Los últimos jedi, ya que las posturas protagónicas adscritas al héroe masculino saltan por los aires. Las únicas que pueden crear (y este crear adquiere un sentido universal y amplio) son las mujeres, no solo las jóvenes, también las mujeres maduras, pues existen al margen de imposiciones de imagen, de apariencias que sacian la violencia voyerista masculina.
Estos son solo algunos breves ejemplos de cómo las mujeres en las teleseries (y determinadas películas) no son sumisas, no son opciones románticas, no pretenden agradar o complacer al hombre, sino que lo interpelan para que también se coloque en el lado desequilibrado donde ha estado (y está) la mujer.
Y como tal, es función de la crítica plantear y alentar estos debates. Colocar los temas de identidad y género para trazar un camino más saludable. La única forma, me parece, de establecer debates fructíferos que vayan más allá de eso que se entiende como modernidad para la mujer y que quizá enmascara otro tipo de cadenas. Ya no hay excusas. La crítica debe romperlas. Como Frankie Shaw abofetea a los acosadores. Como Rey rechaza que le den la mano. Como Gillian Jacobs reclama su espacio. Como Elizabeth Moss nos mira sin parpadear.