Columna

La muerte anunciada de Roseanne Barr

La cancelación de ‘Roseanne’ es todo un clásico del delirio y seguramente marca un cambio de paradigma en el panorama del showbusiness estadounidense: ya no vale todo

Toni Garcia Ramon
Fuera de Series

--

Roseanne Barr.

Cuando ABC rescató a Roseanne Barr de las profundidades de su cueva, muchos/as advirtieron que aquella señora no estaba bien. Hace dos décadas su profunda chifladura era obvia para su círculo íntimo y sus familiares, pero era más o menos invisible para el grueso de la sociedad estadounidense. Twitter cambió eso y en 2017 todo el mundo sabía que Barr creía que Obama, su mujer y los miembros de su gobierno eran reptilianos, alienígenas llegados del espacio exterior para someter a los humanos. También sabían que estaba convencida de que Hillary Clinton dirigía una red pedófila desde una pizzería en Washington y que los tiroteos en escuelas eran un montaje perpetrado por los comunistas enemigos de la Asociación Nacional del Rifle.

Aun así, y por razones que en su día ya mosquearon a propios y extraños, la ABC decidió que era buena idea poner en parrilla una nueva Roseanne. Qué demonios, la actriz es muy fan de Trump y Estados Unidos tiene un presidente que se llama así, ¿qué podría salir mal? Hasta utilizaron la convulsa mentalidad sociopolítica de la señora Barr para insuflar gasolina al show. ¿Que la Roseanne de verdad amaba a Trump? Pues la de ficción también.

Y les salió bien. Records de audiencia, críticas satisfechas y satisfacción en la casa madre, Disney.

Ahí viene la primera clave: Disney.

La vieja y la nueva ‘Roseanne’. (Fuente: ABC)

Pero como dice aquel refrán callejero que usan de modo activamente capcioso los amantes de la moral al otro lado del Atlántico, “puedes sacar al tipo del barrio, pero no al barrio del tipo”. Dicho de otro modo, puedes sacar a Roseanne de su cueva, pero no puedes sacar la cueva de Roseanne. Roseanne Barr es una persona racista, ultraderechista y conspiranoica. En algún momento de ciega esperanza, los responsables de ABC pensaron que la diva dejaría las redes sociales, consciente de que de ella dependían 200 puestos de trabajo. Pero la inconsciencia y el fanatismo no entienden de responsabilidades, y Roseanne siguió a lo suyo.

Hace un par de días tuiteó un exabrupto racista y el presidente de Disney dijo basta. Como cuando encargas al tipo que se pincha heroína en el callejón que lleve a tu hijo al colegio y después te extraña de que te cause problemas. La causalidad (esa dama que puede provocar encuentros afortunados en un Starbucks o choques en cadena en una autopista) ha querido que ayer por la mañana empezaran a trabajar la nueva hornada de guionistas de la serie, las/los que se supone que iban a escribir la nueva temporada. El trabajo les duró seis horas.

De nada sirvió que pidiera disculpas, después de una llamadita de la cadena diciéndole que la cancelación estaba sobre la mesa.

Cuando ya se había confirmado y todos estaban en la calle, Roseanne volvió a Twitter. Esta vez para retuitear toda clase de improperios, teorías delirantes e insultos hacía sus enemigos. Casi al mismo tiempo que el productor que le ha acompañado toda su vida le recomendaba que buscara ayuda, su agencia le dijera que no quería representarla más, Paramount anunciara que anulaba las reposiciones de la serie y miles de representantes de todo el arco político, social y cultural, condenaran las mamarrachadas de esta representante de todo lo malo que puede representar alguien, ella seguía a lo suyo. Algunos/as le recordaban que el racismo no es una opinión, que no entra dentro de ese epígrafe que parece englobar cualquier barbaridad y se llama libertad de expresión. No, la libertad de expresión no incluye sugerir las similitudes entre una mujer negra y un simio para proclamar la superioridad de un tercero.

Roseanne Barr y John Goodman, en una imagen de la nueva temporada. (Fuente: ABC)

Roseanne va ahora cuesta abajo y sin frenos, recordando que no hay nada más peligroso que el que no tiene nada que perder. Pero al final, no es la única culpable de lo sucedido. Desde su casa de Hawai lleva una eternidad difamando, incapaz de controlar una verborrea del tamaño de un hongo nuclear. Que nadie haya sabido ver que estaba activando una bomba de relojería con el cronómetro a cero es un error colosal.

El que se pincha heroína en el callejón puede recuperarse de ello, prosperar, volver a vivir. El problema de Roseanne es que ella no considera que tenga ningún problema. Y mientras que parece obvio que nadie jalea a un heroinómano mientras se chuta veneno en las venas, Roseanne tiene miles de fans que la consideran una víctima y la animan a seguir autodestruyéndose. No solo su carrera, su vida se va por el desagüe. Parece bastante razonable afirmar que nadie en su sano juicio va a contratarla y que su entorno (al menos el profesional) se ha evaporado. Su caso debería marcar una línea roja en la política de las grandes cadenas de televisión: la audiencia no lo es todo, hay cosas más importantes.

La cordura, por ejemplo.

--

--