Columna

No niño, eso que estás mirando no es ninguna obra maestra

Cuando hay más obras maestras que series

Toni Garcia Ramon
Fuera de Series

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Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, protagonistas de ‘Sherlock’ (Fuente: BBC)

Mi padre era un hombre de pocas palabras. De hecho, estoy convencido de que lo de hablar le parecía de mala educación a menos que tuviera algo vital que decir. Cuando mi hermana y yo éramos pequeños, él y mi madre cargaban el coche y nos íbamos a algún pueblecito a veranear. Mi padre podía estar tres horas conduciendo sin abrir la boca. Una vez llegados, descargaba el coche, se sentaba en el porche y se fumaba un ducados. Nada más. Eso y escuchar la radio le hacían plenamente feliz.

Así que me pareció completamente normal que, cuando a principios del año 2000, una amiga empezó a pasarme de contrabando series como The wire o Los Soprano, y yo empecé darle la tabarra con ellas, el hombre me mirara como si un marciano acabara de aterrizar en el sofá e intentara entablar contacto con la raza humana. Me miraba como diciendo “no tenía que haber adoptado a este niño”.

Hasta que un día, a base de insistir, me miró de reojo y me dijo “hijo, he visto Los invasores, Misión imposible, Las calles de San Francisco e Ironside. Series ya había antes de que tú nacieras”. Luego, le pegó una calada al cigarro, como si fuera Eugenio después de haber contado un chiste, y no dijo nada más sobre el tema. Mi madre, que hablaba un poco más, me contestó “¿Son mejores que Urgencias?”. Yo sabía que si contestaba “sí”, me replicaría “imposible” (y si le contestaba “no, mamá, no son mejores que Urgencias”, todo terminaría incluso antes. Y peor).

Karl Malden y Michael Douglas, protagonistas de ‘Las calles de San Francisco’.

Con esto quiero decir que entiendo la ansiedad de los milenials, los hípsters y demás criaturas por reivindicar constantemente el presente como algo insuperable, el futuro como territorio que les pertenece sólo a ellos y el pasado, como algo que sólo interesa en términos de archivo. James Murphy de los LCD Soundsystem. hablaba en Losing my edge de “nostalgia prestada”, esas personas que han visto todo, escuchado todo y leído antes que tú. Personas que estaban en sitios en los que tú no estabas, a pesar de que fuera absolutamente imposible porque ni siquiera habían nacido. Murphy hablaba de música, pero su mensaje puede aplicarse a cualquier otra disciplina artística: nunca había habido tanta gente que supiera tanto de series y tuviera tanto interés por contarlo.

No es que sea malo, ni mucho menos. Christopher Hitchens llamaba a estas explosiones socio-culturales “apología del rebaño de librepensadores”, en referencia a que todos presumen de pensar distinto pero, en realidad, se agrupan en corrientes que acaban materializándose en el tipo de tu pandilla que siempre anda por ahí con un iPad y que, cuando aún no has acabado de decir el título de la serie que miras en ese momento, ya ha nombrado cuatro shows que deberías estar viendo, ha añadido un par de referentes lejanos (dos series vietnamitas, probablemente) y ha sacado su tablet de la bolsa para enseñarte su lista de 500 joyas catódicas que deberías ver esa semana.

En febrero ya había personas (aparentemente sanas) que decían de una serie (llamémosla X) “de lo mejor del año”. “Pero oiga, que estamos en febrero”, se atrevía uno a decir en voz alta. Pero no había nada que hacer; era el mismo que había hecho en enero una lista de las series imprescindibles del año (a pesar de no haber visto ninguna) o que hace una crítica de cualquier show viendo 20 minutos del primer episodio. El nuevo connaisseur no deja que nada le frene, y cuando digo “nada”, quiero decir “nada”.

Fotograma de ‘Legión’ (Fuente: FX)

Obviamente, la resistencia es fútil. Legión es una obra maestra, Better Call Saul es una obra maestra, Luke Cage es una obra maestra, Sherlock es una obra maestra, The walking dead es una obra maestra. De hecho, para un buen puñado de gurús, hay más obras maestras que series y no importa que se puedan contar con los dedos de una mano las series de este periodo que recordaremos en una década: todo les parece magistral.

Ojo, series buenas, notables y excelentes hay unas cuantas. Malas, regulares y espantosas, muchas más. ¿Obras maestras? Igual una, dos a lo sumo. Y por razones más conceptuales o de formato que puramente narrativas. Pronto llegaremos a las 500 series al año (solo en el ámbito anglosajón, esto es Reino Unido y Estados Unidos) y todavía hay quién dice que este es un modelo sostenible, como si una serie de 30 millones de dólares pudiera monetizarse porque la ven cien mil personas. Malas noticias: no se puede.

Sin embargo, cualquier intento de relativizar, de oponerse –discretamente- a la teoría de la tercera edad de oro (o la cuarta, que uno ya no se aclara), acaba con un enfado de las masas, que guiadas por el vellocino de oro que sostiene alguien en la lejanía, te llaman todo tipo de cosas o simplemente desdeñan cualquier intento de racionalizar este manicomio que llamamos televisión.

Sólo en este mes mayo se estrenan 25 series de televisión. Algunos/as se frotarán las manos, otros irán a la farmacia a buscar analgésicos y otros ya estarán escribiendo las críticas después de haber visto el tráiler y leído los reportajes de Collider, THR, Fast Company y el suplemento cultural del Guardian. De hecho, en el tiempo que se ha tardado en escribir este artículo ya se han estrenado otra media docena de obras maestras. Esto ya no lo aguanta nadie, pero todos siguen entusiasmados. ¿Otros tiempos fueron mejores? Seguramente no, pero al menos eran bastante más razonables.

Mi madre murió cuando se emitía la segunda temporada de El mentalista. Una de sus grandes obsesiones cuando notó que se iba era no llegar saber quién era el maldito John El Rojo. Yo me tragué el resto de la serie para saberlo (hay que ser bobo). Quizás ahora, con la luminosa guía de los sabios que lo saben todo de una serie con simplemente ver los títulos de crédito, el final me habría llegado en forma de post/epifanía en algún blog de culto y hubiera podido evitar la agonía.

Ah, y por supuesto, El mentalista también es una obra maestra.

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