Robaescenas: Mr. Big en ‘Sexo en Nueva York’
Chris Noth y Sarah Jessica nos robaron hasta el criterio. Dejamos que lo hiciesen
Cuando Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) conoce a Mr.Big (Chris Noth) en Sexo en Nueva York, él tiene aproximadamente mi edad actual. Qué bajonazo ha sido ser consciente de esto. Un señor maduro, misterioso, rico y elegante: así definía la comedia de HBO al que sería interés romántico permanente de su protagonista. A Carrie, Mr. Big le interesaba por esas cuatro cosas: maduro, misterioso, rico y elegante. No es difícil ver cuál de esas cuatro cualidades da lugar a las otras tres. Sí: el dinero.
Como ya he comentado por aquí unas cuantas veces, la relación con el dinero tanto de Sexo en Nueva York como de su protagonista es bastante perversa: la pasta es sólo un ítem tangencial… que está bajo casi todos los arcos, conflictos y tramas de la serie. Sin embargo, a mi edad, entiendo ese posicionamiento: establecer claramente, ya sea en la realidad o la ficción, que la posición económica de alguien influye a la hora de considerarlo como pareja estable no grita comedia romántica. Y sí, lo del concepto “pareja estable” es también otro temazo a explorar, pero en Sexo en Nueva York, como en las buenas tesis doctorales, lo acotan perfectamente: de sus cuatro protagonistas, tres aspiran a la monogamia tradicional, punto. (*)
Monogamia tradicional con señores “que vengan, que tengan y que convengan”, como dicen las abuelas. Sobre todo que tengan. Y Mr. Big tiene. Como buen megaforrado neoyorquino, lo muestra con esa ligereza y despreocupación que Lucca intenta fingir (spoiler: sale mal) en ESE episodio de The Good Fight en el que se compra un bolso Birkin. Curiosamente (o no), el mismo fetiche aparece en Sexo en Nueva York. La que lo desea enfermizamente es precisamente esa única protagonista de la serie que no quiere casarse y tener hijos. Qué cosas.
Cuando Mr. Big aparece en escena, el mundo de Carrie Bradshaw se para. Se para para bien y para mal. Oh, l’amour. Con sus cuarenta y pocos (ver: bajonazo mío), Big es para ella más una meta que una estación de paso. Ahí Sexo en Nueva York es, aparte de muchas cosas buenas, una muy corrupta: no queda claro si ella quiere ser “domada” por Big para “encajar” en el mundo al que desea obsesivamente pertenecer o si, por el contrario, Carrie pretende justo lo contrario, atrapar al caballero en su espontáneo universo de manic pixie dream girl con asignación mensual para ropa de marca. Cualquiera de las dos opciones da cierto repelús. Porque ninguna de ellas es una opción realmente adulta.
Pero cómo funciona el combo Carrie-Big. Es fuego. Va como un tiro. Porque la serie, aunque muchas veces no sea honesta, es perfecta como comedia y pluscuamperfecta como comedia romántica. Además, la elección de Chris Noth para encarnar al galán (sí: usemos la terminología correcta, por viejuna que nos parezca) es un acierto que roza la genialidad. ¿A quién no le ha puesto cara de cordero degollado un millonario sexy para convencerle de ir a un restaurante de lujo en vez de a una pizzería? Exacto: A NADIE. Por eso esta serie es tan buena.
Sexo en Nueva York hizo creíbles vidas de ciencia ficción en una ciudad que cuando es de ricos, es Billions, y cuando es de pobres, ya quisiera ser Girls. Por otro lado, ¿quién no ha pensado “¡oh, qué monos!” viendo a Carrie y Mr. Big? Pero luego te paras a reflexionar y, efectivamente, ni él es tan atractivo, ni ella tan luminosa, ni su historia de amor tiene sentido más allá de la astuta ortopedia de unos guiones perfectos. En teoría, Sexo en Nueva York va de un grupo de amigas que se dicen las verdades las unas a las otras de vez en cuando. Ninguna le dijo nunca a Carrie “ese tío es tóxico”. O “deja de comportarte como una niñata, que tienes ya una edad”. Yo también pensaba “¡Oh, es ÉL!” cada vez que Mr. Big aparecía en la pantalla. Y quería que Carrie lo domara. Por eso esta serie es tan buena.
(*) Mañana hablaré un poco más de esto en mi columna semanal.
