Steven Bochco, el gran innovador de la ficción televisiva
‘Canción triste de Hill Street’ influyó en varias generaciones de creadores televisivos
En la noche del 1 de abril, Hollywood se vio sacudido por la noticia de la muerte del guionista y productor Steven Bochco a causa de la leucemia que se le había detectado tiempo atrás. Desde hacía tiempo, su trabajo había perdido bastante relevancia, hasta el punto de que se había subido al carro de los reboots con el proyecto de hacer una nueva versión de una de sus series más conocidas, La ley de Los Ángeles (1986–94). Pero, esta vez, Hollywood, tan desmemoriado a veces, se unió en recordar a Bochco como un titán creativo clave para el modelo televisivo que luego se convirtió en hegemónico.
Sus principales series, especialmente Canción triste de Hill Street (1981–87) y Policías de Nueva York (1993–2003), hicieron dar al medio pasos de gigante y despertaron miles de vocaciones, colocando por primera vez a la televisión en la imaginación de generaciones de creadores. En lo que es otro de sus legados, Bochco también fue mentor de cientos de guionistas, productores, directores y actores que luego dejaron su impronta en la ficción contemporánea.
Nacido en Nueva York en 1943, Bochco estudió teatro antes de probar suerte como guionista en California, donde pronto entró a trabajar en Universal TV, entonces una de las principales productoras de Hollywood, en auge en ese momento gracias a las series de misterio y policiacas. Allí, Bochco empezó a acumular créditos como guionista, firmando, entre otros, el primer capítulo regular de Colombo (1971–78), Murder by the Book, recordado por ser uno de los primeros trabajos de Steven Spielberg, con la que forjaría una estrecha amistad. Pero el sistema de “fábrica de salchichas” por el que era conocido Universal TV no terminaba de ajustarse al espíritu innovador de Bochco y a su empeño por producir, así que en cuanto pudo dio el salto a la productora MTM.
Desde su fundación para hacer La chica de la tele (1970–77), MTM se había convertido en una auténtica factoría de la creatividad. Y aunque la primera serie de Bochco para MTM, el policíaco protagonizado por James Earl Jones Paris (1979–80), fracasó, allí forjó una alianza creativa con alguien que sería clave para su futuro: el dramaturgo Michael Kozoll.
Cuando en 1980 el presidente de la NBC, Fred Silverman, decidió encargar a MTM una serie policíaca más realista de lo habitual, en la productora tuvieron claro que el tándem Bochco-Kozoll era su mejor apuesta, y estos estuvieron a la altura del reto con una propuesta de serie que agrupaba y redefinía, dentro del género más tradicional, todas las innovaciones que había ido probando en los años anteriores: realismo, humor poco complaciente, rotura de la causalidad, ritmo acelerado, serialidad, multiplicación de tramas, coralidad… No en vano, cada capítulo comenzaba con la reunión matutina en la comisaría con el fin de que los espectadores pudieran familiarizarse de nuevo con los personajes. La frase final del Sargento Esterhaus (Michael Conrad) a los patrulleros, “tengan cuidado ahí fuera”, pasó durante unos años al lenguaje de la calle.
Con hasta trece actores en los créditos iniciales y hasta ocho tramas por capítulo, Canción triste de Hill Street no era la serie más fácil, pero encontró el afecto incondicional de la crítica y de los espectadores más urbanos y sofisticados, que ayudaron a la serie a sobrevivir una primera temporada con bajos índices de audiencia. Bochco y Kozoll había hecho un pacto cuando el proyecto comenzó a dar sus primeros pasos: el primero se encargaría de las grandes decisiones de producción y de lidiar con los ejecutivos de la cadena, especialmente los del departamento de censura, el Standard and Practices, mientras que Kozoll, más talentoso como escritor, asumió el peso creativo. El resultado fueron ocho premios Emmy tras la primera temporada.
En este momento, la ficción televisiva en Estados Unidos vivía un importante cambio en el modelo de creación. Hasta entonces, lo que se consideraba “el medio del productor” (frente a la posición central del dramaturgo en el teatro y del director en el cine) se basaba en una estructura de narración episódica donde los guionistas, al modo del freelance, recibían el encargo de episodios separados por los productores.
Sin embargo, con el desarrollo de estructuras narrativas más complejas y tramas seriales, ese modelo empezó a ser sustituido por las writers room o salas de guionistas, donde había periodos donde el trabajo se realizaba en equipo y se debía dedicar más tiempo al diseño de cada temporada. Resultaba mucho más eficaz tener a un productor que procediera del ámbito del guion y que pudiera servir de nexo entre el ámbito creativo y la gestión. En unos años, esta figura pasó a ser conocida como showrunner, y Bochco la encarnó con ferocidad a la hora de proteger a la serie de las limitaciones e interferencias de la cadena y luchar por hacer realidad una visión creativa definitiva, comprometida y por momentos progresista.
En este empeño, Bochco se ganó el respeto de la industria, aunque más tarde fuera despedido de su propia serie por MTM. No resulta casual que, cuando el sociólogo Todd Gitlin comenzó a escribir un libro sobre el funcionamiento de la televisión norteamericana (el clásico Inside Prime Time), Canción triste de Hill Street se convirtiera en protagonista de un artículo y luego capítulo sobre los márgenes de la innovación en un medio marcado por las limitaciones institucionales. Pero el resultado fue excepcional.
Cuando en 1985 la revista TV Guide pidió a Joyce Carol Oates, un nombre clave de la literatura norteamericana del último medio siglo, un texto sobre la serie, la escritora recordó que no sólo era el único programa que veía con regularidad y glosó sus virtudes: “Canción triste de Hill Street me parece dickensiana en su soberbio estudio de personajes, su energía, su variedad, y sobre todo su audacia”.
En España la serie llegó tarde, pero su impacto e influencia fueron apreciables: el novelista Juan Madrid reconoció haberse comprado su primer televisor para ver la serie, que le inspiró para crear la que sentó las bases del género policiaco nacional, Brigada Central (1989–1992). Para uno de los grandes paladines en nuestro país como cronista en El País, y luego como ejecutivo que adaptó su modelo en Globomedia, José Miguel Contreras, Bochco establecía un peculiar juego con el espectador, lleno de trampas pero también dando gran espectáculo.
Steven Bochco siempre fue consciente de sus limitaciones como guionista y desarrolló un buen ojo para fichar nuevos talentos, sin tener nunca miedo de que pudieran ensombrecerlo. Por eso, todas sus series posteriores siempre fueron creadas junto con colaboradores. Cuando Kozoll dejó de escribir guiones en la segunda temporada de Canción triste de Hill Street, el bajón de calidad fue tan evidente, que Bochco se puso a buscar a alguien que pudiera sustituirlo, abriendo las puertas de la televisión a David Milch, un brillante profesor de literatura.
Milch no sólo devolvió a Canción triste de Hill Street el brío perdido, sino que en pocos años ya era el nuevo showrunner de la serie. Y es que si algo hizo Bochco fue apoyar el talento que tenía impedimentos para encontrar un lugar en la industria. Cuando las mujeres creadoras de serie eran todavía una rareza, Bochco cocreó con la abogada y novelista Terry Louise Fisher la comedia dramática Hooperman (1987–89) y la que sería su siguiente éxito, La ley de Los Ángeles.
Bochco creía firmemente que la ficción televisiva se beneficiaba de contar en el equipo creativo con voces con experiencia fuera del audiovisual. Así, llegó a la serie el abogado y guionista David E. Kelley, que se graduó como showrunner en la serie tras unos años y que creó con Bochco la comedia médica Un médico precoz (1989–93). En ese periodo, Bochco siguió ideando series a ritmo frenético, muchas policiacas y en su mayor parte fracasadas. Quizás el traspiés más doloroso fue su intento de fusionar musical y policiaco en Cop Rock (1990), para el que Randy Newman compuso un número homenaje a Canción triste de Hill Street que permanece como uno de los momentos más hilarantes de la década y, a la vez, testimonio del poder de Bochco en la industria.
Sin embargo, se redimió tres años más tarde con Policías de Nueva York donde, junto con David Milch, reinventó de nuevo el policiaco, con protagonistas llenos de claroscuros, tramas ambiciosas, puesta en escena estilizada, palabras malsonantes y sexo. La serie fue boicoteada por decenas de emisoras, pero se convirtió en un éxito comercial e inició una longeva trayectoria llena de premios. Su siguiente esfuerzo innovador, Murder One (1995–97), creada con Charles H. Eglee y Channing Gibson, fue una decepción, pero experimentó con la estructura de una gran trama serial autoconclusiva como eje de la temporada que luego se haría habitual en la ficción televisiva.
En las dos últimas décadas de su vida, Bochco fue incapaz de generar nuevos éxitos. Su aproximación a la guerra de Iraq, Over There (2005), pasó con más pena que gloría, así como sus nuevos intentos en el género judicial (Ganando el juicio, 2008–09) y policiaco (Asesinato en primer grado, 2014–16). Su publicitado proyecto para HBO, Marriage (que se basaba en situar la acción exclusivamente en un dormitorio), no pasó de la fase de piloto en 2003.
Como a veces pasa a los grandes innovadores, Bochco, que había puesto las bases para el drama adulto y serial que iba a caracterizar la televisión contemporánea, no supo encontrar su hueco en el mundo que había ayudado a forjar. Cuando en 2016 salió a la luz su autobiografía, Truth is a Total Defense: My Fifty Years in Television, optó por la autoedición en Amazon para sentirse libre para contar su propia historia. Pero siempre se mantuvo coherente y demostró la contundencia que lo hizo tan temible para los ejecutivos. Cuando para su entrevista en el Archivo de la Televisión Norteamericana le pidieron un consejo final para aspirantes a productores, respondió: “No la jodáis”.