El último tren a casa
Asiéndose al pasamanos para poder transportar la pesada maleta, se apeó en el andén. Pensó que algún día debería eliminar parte de su equipaje, sobre todo viejos recuerdos que en ocasiones dificultaban sus viajes. Un ligero dolor de cabeza le impedía pensar con claridad: el tren que dejaba atrás, aunque había resultado muy agradable y dotado de todas las comodidades, lo había mareado. Aunque recordaría siempre este último viaje por los bellos paisajes del trayecto y las emociones que había sentido.
La noche había cubierto de oscuridad, frío y soledad el andén al que acababa de acceder. Tras marcharse el último tren se dio cuenta de que era el único pasajero en ese lugar – era una estación muy apartada y una hora muy tardía, a la que todos los hombres ya se encuentran en sus casas al calor del fuego. Además soplaba un viento gélido y húmedo que calaba los huesos y apenas ningún lugar en el que refugiarse.
No sabía cuándo pasaría el siguiente tren, ni si sería el que lo conduciría a su destino final, pero en esas circunstancias tampoco podía hacer otra cosa que esperar. No era la primera vez que, al final de algún largo viaje, se encontraba en soledad hasta empezar un nuevo camino. Incluso empezaba a encontrar algo de placer en esa espera silenciosa. Respiró profundamente mientras cerraba los ojos.
Cuando los abrió se sorprendió al encontrar un tren en la vía. Extrañamente no lo había oído llegar, se había acercado a la estación aprovechando la noche y confundiendo el traqueteo de las vías con el viento cada vez más fuerte. Era un tren peculiar, únicamente tenía un vagón de pasajeros y parecía construido con un armazón de madera, al estilo de los trenes isleños que recorren la costa. Observó además que la máquina, prácticamente indistinguible del único vagon, estaba coronada por una chimenea aún humeante: no sabía que aún circularan trenes de vapor en líneas regulares.
El tren no mostraba ninguna indicación de cuál era su destino y la estación estaba completamente cerrada, sin paneles de información a los viajeros. Se acercó al frente de la cabina para tratar de hablar con el maquinista, pero no observó ninguna apertura para acceder a su interior ni ventana que permitiera asomarse. Pero pensó que, dado lo apartado del lugar, probablemente este tren lo uniría con una población mayor, por lo que decidió subirse; mejor eso que arriesgarse a pasar una noche solitaria en ese entorno frío y oscuro.
Se dirigió a la única puerta de entrada del vagón. Al contrario que los trenes modernos, la apertura no se realizaba de forma automática o apretando un sensor sino que tenía una manecilla. Mientras subía la escalera con su maleta llego hasta él un olor similar al del mar durante una tormenta.
Al entrar en el interior del vagón se dio cuenta de que era el único pasajero del tren. Calculó que cabrían unas cincuenta personas, en filas de dos asientos a cada lado del pasillo central. Estos asientos parecían ser confortables aunque la tapicería, de un color azul mar, estaba descolorida e incluso raída en algunas zonas. El tapizado de las paredes parecía inspirado en una temática oriental – ¿quizás japonesa? – que aunque aparentaba una cierta falta de coherencia, terminaba por dar un aspecto más acogedor al conjunto. Por lo demás, y siguiendo el estilo del resto del tren, el vagón carecía de cualquier tipo de dispositivo multimedia: ni un televisor donde proyectar películas, ni una conexión de auriculares para escuchar música. Sí que disponía de una especie de hilo musical, aunque fue incapaz de localizar la posición de los altavoces. En ese momento sonaba un tema instrumental de Antonio Carlos Jobim.
Al caminar por el pasillo del vagón observó algo fuera de lo normal: al fondo había una esquina cuya decoración y distribución eran completamente distintas. Se habían eliminado dos filas completas de asientos y en su lugar se había colocado un sofá con chaise long con un tapizado gris. Parecía bastante cómodo. Enfrente había una pequeña mesita con libros, un bol de galletas y bombones y una caja con distintos tipos de infusiones junto con una tetera.
Dejó la maleta en uno de los asientos vacíos y se acercó al sofá. Al tumbarse y reclinarse sobre su respaldo, vio que a través de la ventana se veía claramente el cielo estrellado. Acercándose a la mesita ojeó los libros y le llamó la atención una antología de poemas de Luis Cernuda. Sobre el sofá había una lámpara que proyectaba una luz que animaba a leer. La temperatura en el interior era cálida y agradable.
Cuando se reclinaba en el sofá dispuesto a leer alguno de los poemas, el tren se desperezó y empezó a avanzar. Justo en ese instante se interrumpió brevemente la música y una voz femenina dijo: «Tren con destino a Sant…». No pudo escuchar bien a dónde se dirigía, pero en cualquier caso estaba seguro de que el trayecto sería agradable.
Así que se reclinó en el sofá, se relajó y se puso a leer acompañado de la música que sonaba de fondo. ¿Qué paisajes lo esperarían con el amanecer? ¿Quién sabe si ese sería su último viaje en tren?
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