El círculo

Guillermo Peris
Fuga de pensamientos
3 min readJan 16, 2020

Número 4 dejó caer el exceso de ceniza de su cigarrillo sobre un cuenco que ya acumulaba varias horas de tabaco. Exhaló una voluta de humo hacia mí y se enderezó en su asiento, dándome la espalda y dirigiendo la mirada hacia el interior del Círculo. Los otros once participantes, sentados junto a él en sillas señoriales que delimitaban una circunferencia perfecta, apenas se habían inmutado por esta acción, imperturbables bajo el influjo de un centro vacío, cual si una entidad etérea les revelara, en silencio, profundos secretos.

Yo, por mi parte, me limitaba a observarlos, ora fascinado por su devoción hacia la vacuidad, ora hastiado por la falta de acción. A lo sumo les proveía de cualesquiera que fueran sus necesidades, además de ejercer de portero a los curiosos que acudían a tan pintoresca reunión o controlar el paso del tiempo.

Los doce apóstoles no siempre eran los mismos, si bien es cierto que la mayoría de ellos se repetía en los diversos encuentros que había presenciado. Mi única pretensión era, más allá de mi evidente servidumbre, averiguar la posible existencia de algún ignoto rito iniciático que me diera acceso a ser Número 23 —esta era una mera suposición, ya que no había conocido un asistente con un nombre por encima de Número 22, un hombre de mediana edad con amplia sonrisa y aspecto desaliñado.

A medida que acudía a más encuentros, mayor era la fascinación que me causaban y también aumentaba mi interés por conocer el objeto —para mí, desconocido— sobre el que orbitaban las figuras sedentes en el Círculo. Con el paso del tiempo me llegué a obsesionar tanto que en mis sueños me visitaban figuras fantasmagóricas que me susurraban al oído la clave del misterio.

Este interés no sólo alteraba mis pensamientos, sino que también ejercía una fuerte atracción sobre los asistentes a los encuentros. Estas personas se situaban en el exterior del Círculo, sentadas en el suelo sobre mullidas alfombras colocadas de forma concéntrica, y se limitaban a observar el mudo espectáculo sin apenas hablar, únicamente asintiendo o con algún suspiro o tos ocasional.

Por fin, la paciente espera dio sus frutos. En un encuentro del Círculo faltó uno de los asistentes —Número 12, según me pareció oír— y, tras una breve deliberación, me propusieron ocupar una de las sillas, dándome el nombre de Número 32 —al parecer había más miembros de los que imaginaba—. Con la emoción desbordando por cada poro de mi piel, tomé asiento en la posición indicada, esperando a que me fuera revelado el secreto.

Tras unos minutos de desconcierto observando el centro del Círculo sin que, aparentemente, nada ocurriera, por fin entendí la verdad: no había ningún secreto, ni visión mística, ni ilusión, sino solamente un sentimiento de superioridad sobre los asistentes, un honor oculto, encarnado en un vacío sustentado solo por la imaginación, la nada. Pero esa nada se adueñó de mí al sentirme observado, admirado, por aquellos que acudían a los encuentros del Círculo para beber de esa falsa energía.

Me concentré en el centro del Círculo y me dispuse a pasar el tiempo, sabiendo que era la envidia de aquellos que, en el exterior, anhelaban ocupar mi lugar, disfrutar de este inmenso honor.

Una sonrisa apareció en mis labios.

Si os ha gustado os animo a que lo compartáis con quien queráis. Y podéis aplaudir al final del artículo.

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Guillermo Peris
Fuga de pensamientos

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).