Viejo sentado en un banco de Santiago (fuente).

El desfile

Guillermo Peris
Fuga de pensamientos
2 min readJan 23, 2017

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Estaba sentado en un banco del paseo de las hayas, en el barrio en el que se crió. Se balanceaba de forma rítmica —detrás, delante, detrás, delante— mientras daba caladas a su cigarro y observaba despreocupadamente la calle, llena de hojas secas y vacía por completo de almas. Era una sensación extraña: hacía 38 años que no se encontraba en ese lugar pero aunque el paisaje urbano debía de haber cambiado, él no podía encontrar ninguna diferencia con la imagen de sus recuerdos.

De repente, en la esquina de la calle que quedaba a su izquierda, justo donde se encontraba antiguamente —y ahora— el colmado, apareció la cabecera del desfile. Lo abría su madre, llevándole a él en un antiguo cochecito de ruedas enormes y capota de encaje. Su padre, con sus 35 años recién cumplidos, la seguía a unos metros con un traje gris marengo y un sombrero de ala ancha. Tras ellos, y como uno de los pocos recuerdos felices de su infancia, apareció Lolo, cuya presencia en su vida duró hasta bien entrada la adolescencia. Fue esta una época repleta de malos momentos que se había esforzado en borrar de su memoria.

Y entonces apareció ella. Ella. Joven y hermosa como la conoció el primer día de universidad. Ella, con sus ojos de honestidad pura, su sonrisa tímida pero sincera, su vestido de verano y el pelo alborotado. No apartó de ella la mirada mientras pasaba delante del banco desde el que la contemplaba. Le cayó la última lágrima, que hacía años que guardaba con celo.

Tras ella pasó un grupo variopinto de personas, de la turbulenta época tras su divorcio. Amantes, compañeros de trabajo, grandes amigos de un solo día y amistades superfluas de varias décadas, sus padres enfermos, sus compañeros de jubilación.

Hubo una nueva pausa en el desfile. Una pausa larga, vacía. Y tras ella apareció su propia imagen. La versión más sombría de sí mismo, él con sus ojeras, su cansancio, sus fantasmas interiores, sus miedos, sus esperanzas perdidas. Derrotado.

Paró enfrente de él, se miró a sus propios ojos, y entendió que por fin había llegado el momento de descansar, de abandonar la lucha, de rendirse. Sólo quedaban él y sus monstruos —sus eternos compañeros de viaje y amigos. Y esa perspectiva le dio la paz que llevaba tanto tiempo persiguiendo en vano.

El desfile había terminado. El cigarrillo se apagó expulsando su última voluta de humo y la colilla cayó al suelo.

Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTiempo de enero 2017.

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Guillermo Peris
Fuga de pensamientos

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).