La habitación imaginaria

Guillermo Peris
Fuga de pensamientos
2 min readApr 17, 2017

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El trayecto desde el café en el que acababan de desayunar fue corto, la estación de metro se encontraba apenas a unos pasos. Eran conscientes de que no era una despedida, se volverían a ver en un par de meses, pero sintieron que, al conocerse, algo había cambiado en sus vidas.

- Prométeme que nunca huirás —le pidió ella.
- Nunca, te lo prometo.

La espera hasta su próximo encuentro se hacía eterna, así que durante sus conversaciones digitales se reunían en una habitación imaginaria cuya existencia únicamente ellos conocían. Era una sala pequeña, sin ventanas, con una puerta de madera que se abría con una llave de hierro oxidado. La habitación estaba llena de objetos inútiles pero, al mismo tiempo, importantes para ellos: un pequeño conejito de alambre, unos calcetines desemparejados, una figura de porcelana pintada a mano, algún intento de papiroflexia sin terminar… Además, en sus citas les acompañaban animales extraños, mezclas de gatos y conejos, perros y gallinas, y un ejército de hámsters comiendo la hierba que se atrevía a desafiar los listones de madera que cubrían el suelo.

Ella guardaba la llave que abría la puerta y la utilizaba para entrar y salir de la habitación mientras él esperaba en soledad a que regresara de sus numerosos quehaceres. La cerradura le generaba un sentimiento ambivalente: por un lado, impedía que escapara de la habitación, y por otro, su ojo era su única comunicación con el exterior, la esperanza de su pronto regreso. Se encontraba a oscuras, excepto cuando ella aparecía —con el tiempo, cada vez menos— e iluminaba la sala con una luz radiante que lo cegaba y le impedía ver la realidad de su reclusión voluntaria.

Un día, ella dejó de venir. Los días pasaban despacio, angustiosos y asfixiantes, bajo la espera de una promesa incumplida, una cita olvidada. Él no podía escapar, creyendo estar atrapado por la cerradura. Preso de la desesperación del olvido, intentó forzarla y comprobó que no estaba cerrada, quizás nunca lo estuvo. Abrió la puerta para escapar y entonces recordó la despedida en la boca del metro.

- Prométeme que nunca huirás —le pidió ella.
- Nunca, te lo prometo.

Entonces comprendió que ella nunca le había devuelto la promesa de no huir. Y que si él se marchaba, huiría e incumpliría su promesa.

Cerrando la puerta tras de sí, volvió a entrar en la habitación imaginaria. A esperarla a oscuras.

Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosCerraduras de abril 2017.

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Guillermo Peris
Fuga de pensamientos

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).