La mujer de la ventana
Estuvo un buen rato observándola desde la puerta de entrada al salón. Mientras que el resto de ancianos se apiñaba en sillones, sillas y sofás frente a la gran pantalla de televisión y unos pocos jugaban a cartas sobre tapetes verdes manchados de café, ella tomaba un té apartada del resto, frente a la ventana. Mantenía la mirada hacia el exterior sin prestar atención a nada en concreto —él no creía que lo hubiera, pero quién sabe— mientras los dedos de su mano izquierda tamborileaban suave pero incesantemente sobre el brazo de la silla.
Se encontraba sola, como siempre. Desde que él trabajaba en la residencia como asistente social no le constaba ninguna visita. No quiso indagar si era una soledad forzada por la soltería, viudedad o falta de parientes vivos y bien avenidos. Pero su actitud distante había captado su atención y no le constaba que esta se debiera a ningún trastorno psicológico. El rictus de su cara, frío e impasible, con la sonrisa caída, contrastaba con la limpieza de su mirada. Eran ojos duros que, no obstante, se permitían titilar ocasionalmente durante las pocas horas de sol de invierno que le llegaban a través de esa ventana.
El resto de internos tenían relaciones entre ellos en mayor o menor medida: había algunos matrimonios que sobrellevaban juntos los últimos momentos de su vida, grupos de amigos que compartían aficiones e incluso parejas espontaneas que se habían conocido en la residencia y eran inseparables. Pero él nunca había visto a la mujer de la ventana relacionarse con nadie más que con los propios cuidadores del centro.
Le pasó por la cabeza que, simplemente, estaba esperando pacientemente a la muerte, sin ningún hito destacable que pudiera acontecer hasta ese momento, puede que incluso anhelando ese final.
Él aún era relativamente joven, pero muchas veces se preguntaba cómo serían sus últimos días de vida. Si llegaría a superar los ochenta años, si acabaría sus días por un absurdo accidente al distraerse con algún dispositivo electrónico aún no imaginado, si padecería alguna enfermedad larga y dolorosa… Pero sin duda su mayor temor era sufrir cualquiera de esas situaciones en plena soledad, sin nadie a su lado que cogiera su mano y le mirara a los ojos mientras le mentía diciendo que todo iba a salir bien.
Como la anciana de la ventana, esperando en una soledad asfixiante…
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