La tarjeta

Guillermo Peris
Fuga de pensamientos
2 min readDec 18, 2017

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La espera se le hacía cada vez más insoportable y se le antojaba que la cola que había ante él apenas avanzaba. Calculó que habría una veintena de personas, todas con la mirada fija en un artefacto colocado sobre la pared al fondo de la sala, que por su falta de muebles u otros elementos aparentaba un tamaño mayor al real.

La máquina que presidía la estancia —y necesariamente objeto del interés de los allí congregados— era muy semejante a los antiguos cajeros de banco, o a los dispositivos para el pago de tiqués de aparcamiento: disponía de un lector de tarjetas y una gran pantalla en la que se mostraban datos. Ahora, por fin, había avanzado la cola lo suficiente y era su turno. Sacó la tarjeta.

Cuando cumplían la mayoría de edad —los 21 años, dado que la esperanza de vida rondaba los 110 años— se les entregaba la tarjeta junto con las instrucciones y un pequeño curso de normas y manejo. Básicamente, en la tarjeta se registraban de forma automática todos los actos vitales del individuo que la portaba, desde cosas tan nimias como ceder el paso a otro vehículo, a las acciones que implicaban altruismo o maldad.

Cuando se llegaba al final de la vida (lo cual se podía ya predecir con un margen de error de pocas semanas, salvo accidentes) se debía rendir cuentas de la vida llevada. Nunca nadie tuvo claro qué implicaciones tenían dichas cuentas, aunque algunas personas religiosas creían que eran la contribución para el inicio de una nueva vida, en una especie de reencarnación.

También les explicaban que las acciones tenían un valor distinto según su cariz, y también se ponderaba su duración. Aunque esto es algo que nunca llegó a entender; por ejemplo, en una relación personal, de pareja, podía perfectamente ocurrir que las malas acciones que condujeran a la ruptura, aún cuando duraran días o pocas semanas, compensaran meses e incluso años de felicidad. Nadie le supo explicar nunca el porqué de tal desequilibrio entre bondad y maldad pero, mirando brevemente hacia atrás y revisando su pasado, no albergó ninguna duda de que el daño a otras personas, sobre todo sus parejas, era mayor que el bien al que habría contribuido.

Era su turno. Pasó su tarjeta por el lector óptico y la pantalla empezó a mostrar datos. Espero pacientemente el resultado.

Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTarjetas de diciembre 2017.

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Guillermo Peris
Fuga de pensamientos

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).