La eterna nostalgia de lo efímero o imaginario
Utópico anhelo de una sensación que tan solo se ha disfrutado en la imaginación infinitas veces o —en ocasiones y si se ha tenido suerte— durante un breve instante de realidad que queda eternamente fijado en la memoria como un virus que infecta todas las células a su alrededor y va dando una entidad corpórea permanente a ese recuerdo, por lo que el deseo de su repetición o descubrimiento se convierte en una inquietud de futuro y, al mismo tiempo, una añoranza de ese pequeño pulso temporal del pasado —si lo hubo—, y las tensiones de lo que fue y aquello que no será aunque se espera con una falsa — conscientemente falsa— ilusión acaban situando ese pensamiento como un fantasma del viaje de nuestra vida, apareciéndose por sorpresa tras cualquier esquina del tiempo e inmovilizándonos por la espalda, cortando nuestra respiración y con el único deseo de gritar «¡Vete, márchate!» y al mismo tiempo «¡No me abandones, quédate conmigo!», como convivir con un miembro recientemente amputado, sintiendo las cosquillas en la extremidad inexistente, el frío, la humedad, pero sobre todo el dolor, esa melancolía —inacabable e inabarcable como el mar— de lo que terminó apenas empezar pero cuyo sabor se conserva en nuestra boca como un recuerdo de lo que pudo ser pero nunca será. O quizá sí…
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