Son las cinco de la mañana

Guillermo Peris
Fuga de pensamientos
4 min readDec 2, 2015

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Son las cinco de la mañana. Es la hora de las brujas, de los fantasmas, de los hechizos, cuando los adolescentes vuelven a casa borrachos para encontrarse con la felicidad de la cama. Cuando los trabajadores de la mañana se duchan para quitarse las legañas de una noche inacabada.

Son las cinco de la mañana, la hora a la que la mayoría de personas duerme, pero yo llevo despierto desde las cuatro. Con ese pensamiento de nuevo. Ese. Otra vez. Como todas las noches. Aunque si he de ser completamente sincero, no son todas las noches, quizás cada dos o tres noches, algunas veces dos noches seguidas. Ese pensamiento que me persigue desde hace meses.

Son las cinco de la mañana, una buena hora para los exorcismos, para sacar los demonios que uno lleva dentro. Así que cojo mi iPad y me pongo a escribir. En el fondo tengo miedo a las consecuencias de pensar en voz alta – ¿qué es escribir en un blog si no? – , pero la angustia de este pensamiento que me corroe es peor que las propias consecuencias. Sé que es un pensamiento absurdo, sin sentido. Pero precisamente lo que tiene de aterrador es lo que hace que regrese a mí todas las noches y salga de mi cama antes de la madrugada.

Son las cinco de la mañana y ya llevo una hora recopilando datos. Esta parte es la más ligera, la menos obsesiva, ya que sigue un curso lineal. Desde la primera vez que empezó esta bola de nieve, fuera de toda lógica, que fue creciendo acumulando todo el material que encontraba a su paso. Cómo, en lugar de desdeñarlo por increíble, plantó un germen de obsesión dentro de mí – como decían Simon y Garfunkel al inicio de The sound of silence — .

Son las cinco de la mañana e intuyo que se acerca la primera bajada de la montaña rusa. Ese descenso en el que se adquiere la energía necesaria para encarar los bucles y tirabuzones. Los bucles. Esos pensamientos repetitivos de los que únicamente se sale para entrar en otra espiral, hasta que el agotamiento vence la partida o llega el amanecer.

Son las cinco de la mañana de esta noche, pero el pensamiento es el mismo de otros desvelos. ¿Debo contar esta idea que me acecha todas las noches? ¿O no tiene ningún sentido? ¿Acaso hay visos de realidad o es totalmente absurdo? Me imagino explicándolo, compartiéndolo y mi línea temporal se divide en universos de distintas respuestas, distintas consecuencias. En apenas unos segundos estos universos colapsan en un big crunch, se repite la pregunta y todo vuelve a empezar.

Son las cinco de la mañana y el bucle se amplía, se incluyen recuerdos de silencios, dudas, evasivas, y vuelven mis elucubraciones sobre lo que esconden. Y vuelvo a decidir que debo poner término a esta tortura preguntando por fin. Porque no puedo seguir una noche más así. Pero, ¿y si averiguando la verdad se resquebraja mi mundo? Y volvemos a empezar…

Son las cinco de la mañana y empiezo a sentirme agotado. Quisiera dejar de pensar, poder dormir, poder gestionar este cansancio vital con el que cargo durante todo el día. Dejar de pensar. Dejar de pensar. Dejar de pensar de una vez.

Son las cinco de la mañana y sé que al despertar todo volverá a la normalidad. Pero que a lo largo del día mi paranoia irá detectando silencios, huecos, patrones que dibujan la silueta de un secreto. Porque los secretos no se reducen ocultándolos, sino que a quien sospecha de su existencia le parecen un elefante que camina sobre un campo cubierto de harina dejando huellas enormes. Pero nunca se llega a ver el elefante. Y con el tiempo uno ni siquiera está seguro de querer ver el elefante. Incluso se llega a dudar de que existan el elefante, la harina y hasta el propio campo.

Son las cinco de la mañana y me pregunto si escribir estas palabras me va a ayudar. Si revisando el texto durante el día, la claridad de la luz me permitirá vislumbrar la verdad que la noche no me deja ver. Algo que se me escapa por la presión del paso implacable de las horas y la pérdida de tiempo de sueño. Si no consigo captarlo tras plasmarlo en mi tableta, sólo me queda resignarme. Al menos habré podido descargar estas palabras y liberar parte de la presión que me impide dormir. Quizás la próxima noche duerma mejor. O eso espero. Algo es algo.

Son las seis de la mañana.

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Guillermo Peris
Fuga de pensamientos

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).