¿Debemos confiar en las encuestas electorales?

Un repaso al trabajo de la demoscopia en los procesos electorales más relevantes de 2016 y 2017

Galder Peña
Galder
20 min readMar 11, 2017

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Sumidos en una sociedad global caracterizada por los cambios frenéticos y la inmediatez, las elecciones periódicas resultan insuficientes -tanto cuantitativamente como cualitativamente- para evaluar el estado de la opinión pública. Los Estados crean organismos específicos encargados de sondear a los ciudadanos y multitud de empresas privadas se han sumado a este negocio erigido sobre la curiosidad permanente y la ‘espectacularización’ de la política. Además de responder a estas modernas necesidades, las encuestas electorales también cumplen la función de modelar la opinión pública en función de los resultados expuestos y de las tendencias observadas. No en vano, todos los medios de comunicación con posibles se apresuran en encargar sondeos a su proveedor de confianza con la intención de manosear los datos hasta que sean compatibles con la línea editorial. Estrechar los márgenes para incitar a una mayor participación o jugar con la intención directa de voto y la célebre ‘cocina sociológica’ para confundir a la audiencia, son métodos habituales que condicionan el comportamiento de un electorado más preocupado por la utilidad de su voto que por apoyar a la formación que más se adecua a su perfil ideológico.

Durante 2016, uno de los años más políticamente intensos e inverosímiles del siglo XXI, las encuestas electorales han sido el blanco de las críticas por no medir correctamente la erupción de los nuevos fenómenos políticos, que se han abierto paso a distintas velocidades y han alcanzado diferentes metas en cada país. Se ha consolidado una tendencia a observar los barómetros electorales como una suerte de elecciones paralelas que se producen semanalmente y culminan en una ceremonia final que no debe más que confirmar los resultados anticipados. Esta concepción convierte las elecciones, y las consiguientes campañas electorales, en auténticos maratones a ojos de la opinión pública, olvidando que quizás nos estamos enfrentando a un ‘sprint’ en el que cada candidato parte con unas condiciones previas pero donde las sorpresas son habituales e incluso inevitables por la propia naturaleza de la competición. Apropiarse de instrumentos que únicamente deberían ser mecanismos de orientación para los partidos políticos trae consecuencias sobre todo cuando se hacen interpretaciones totalmente erróneas, derivadas normalmente de leves manipulaciones mediáticas que proyectan titulares falsos o realizan valoraciones improcedentes. Extraer conclusiones de encuestas con un 40% de electores indecisos o elaborar manifestaciones rotundas sobre aquellas en las que la diferencia entre dos opciones es del 3% y el margen de error del estudio es del 5% tan solo sirve para contribuir a la formación de una noción general equivocada que muchas veces se traduce en estupefacción tras la cita electoral real. En este contexto, antes de crear falsas expectativas deberíamos tener en cuenta que las informaciones que recibimos nunca son inocentes y que la lectura superficial de los datos es insuficiente para alcanzar la base objetiva que se esconde tras la pirotecnia y la ideología. No se trata de exculpar a las agencias que se encargan de elaborar estas encuestas (de hecho resulta difícil creer que su único interés sea informar), simplemente poner de manifiesto que hay ocasiones en las que es legítimo matar al mensajero, principalmente cuando escribe por encima del mensaje o directamente lo cambia por otro.

Así, es conveniente hacer un repaso de las encuestas que han rodeado los eventos electorales más importantes del 2016, tanto las que fueron capaces de prever el desenlace final (siempre con la concesión lógica de un margen mínimo) como las que fracasaron estrepitosamente y deben hacer replantear la metodología empleada.

Las que acertaron

En contra de lo que piensa más de medio planeta, las encuestas electorales estadounidenses calcularon con precisión el porcentaje de apoyo de Hillary Clinton y Donald Trump a nivel nacional. En todo momento mostraron una carrera muy igualada que se decantaba de uno u otro lado dependiendo del medio de comunicación y del porcentaje de electores indecisos. Durante la última semana, Clinton logró una ligera ventaja que se vio reflejada en la gran mayoría de las encuestas, siendo el ‘tracking’ de LA Times el único barómetro que ponía a Trump por delante. Además, en este último caso, la diferencia entre ambos era del 3% y el porcentaje de indecisos aún se establecía en un 7%. La gran mayoría de los pronósticos situaban a Clinton alrededor del 45–48% del voto popular y a Trump en la horquilla de 40–44%, correspondiendo el porcentaje restante a candidatos minoritarios como Jill Stein o Gary Johnson. Los resultados oficiales refrendaron estas predicciones, pues Clinton (48,0%) contó con tres millones de votos más que Trump (45,9%) en el conjunto del país. No obstante, la posterior conmoción mundial se puede justificar atendiendo a las encuestas realizadas a nivel estatal, concretamente en los llamados ‘swing states’ como Pensilvania, Wisconsin o Michigan, donde las encuestas daban a Clinton entre dos y seis puntos de ventaja y finalmente fue derrotada por menos de un punto porcentual en los tres territorios. La ley electoral de EE.UU. propició que estos errores de no más de tres puntos, unidos a la victoria de Trump en otros ‘swing states’ como Ohio o Florida (donde las encuestas daban un empate técnico), otorgaran una victoria aparentemente holgada a Trump, pese a obtener menos votos que su rival tal y como predijeron los sondeos publicados en días anteriores.

La media de encuestas electorales, disponible en la página web realclearpolitics.com muestra una tendencia que se confirmó en la noche electoral. Sea información útil o no desde el punto de vista político, es innegable que en este caso los sondeos han acertado.

En España, la política parlamentaria también ha vivido uno de los años más tensos y exigentes de la era democrática. No únicamente por el conflicto catalán y por las elecciones generales de junio, que abordaremos más tarde, sino también por las elecciones autonómicas celebradas en Euskadi y Galicia el 25 de septiembre. En un escenario bastante más tranquilo y estable, únicamente alterado por la irrupción de Podemos (en confluencia con Izquierda Unida) y la casi imperceptible presencia de Ciudadanos, las encuestas electorales fueron capaces de proyectar unos resultados semejantes a los reales tanto en Galicia como en el País Vasco.

En la CAV, tal y como se puede observar en la siguiente tabla elaborada por la página web especializada ‘electomania.es’, tan solo Podemos se escapa ligeramente del margen de voto establecido por el 90% de los sondeos analizados. En el resto de los casos la precisión de las encuestas es casi milimétrica, tanto en el porcentaje de voto como en los escaños obtenidos. Las dificultades que entraña estudiar los factores condicionantes del voto en un partido que concurre por primera vez a las elecciones hacen comprensible y excusable la desviación observada en Podemos, que en todo caso no es superior a cuatro puntos porcentuales en la peor de las predicciones.

Análisis de las encuestas electorales sobre las elecciones vascas de 2016 realizado por la página web ‘electomania.es’

En Galicia la situación es muy similar. La victoria aplastante del PP no fue puesta en cuestión por ningún sondeo, aunque sí existía cierta incertidumbre acerca de si Feijóo podría revalidar su mayoría absoluta una vez más. Finalmente lo logró, alcanzando 41 escaños y cumpliendo las predicciones más optimistas. Al igual que los barómetros vascos sobrevaloraron ligeramente a Podemos, sus homólogos gallegos hicieron lo propio con En Marea, que no pudo robar tantos votos como se preveía al BNG. En cualquier caso, se trata de matices que no tienen especial relevancia en la práctica y que no alteran sustancialmente el número de escaños.

Fuera del territorio estatal, los italianos también acudieron a las urnas en un año en el que teóricamente no había ninguna cita electoral programada. El ejecutivo de Matteo Renzi reformó hasta 44 artículos de la Constitución italiana relativos a la organización institucional del Estado y, tras la ratificación del Congreso, sometió tal reforma a referéndum con el fin de obtener la legitimación del pueblo italiano. Además, Renzi vinculó su continuidad como primer ministro a la victoria del ‘sí’ en la consulta, hecho que se preveía complicado desde el principio ya que todos los partidos mayoritarios de la oposición, desde la ultraderecha de ‘Lega Nord’ hasta el ‘sentidocomunismo’ del ‘Movimiento 5 Estrellas’, hicieron campaña activa a favor del ‘no’. Convertido el referéndum en una suerte de plebiscito sobre la figura de Matteo Renzi, las encuestas, como muestra este artículo de ‘Bloomberg’, coincidieron en dar una ventaja de cerca de 10 puntos a la opción que desestimaba la reforma de la Constitución. Sin embargo, los sondeos publicados por la RAI y por el periódico ‘La Reppublica’, considerado de centro-izquierda y afín al ‘Partido Democrático’ de Renzi, redujeron esta ventaja a la mitad, recogiendo ambas un porcentaje de indecisos superior al 20%. Finalmente, los resultados oficiales fueron algo más duros todavía con la iniciativa del primer ministro que, obteniendo tan solo el 40,1% de los votos, cumplió su palabra y anunció su dimisión inmediata tras casi tres años en el poder. Se puede asegurar, por tanto, que los sondeos previos, sorprendentemente homogéneos en esta ocasión, predijeron el desenlace con cierta precisión atendiendo a los margenes de error revelados.

Principales encuestas publicadas al respecto del referéndum constitucional convocado por Matteo Renzi.

Las que fallaron

No todo es luz y color en el planeta de la demoscopia. En ocasiones, la percepción general es acertada y las quejas no nacen de interpretaciones erróneas sino de un trabajo manifiestamente deficiente por parte de las empresas que estudian la opinión pública.

Uno de los acontecimientos más sorprendentes de 2016, el popularmente conocido como ‘Brexit’, es el ejemplo más significativo por su relevancia y por haber impulsado con fuerza este periodo de aprensión hacia las encuestas electorales. El referéndum para la salida de Reino Unido de la Unión Europea fue una demanda de los sectores ultraderechistas a la que finalmente accedió en 2015 el entonces primer ministro David Cameron. Tras un referéndum similar en 1975 en el que el 67% de los británicos optaron por continuar en la Comunidad Económica Europea, las encuestas preveían una carrera mucho más pareja en esta ocasión. Con el UKIP de Nigel Farage abanderando el ‘Leave’, el Partido Laborista defendiendo el ‘Remain’ y un Partido Conservador dividido, los sondeos comenzaron otorgando cierta ventaja a los partidarios de continuar en la UE, si bien la lejanía del referéndum (se programó nueve meses antes de su celebración) aún originaba un alto porcentaje de indecisión. Fue a partir de febrero de 2016, como se puede apreciar en el siguiente gráfico de ‘Bloomberg’, cuando la situación se apretó considerablemente y se estabilizó alrededor de los 3–5 puntos de ventaja para el ’Remain’. En los dos últimos meses, mientras descendía progresivamente el número de indecisos, tal ventaja desapareció en los sondeos hasta finalizar en lo que los anglófonos denominan ‘too-close-to-call’ (demasiado ajustado para adivinar). Aunque se deba reconocer que los barómetros británicos predijeron con acierto la igualdad extrema de la votación, en este artículo de ‘Financial Times’ se puede observar que de las 10 últimas encuestas, tan solo tres de ellas pronosticaban la victoria del ‘Leave’ y aquella que cuenta con una muestra más amplia daba hasta diez puntos de ventaja a los defensores de la permanencia del Reino Unido en la UE.

Seguimiento minucioso de las encuestas relativas al ‘Brexit’ en Bloomberg.

La confirmación del ‘Brexit’, inesperada también para las casas de apuestas, fue el primer naufragio internacional de 2016 para la demoscopia, pero no el último. En Colombia pudimos asistir a un episodio aún más sorprendente aunque con menor impacto internacional (al menos en Occidente). Tras años de negociaciones entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos para alcanzar un acuerdo de paz que implique la disolución de la guerrilla y su integración al sistema democrático y parlamentario terminaron con éxito en 2016. El documento resultante fue aprobado por las cortes colombianas y dada la trascendencia de las medidas a implantar, que marcarán un antes y un después en la historia del país, se optó por someterlo a referéndum el 2 de octubre. La consecución de una paz definitiva tras tantos años de asesinatos, secuestros y crímenes organizados y toda la escenografía montada alrededor de la firma de los acuerdos llevaron a pensar que el referéndum sería un mero trámite. Las voces de aquellos que exigían un acuerdo menos condescendiente con las FARC y las de aquellos que, siguiendo el discurso del expresidente Álvaro Uribe, utilizaron la oportunidad para realizar oposición sistemática a Santos e intentar sacar rédito electoral poniendo en riesgo la vida de miles de colombianos, parecían ahogarse bajo los discursos triunfalistas del ejecutivo colombiano y de los dirigentes de las FARC, que contaban con el apoyo de la gran mayoría de los Estados (desde Cuba hasta EE.UU.). Así lo reflejaban también las encuestas, que en algunos casos llegaron a prever hasta un 70% de votos afirmativos. Este artículo de ‘El País’ muestra como los doce últimos sondeos, tres de ellos publicados tan solo cinco días antes de la votación, pronosticaron una victoria muy holgada del ‘sí a la paz’. La última encuesta de la firma ‘Datexco’ es la que menos superioridad otorga a esta opción, concretamente 19 puntos porcentuales (con 2,1% de margen de error), todo un abismo imposible de remontar en menos de una semana. Para encontrar una encuesta que pronosticara la victoria del ‘no’ tenemos que retroceder hasta el 7 de agosto, cuando la empresa ‘Ipsos Napoleón Franco’ predijo que un 50% de los electores votarían en contra del acuerdo de paz frente a un 39% que apoyarían la opción contraria. No obstante, no cabe afirmar que esta agencia utilizara una metodología más apropiada que las demás, pues justo un mes después publicó una nueva encuesta según la cual el 72% de los colombianos refrendarían el acuerdo entre el Gobierno y las FARC. Es difícilmente explicable que todas las encuestas hayan errado en masa y por tantísima diferencia. El único motivo al que pueden agarrarse estas agencias, y que aun así no justificaría sus pronósticos desastrosos, es que el nivel de participación ciudadana en el referéndum apenas fue del 37%, 13 millones de colombianos de los casi 35 millones que estaban llamados a las urnas. Quizás el margen tan amplio que proyectaban las encuestas a favor del ‘sí’ provocó que gran parte del electorado se abstuviera de votar al considerar que la victoria era segura, pero es tarea de los encuestadores prever estos comportamientos y ajustar sus predicciones de acuerdo a ellos, por lo que no cabe excusa ante una desviación de más de quince puntos en la mayoría de los casos.

Página de Wikipedia que recoge los sondeos que se publicaron en los principales medios de comunicación colombianos y el resultado final del referéndum, muy alejado de las predicciones.

Si en el anterior apartado elogiábamos a la demoscopia nacional por su buen trabajo en las elecciones autonómicas de Galicia y Euskadi, en lo que respecta a las elecciones generales del 26 de junio corresponde cambiar la felicitación por un tirón de orejas más que merecido. Con la experiencia de unas primeras elecciones generales apenas seis meses antes, el escenario político no era nuevo para las encuestas. Las predicciones previas realizadas respecto a partidos de nueva creación como Podemos o Ciudadanos podían ser reajustadas, teniendo en cuenta que ambas fuerzas fueron mal proyectadas tanto en votos como en escaños por los sondeos previos al 20D. Sin embargo, en este detallado gráfico de ‘El Español’, que recoge una distribución de escaños basada en más de cien sondeos relativos al 26J, se puede observar que la gran mayoría de las encuestas incurren de nuevo en el mismo error. Según el propio artículo, afirman con un intervalo de probabilidad del 50% que el PP obtendría entre 112 y 130 escaños (finalmente obtuvo 137) y Unidos Podemos entre 80 y 99 (tuvo que conformarse con 71). En lo que respecta a PSOE y Ciudadanos la desviación fue menos acusada, aunque todavía 6–7 escaños sobre el pronóstico medio. Además, no es viable alegar que el error lo provoque el modelo estadístico de ‘El Español’ en lugar de los barómetros, pues el siguiente gráfico elaborado por Kiko Llaneras, que simplemente recoge los porcentajes de voto sin realizar interpretación alguna, demuestra que prácticamente todas las encuestas pronosticaron erróneamente el famoso ‘sorpasso’ de Unidos Podemos al PSOE. Además, se observa en este mismo gráfico una ligera tendencia ascendente del partido de Pablo Iglesias, que en algunos casos sobrepasa incluso el 26% de los sufragios. Las urnas no solo detuvieron esta tendencia sino que redujeron su botín hasta el 21,2%, cifra que solo sirvió para que UP mantuviese los 71 escaños logrados por Podemos e Izquierda Unida en diciembre.

Seguimiento de las encuestas electorales previas al 26-J por parte de Kiko Llaneras (‘El Español’), experto en demoscopia y análisis político.

Ya en 2017, la travesía por el desierto parece alargarse para las empresas que estudian la opinión pública. Continúan los errores y, por ende, se suceden las sorpresas cuando apenas se han cumplido dos meses de este nuevo año. Las primarias francesas, tanto las socialistas como las republicanas, son el mejor ejemplo de ello y sirven como avance de lo que podemos esperar en un 2017 marcado por las elecciones presidenciales francesas, las elecciones generales holandesas y las elecciones federales alemanas.

Las primarias de ‘Los Republicanos’ (así se hace llamar en la actualidad el antiguo ‘Unión por un Movimiento Popular’ con el que Sarkozy alcanzó la presidencia) se celebraron en noviembre de 2016 con la presencia de tres candidatos mayoritarios: Nicolas Sarkozy, y los ex primeros ministros Alain Juppé y François Fillon. Si bien en un primer momento, un año antes de las votaciones, los sondeos enviaban de nuevo a Sarkozy a la lucha por el Elíseo, pronto fue sobrepasado por Juppé, a quien se le llegó a otorgar casi el 50% de los votos. A medida que se acercaba la fecha para elegir al candidato capaz de detener el ascenso meteórico de Marine Le Pen, la distancia entre Juppé y Sarkozy disminuía progresivamente, situándose ambos alrededor del 30–35% según las múltiples encuestas publicadas en septiembre y octubre del pasado año. Fue entonces cuando emergió un tercer candidato, el flamante vencedor François Fillon, que pasó de un 11% a un 20% según la firma ‘Odoxa’ en apenas tres semanas. Los sondeos recogieron en cierta manera la remontada de Fillon, aunque tan solo uno de ellos, publicado por ‘Ipsos’ dos días antes de la primera vuelta, le coloca por delante de Fillon y Juppé con un 30% de los sufragios. Finalmente, Juppé recibió el apoyo de cerca del 30% de los votantes, tal y como señalaron las encuestas, mientras que Sarkozy bajó diez puntos hasta el 20,7% y Fillon se disparó hasta un inesperado 44,1%, demostrando que las empresas encargadas de estudiar la opinión pública volvieron a obviar la gestación de todo un fenómeno político. En lo que respecta a la segunda vuelta, la ventaja de Fillon era tan evidente que no admitió error de medición, principalmente porque solo hay un intervalo de siete días entre ambas elecciones.

Tabla con las encuestas más significativas relativas a las elecciones primarias de ‘Les Républicains’. (Wikipedia)

En las elecciones primarias del Partido Socialista, vencedor de las últimas presidenciales, los focos también se centraron en tres candidatos una vez que el presidente Hollande renunció a buscar la reelección: el primer ministro Manuel Valls, Arnaud Montebourg y Benoit Hamon. La siguiente tabla muestra que todas las encuestas de intención de voto realizadas tras la confirmación de los candidatos dieron vencedor a Valls, con 8–12 puntos de ventaja sobre el segundo, ya fuese Hamon o Montebourg, pues ambos se movieron en un empate técnico alrededor del 25%. Los sondeos pronosticaron una lucha encarnizada entre Montebourg y Hamon para acceder, junto a Valls, a la segunda vuelta de las primarias. Si bien los barómetros atinaron más en esta ocasión que en las primarias republicanas, el favorito volvió a sucumbir y fue rebasado por un ‘outsider’ menos famoso pero más admirado por los suyos. En el Partido Socialista ese papel lo cumplió el exministro de educación Benoit Hamon, que se convirtió en referente de la izquierda moderada cuando abandonó su cartera en agosto de 2014 al renunciar Hollande a sus políticas socialdemócratas. Hamon logró un 36% de los sufragios frente al 31,5% de Valls y el 17,5% de Montebourg, el gran derrotado por las expectativas que había creado la demoscopia a su alrededor. Para más inri, las encuestas tampoco fueron una herramienta útil en la segunda vuelta de estas primarias. Las pocas que pudieron realizarse durante la semana que separa ambas votaciones no proyectaron un vencedor claro ni se acercaron en cualquier caso al 59% que logró finalmente Hamon.

Tabla con las encuestas más significativas relativas a las elecciones primarias del ‘Parti Socialiste’. Se recogen tanto encuestas de intención de voto como encuestas de preferencia a un candidato concreto. (Wikipedia)

Las que vienen

Si 2016 fue un año intenso para la política occidental, 2017 se presenta crucial para el futuro de la Unión Europea. Tres de los países que más han contribuido a la construcción europea como motores económicos y políticos eligen a su nuevo Ejecutivo en unas elecciones que servirán para medir el auge de la ultraderecha y, en el caso que nos ocupa, comprobar si las encuestas electorales continúan arrojando más sombras que luces.

El primero en acudir a las urnas será Holanda, actualmente gobernado por el ‘Partido Popular por la Libertad y la Democracia’ (VVD), de ideología liberal y conservadora, gracias a un acuerdo de gobierno alcanzado con los socialdemócratas del ‘Partido del Trabajo’ (PvDA). Hay que tener en consideración que los pactos de gobierno están a la orden del día en Países Bajos, ya que cuentan con un Parlamento muy fraccionado al que se puede acceder logrando únicamente el 0,67% de los sufragios. En lo que respecta a las elecciones generales de 2017, que se celebrarán el próximo 15 de marzo, las encuestas dibujan nuevamente un panorama confuso y muy igualado en el que entre la primera y la séptima fuerza únicamente hay 16 escaños de diferencia y hasta doce partidos distintos obtendrían representación. Independientemente de negociaciones y pactos posteriores, la mayoría de las encuestas coinciden en que el PVV del ultraconservador Geert Wilders disputará la victoria al VVD, disponiendo ambos de una ligera ventaja de 3–5 puntos sobre diversos partidos como el conservador CDA, el liberal D66, el ecologista GL o el socialista SP. Entre el lio de siglas, etiquetas y porcentajes destaca el batacazo del PVdA, socio de gobierno del VVD y segunda fuerza en 2012, al que muchos sondeos relegan a la séptima plaza. Siguiendo la tendencia de otros partidos socialdemócratas europeos que han traicionado sus ideas, el PvDA perdería más de 25 escaños de los 38 que logró cinco años antes, de lo que se aprovecharán principalmente los ecologistas y los ultranacionalistas. En menos de una semana comprobaremos si se produce el duelo PVV-VVD anticipado por los barómetros o si, al igual que en las primarias francesas, es una tercera fuerza la que sorprende a los investigadores y les deja nuevamente en evidencia. En cualquier caso, es de recibo admitir que el escenario político holandés es terriblemente complejo y supone un reto mayúsculo para cualquier analista, por mucho que las encuestas coincidan en señalar ciertos rasgos comunes.

Encuesta electoral sobre las elecciones generales de Países Bajos que muestra la enorme división parlamentaria que puede formalizarse en las urnas. Gráfico elaborado por la página web ‘Electograph’.

En Francia, las proyecciones son menos complicadas, pero el escenario político también ha dado un vuelco considerable respecto a las últimas elecciones presidenciales. Atendiendo a las encuestas, sorprende que ni republicanos ni socialistas sean favoritos para acceder a la segunda vuelta, perdiendo ambos su histórica hegemonía en sus respectivos espacios ideológicos. François Fillon sale mejor parado que su homólogo en la izquierda, pero no es capaz de detener el ascenso meteórico de la ultraderechista Marine Le Pen, que pasaría de un 17% a un 26% asegurando su acceso al balotaje. Si el voto de la derecha francesa se radicaliza, en la izquierda ocurre todo lo contrario, pues el candidato al que todas las encuestas apuntan como verdugo del Partido Socialista es el independiente Emmanuel Macron. Macron, que fue ministro de Economía bajo el mandato de Hollande, se presenta como líder de un movimiento político creado ‘ad-hoc’ para estas elecciones y que recibe el nombre de ‘¡En Marcha!’. A diferencia de Hamon, Macron perteneció al sector más reformista del Partido Socialista y en estas presidenciales, convertido ya en un socioliberal convencido, aspira a absorber el voto de todos aquellos que no confían en los partidos tradicionales ni en el euroescepticismo ultranacionalista y fascista del Frente Nacional. Esta imagen de moderación y regeneración, unido a la retirada de François Bayrou de la carrera presidencial, ha aupado a Macron en los sondeos hasta un 25% del voto popular. Así, los pronósticos otorgan a Le Pen y Macron 6–7 puntos de ventaja sobre Fillon, que en dos meses ha visto dilapidadas sus opciones de acceder a la segunda vuelta por el escándalo de corrupción en el que se ha visto involucrado y que ha derivado en su reciente imputación por malversación de fondos públicos. Por detrás, Hamon y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, también independiente, quedarían por debajo del 15%, en cuarto y quinto lugar respectivamente. La ventaja de Macron y Le Pen parece suficiente para garantizar que el nuevo Presidente de Francia saldrá de un duelo entre ambos (en cuyo caso las encuestas dan veinte puntos de ventaja al exministro), aunque teniendo en cuenta los golpes de efecto que dieron Fillon y Hamon en las primarias, quién sabe si de nuevo habrán sido infravalorados por los sondeos. Habrá que esperar hasta el 23 de abril para averiguar si la demoscopia consigue redimirse en el país galo.

Media actualizada a diario de las encuestas publicadas en relación a las elecciones presidenciales francesas de 2017. Gráfico elaborado por ‘EuropeElects’.

Sin duda alguna, el país que menos erupciones, descalabros y seísmos políticos ha sufrido es Alemania. Ningún partido de nueva creación ha irrumpido tras las elecciones federales de 2013 ni la ultraderecha parece encontrarse en posición de atacar el Poder tal y como ocurre en Francia, Holanda y muchos otros países de nuestro entorno. No obstante, las encuestas electorales apuntan a que la ‘Unión Demócrata Cristiana’ (CDU) de la canciller Angela Merkel se ha desgastado lo suficiente como para bajar diez puntos en la intención de voto y arriesgar una victoria electoral que hace un año parecía asegurada. El partido que puede derrocar a Merkel tras doce años liderando la primera potencia económica del continente es el histórico ‘Partido Socialdemócrata de Alemania’ (SPD), que se encontraba estancado en el 25% hasta que el expresidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, fue nombrado candidato por unanimidad. Esto ocurrió en enero de este mismo año, justo en el momento en el que se observa un repentino ascenso meteórico en la intención de voto del SPD, que pasa de un 22% a un 33% en apenas dos meses. Por el momento, los sondeos vaticinan un empate técnico entre una CDU que parece debilitarse progresivamente y un SPD que ha frenado su ascenso para estabilizarse alrededor del 30%, mientras otras cuatro formaciones compiten por formar una alternativa que a día de hoy se asemeja más a una quimera que a una posibilidad real. Los ultraderechistas del AfD, los liberales del FDP, los socialistas de Die Linke y los ecologistas de B90/GRÜNE se encuentran entre el 7% y el 12% y, aunque no tienen opciones reales de disputar el liderazgo del país, es posible que sean determinantes para formar gobierno si logran superar el 5% de los sufragios y obtener, por consiguiente, representación parlamentaria. En las elecciones federales de 2013, por ejemplo, liberales y ultranacionalistas quedaron a las puertas de ese 5% que da acceso al ‘Bundestag’, posibilitando una mayoría de izquierdas que en todo caso no llegó a concretarse porque CDU y SPD acordaron un gobierno de ‘gran coalición’. Por ello, es especialmente trascendental que los sondeos sean precisos a la hora de evaluar a estas fuerzas, que por escasas décimas pueden quedarse sin escaño u obtener más de 50. Las elecciones federales germanas no se celebrarán en primavera, sino que será a la vuelta del verano, el 24 de septiembre, cuando se elija un nuevo canciller. Es de esperar, por tanto, que las encuestas recojan nuevas tendencias durante los próximos meses y se calibren para afrontar el que será, a priori, su último gran reto de 2017.

Evolución de la intención de voto de los principales partidos políticos alemanes según encuestas publicadas desde septiembre de 2013. (Wikipedia)

En definitiva, la demoscopia nos ha dado numerosos motivos tanto para confiar como para desconfiar profundamente de su labor como barómetro de la opinión pública. Nada nos garantiza que los pronósticos de uno, diez o cien sondeos previos vayan a asemejarse siquiera a la realidad, sobre todo cuando se producen en un escenario inestable y con un alto porcentaje de electores indecisos, pero son varios los casos en los que han acertado con precisión el desenlace final de una votación. Debemos entender las encuestas como un elemento de carácter consultivo al que acudir para conocer la situación aproximada en la que se encuentra un partido político, su capacidad de movilización o el espacio que ocupa dentro de su espectro ideológico, pero jamás debemos analizarlas como si se tratara de una publicación anticipada de los resultados que puede condicionar nuestro voto y provocar que nos abstengamos de asistir a las urnas porque una opción determinada parece tener la victoria completamente asegurada (tal y como ocurrió en el referéndum por la paz de Colombia). Las empresas que analizan la opinión pública disponen de importantes medios que les permiten abarcar muestras ciertamente representativas, pero aún están lejos de convertirse en oráculos que deban dirigir nuestros comportamientos o actitudes respecto a una votación concreta. Que la espectacularización de los eventos electorales no convierta procesos de elección de representantes públicos en eternos concursos televisivos ni competiciones mediáticas desnaturalizadas.

Galder Peña, estudiante de Periodismo en la Universidad del País Vasco. Puedes leerme también en Twitter y en Blogspot.

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