¿Por qué ligamos más en el extranjero?

Júlia Guasch
Life as a Milenial
Published in
3 min readJan 1, 2017

Si estás leyendo esto lo más probable es que estés soltero en tu casa o emparejado en el extranjero. Pero tranquilo/a, que si estoy escribiendo esto es porque yo también estoy (y he estado) allí.

Tenía un amigo que me contaba que en la facultad en la que enseñaba su padre, no había cartel en el que pusiese “Erasmus” que se librase de ser transformado en un “OrgErasmus”.

A él esto le hacía muchísima gracia y cuando acabó el colegio, ante tales promesas (org)erásmicas, se fue a vivir fuera de España. Digamos que poco queda ya del inocente niño que no se comía un colín en el instituto. Digamos que se aplicó el cuento. Digamos que cuando el río suena, agua lleva, y que si todos los alumnos coinciden en que Erasmus es Orgasmus, por algo será. Así que aquí van unas breves conclusiones… todas tan empíricas, que las he probado yo misma. Espero que al menos mi amigo estuviese de acuerdo conmigo.

¡Adiós mamá! Es muy duro. Mamá deja de lavarte la ropa, de hacerte el desayuno, la comida y la cena y, sobre todo, de darte mimitos. Que sí, que es una plasta y una besucona pero justo ahora que se me está quemando la salsa de tomate y mañana tengo una entrega, qué bien me vendrían un par de arrumacos y una dosis de amor de madre. Así que puede, puede solo, que a falta de pan, buenas son galletas y tengas que buscar los besos y abrazos en otro lado. Aquí empieza la caza…

… Y el sálvese quien pueda. Cuando viajamos al extranjero salimos de nuestros circuitos habituales y conocemos a un montón de personas… constantemente. Olvídate de tus amigos del parvulario con los que aun sales todos los viernes, ahora no tienes amigos y te toca hacerlos de nuevo. Una vez una chica me dijo “desde que vivo en Panamá tengo “mis amigos del mes”” y ella llevaba más de un año viviendo en ese (horrible) sitio, así que simplemente la probabilidad de toparte con alguien con quien salten chispas, se multiplica por la cantidad de gente que conoces… y probablemente sea mucha.

Nuestro sentimiento de aventura sube. Asumimos que controlamos menos nuestro entorno y nuestra capacidad para asumir riesgos se incrementa. Nos acostumbramos a lo imprevisible, lo cogemos gustillo y nos ponemos en modo explorador. Y esto incluye darle una oportunidad a ese/a chico/a que te está haciendo ojitos desde el otro lado de la barra. Porque no nos engañemos, cuando estamos en casa, nos cuesta un montón salir de nuestras rutinas establecidas. “Uuuy, y ahora quedar con ese chico al que no conozco, con lo bien que estoy en el sofá comiendo palomitas. Calla, que prefiero seguir mirando la película romántica sobre ese chico perfecto y, a no ser que se me cruce exactamente con ese tío (el de la peli, no el actor), nada”. Así que ya puede estar adonis llamando a nuestra puerta que ni con eso damos un paso al frente. Cuando viajas, no hay rutina, no tienes ataduras, ni mentales, ni al sofá (probablemente no tengas sofá). Salir de casa nos baja el listón a la altura de la realidad mundana. Así es la vida y así de reales pueden ser las relaciones.

Last but not least, estar fuera de casa requiere ponernos a prueba cada día. Nos damos cuenta de que somos capaces de muchas más cosas solos, ganamos en confianza y eso nos hace conectar con nuestro “yo” interior de una manera especial. De repente, recobramos un instinto inexplicable, que nos dice qué va a funcionar, dónde, cómo y cuando. Nos hemos vuelto más independientes y eso nos hace libres para establecer nuevas dependencias.

Einstein lo dijo una vez más claro y con menos palabras: “la definición de la locura es hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados distintos”.

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