De la inutilidad de los gestos

¿Han pensado con calma en lo inútiles que son los gestos que realizamos? Sólo hay que recordar cosas como los aplausos. ¿No les parece rarísimo festejar chocando las manos?

Freud hubiera dado más rápido con la pulsión de muerte nomás con observar dos veces nuestros festejos con aplausos: nos golpeamos a nosotros mismos y lo hacemos con sentimiento.

Piensen ahora en saludarnos. «Hola, qué tal, mucho gusto», extendemos la mano y tomamos la del otro. Agitamos, apretamos, a veces los dedos hacen fintas entre ellos y luego soltamos. El apretón de manos. Un icono de la fraternidad humana. Pero acaso, ¿no sería más útil usar las manos para pasar alimento al compañero de a lado?

No me malinterpreten. Aprecio el contacto humano, pero miremos lo mágico de esto. Son inútiles estos movimientos, pero aun así los hacemos. Seguimos saludando con las manos, aplaudiendo con las manos, ¿no son acaso las manos la parte del cuerpo que más usamos para masturbarnos?

Pero, ¿qué sentido tiene?

Tal vez es que somos cuerpos inútiles que jugamos a agitarnos. No quiero sonar desalentador, sino todo lo contrario. Si somos inútiles y el punto de encuentro con el otro es a través de gestos vacíos, ¿no será eso una señal de alguna capacidad generativa? Sí, hablo de transformar las cosas que un comienzo parecían inservibles. Creación casi espontánea, sin embargo existen medios para ello. De la simulación tendemos a algo más sustancioso; del juego hacemos amigos.

Estos gestos corporales son aún más desmontables que las fichas de LEGO. Y por eso son un camino nuevo, siempre y cuando quienes juegan quieran reformarlos en el juego, y agitarse jugando. Por eso en cada grupo de humanos, saludarse puede tener más o menos movimientos corporales; así como en lugar de aplaudir, en algunas lugares se extiende una reverencia.

La variación es la que opera al final del día.

Otra vez el juego comienza, usando otra vez las manos, o ahora los pies, o ahora la cabeza… Y arribamos donde aparece la alusión a las cosas: las palabras, mejor aún, los textos.

Los textos, temática cualquiera, no son otra cosa más que signos apilándose. Y de tales simulaciones que son los signos, se hacen representaciones en teatros, grabaciones de películas y programas de radio.

¿No nos queremos dar cuenta de la tan bien estructurada paranoia que es esto?

Algunos llevan la paranoia mejor en carne propia, como por ejemplo los actores que son locura enfocada en fingir ser otras personas.

Pero hay otros sujetos que consideran esos signos como imperturbables. Se toman al pie de la letra el libro que creen es lo único válido. Cuando en realidad su apreciación es una posibilidad más entre muchísimas otras. Por ejemplo, es posible ver también la historia del Cristo bíblico ni más ni menos que como una tragedia causi griega, quizás más bien romana.

Los bordes, eso nos gusta de los signos. Los bordes que son lo único que vemos como posible-de-dejar-de-ser-inútil, pero que no se terminan nunca de concretar. Como los límites en las fórmulas matemáticas, esas líneas que tienden rampantes hacia el eje, pero que no tocan ni la Y ni la X en plano. Obtenemos placer con transitar los límites, pero también lo sufrimos porque, yendo más y más cerca del límite, no alcanzamos a traspasarlo.

Pero pongamos que salimos, que tomamos una nave y de tan maravillados que el Sol siempre nos ha tenido, emprendemos ruta hacia él, directos hacia él. Y vamos casi tan rápidos como la luz. Y minuto a minuto, nos vamos quedando sin ojos, sin piel, sin oídos, sin narices… y consecuentemente sin lengua, porque todo nuestro cuerpo va siendo consumido… así es querer llegar más allá del límite. Podríamos hacer ese viaje hacia el límite que es el Dios-Sol, pero no con estos cuerpos inútiles que les da por jugar a ser indestructibles.

Estos cuerpos que alucinan con chamuscarse en estrellas, pero que no reconocen que si hacen el viaje cósmico, ya no habrá más aplausos ni apretujones de manos, y por lo tanto tampoco quedarán gestos que sí nos sirven aunque parecían inútiles.

Nótese la paradoja. Es más eficiente obrar con cosas inútiles en nuestra relación con el otro que consumirse de querer traspasarlo.

Pareciera que la ilusión nos permitiera percatarnos del sujeto de al lado, y de que podemos tendernos hacia él. Y aunque no lo alcancemos, podemos jugar con humo, con esos gestos inútiles, como los magos.

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.