Dimitri Dmítrievich Shostakóvich o la simple y violenta suerte de un músico soviético

Destino. Era sólo una palabra grandiosa para algo contra lo que no podías hacer nada. Cuando la vida te decía, «Pues sí», tú asentías y lo llamabas destino. Y así había sido su destino llamarse Dmitri Dmítrievich. No había nada que hacer al respecto. Naturalmente, no se acordaba de su propio bautismo, pero no tenía motivos para dudar de la verdad de la historia. Toda la familia se había congregado en el estudio de su padre, alrededor de una pila bautismal portátil. El cura llegó y preguntó a los padres qué nombre querían ponerle al recién nacido. Yaroslav, respondieron. ¿Yaroslav? Al cura no le complació este nombre. Dijo que era de lo más inusual. Dijo que en la escuela se burlaban y reían de los niños con nombres inusuales; no, no podían llamar Yaroslav al niño. Su madre y su padre se quedaron perplejos ante una oposición tan franca, pero no deseaban ofender al cura. ¿Qué nombre propone, entonces?, le preguntaron. Pónganle algo normal, dijo el cura: Dmitri, por ejemplo. Su padre alegó que él mismo se llamaba así, y que Yaroslav Dmítrievich sonaba mucho mejor que Dmitri Dmítrievich. Pero el cura no estaba de acuerdo. Así que le llamaron Dmitri Dmítrievich.

¿Qué importaba un nombre?

Julian Barnes, El ruido del tiempo

Rómpete una pierna, Yaroslav

En la primavera del 2019, Yaroslav Radashkevich hizo tres intentos por levantar 250 kilos. En el primero las piernas le temblaron, en el segundo le dolieron las espinillas, en el tercero se le rompió la pierna.

Yaroslav hizo caso omiso a las advertencias que le dio su cuerpo.

Los dolores le empezaron desde 2 semanas atrás, y él confió en que todas esas molestias desaparecerían tomando analgésicos y entrenando más fuerte en su preparación para el Campeonato Euroasiático de Levantamiento de Pesas celebrado en Khabarovsk, donde se rompería una pierna.

Confirmada en el hospital la fractura de la tibia, todo indicaba que no sólo tendría que abandonar las competencias, sino que también tendría que dejar de trabajar como entrenador personal, pausar sus estudios, y conseguir dinero para pagar los gastos médicos. Además de que sufriría una larga e incierta recuperación.

Pero lo cierto es que no le fue tan mal.

Con decirles que se le puede ver en un video de su cuenta de Instagram del 22 de marzo de 2020, cargando ya 210 kilos, tan sólo 40 kilos menos de los que le romperían la pierna menos de un año atrás.

Todo fue más simple de lo que se esperaba.

Él regresó con fuerzas a lo suyo.

Yaroslav Radashkevich no se hizo famoso por ser un joven y dedicado atleta petersburgués. No. Yaroslav Radashkevich adquirió fama mundial por romperse una pierna.

Rómpete una pierna, Yaroslav

La tercera fue la vencida.

Así de simple, así de violento.

«Shostakóglitch», una ilustración por Javier Norberto Muñoz Palacios

Un músico en espera

Un músico que no se llamaba Yaroslav, sino Dmitri Dmítrievich, el 26 de enero de 1936 presentó la ópera Lady Macbeth de Mtsensk en el teatro Bolshói de Moscú.

Se dice que entre los asistentes estaba el mismísimo Stalin, líder supremo en aquellos ayeres de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Y se dice también que no le gustó para nada la presentación.

Todo eso se asume porque dos días después, el músico leyó en el periódico del régimen, el Pravda, una editorial de su ópera donde el encabezado era «Confusión en lugar de música» o algo igual de lapidario.

A partir de allí, el músico esperó afuera de su departamento, junto al elevador, a que pasaran por él, a que lo llevaran a recapitular por sus males embarrados en el pentagrama, aquellos ladridos que insultaron al pueblo y a los nobles motivos de la Revolución.

¿Cómo es que se había dignado a componer algo que ofendiera al camarada Stalin y con él a todo el pueblo soviético?

Eso era Intolerable.

Por eso, a partir de esa nota en el periódico, estuvo siempre listo justo al elevador de su edificio, con un maletín de mano, lleno de ropa interior, pasta de dientes y cigarros.

Esperaba allí afuera para que el arresto no fuese a incomodar a su familia.

Esperaba allí fumando y con cansancio.

El maletín acompañándolo.

Esperaba allí a que el Poder fuera por él.

Nunca llegó el arresto. Ni el exilio. Ni la purga.

Para él, no.

Sobrevivió.

Fue peor.

Las tres conversaciones de Dmitri Dmítrievich Shostakóvich

La suerte que sufrió fue otra.

Tuvo 3 conversaciones con el Poder.

1. La primera conversación, fue una cita con el comisario en turno.

En su oficina no iban a platicar ni de la teoría ni de la composición musical de Lady Macbeth de Mtsensk.

Estaban seguros de que era parte de una conspiración contra el Poder.

Estaban seguros que había asistido en amistad y complicidad a reuniones con reaccionarios malditos que querían herir al Poder.

Matar a Stalin, dejar al pueblo maltrecho, dividir a los camaradas.

Por favor, acuérdese, Shostakóvich. Usted puede salvar a la Patria, denuncie a los involucrados, diga todo lo que conspiraban. Acuérdese y regresé con el recuerdo fresco. Así, podremos hacer el bien por la Revolución, camarada.

Cuando Shostakóvich regresó después a la comisaría, no lo recibieron.

Le dijeron en la entrada que no había citas ese día.

Y nunca pudo confesar los recuerdos recuperados a aquel comisario que desapareció, en medio de las purgas.

No tuvo que mentir como testigo ocular.

2. La segunda conversación fue una llamada.

Stalin estaba telefoneándole directamente a él.

Había pasado un año desde la primera conversación.

La llamada tenía un motivo claro: lo querían como representante de la URSS en el Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial en Nueva York.

Shostakóvich se negó tres veces.

Si necesita un médico, no hay problema, dictó Stalin.

Si necesita un traje, no es problema, el taller del Comité Central se lo confecciona, dictó Stalin.

Si su música está prohibida, que lo dudo mucho, es un error, no hay problema. Toda su música es libre de interpretarse. Siempre ha sido así. Tendrá que haber una reprimenda de manera oficial, dictó Stalin.

Shostakóvich no tuvo de otra. Terminó yendo a Nueva York.

3. En la tercera conversación, Stalin ya estaba muerto.

Sólo muerto pudieron conspirar contra él y su legado.

Y ahora lo querían a él, a Shostakóvich, como presidente de la Unión de Compositores de la Federación Rusa.

Todo estaba dispuesto.

Era el músico más reconocido, con más repertorio y experiencia; su edad y que los demás habían sido purgados y exiliados, lo confirmaba.

Él no se consideraba digno. No era nadie para ese papel. Era sólo un músico. No tenía madera para esa función.

Pero no tenía que preocuparse, le aseguraron, lo habían considerado por sus credenciales, por su grande labor, y que harían todo por él.

Sólo tenía que afiliarse al Partido.

Nada más eso.

De lo contrario, iba en contra de los lineamientos.

No puedo ser parte de un partido que mata, dijo Shostakóvich como último recurso.

Pero, Shostakóvich, el Partido ha cambiado.

Desde que murió Stalin y desde asumió que el camarada Nikita Serguéievich Jrushchov, no se mata a nadie.

Queremos restituir a los apestados por Stalin.

Las purgas pararon.

Únase al progreso de la Revolución, Shostakóvich.

De nuevo no pudo negarse. Firmó poco después su afiliación.

La tercera fue la vencida.

Nadie le dijo rómpete una pierna, Shostakóvich.

La suerte de cargador de pesas no era para Dmitri.

Otra suerte es para los que se llaman Yaroslav.

Así de simple, así de violento.

«No podía vivir consigo mismo». Era sólo una frase, pero certera. Bajo la presión del Poder, el yo se agrieta y se parte. El cobarde público convive con el héroe privado. O viceversa. O, lo que es más frecuente, el cobarde público convive con el cobarde privado. Pero esto era demasiado simple: la idea de un hombre partido en dos por un hacha. Mejor: un hombre triturado en cien pedazos de escombros que intentan en vano recordar cómo se habían ensamblado en otro tiempo.

Julian Barnes, El ruido del tiempo

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.