De cómo Freud escribía ensayos (y Montaigne antes también)

Freud & Montaigne

Sigmund Freud se ha abordado a más no poder y aquí vengo yo queriendo hablar sobre él.

Mucho se ha repetido que Freud acuñó el psicoanálisis, que fundó la primera asociación alrededor del psicoanálisis…

Psicoanálisis por aquí y psicoanálisis por allá, y Freud, y Freud, y Freud…

Y pues es verdad, más o menos así pasó.

Freud andaba en otro pedo, siempre anduvo en otro pedo.

Y por esa actitud flotante y curiosa de Sigmund es que llegó a nombrar tantas cosas y a influirse a sí mismo pa luego influir a casi todo el mundo y luego a todo el mundo.

Yo quiero hablar entonces de su manera de escribir y cómo es que coincide que lo que él escribió, sus publicaciones en vida y las póstumas, son ensayos.

Y si hablamos de ensayos es casi inevitable, pues hablar también de Michel de Montaigne, quien al menos en Occidente se dice que los inventó.

Ni modo.

Asociación libre y censura

Freud al escribir se convertía en un río discursivo que correlacionaba sentires por medio de palabras.

Esto es la metáfora de aquel que va en un tren y que se suelta a hablar de las escenas que desfilan ante sus ojos.

Esto es la asociación libre que tanto, de veras, tanto le reportó en su consultorio.

Aunque bien es cierto que el salto de la asociación libre hablada a la asociación libre escrita implica los mismos riesgos y resistencias.

Entre ellos, está inmiscuido el factor de la censura.

Pero una censura que más que únicamente cerrar el camino a lo que se quiera expresar, brinda un abanico posibilidades, muchísimas de ellas rozando el aspecto artístico.

Freud en La interpretación de los sueños se sirvió de la analogía del escritor político ante el poder para ilustrar la censura onírica:

En situación análoga se encuentra el escritor político que ha de decirle verdades desagradables a los poderosos. Si se las dice con franqueza, el poderoso reprimirá su expresión, retrospectivamente si se trata de una expresión oral, preventivamente si ha de publicarse mediante imprenta. El escritor ha de temer la censura, por eso modera y distorsiona la expresión de su opinión. … Cuanto más severamente se ejerza la censura, tanto más extremado será el disfraz, tanto más ingeniosos con frecuencia los medios que ponen al lector sobre la pista del significado propiamente dicho.

La censura como disimulo es un sesgo tanto onírico como artístico.

Rizar el rizo ante la instancia de poder —externa o interna— hace que escribir o hacer arte en general adquiera mil y un formas, variedad “propia” del arte que es algo que se agota sin agotarse.

(Y la vida, también, por cierto.)

Tal vez el falso dilema entre asociación libre —decir las cosas conforme se vengan— y la censura —travestir lo que se diga— signifique uno de los móviles más humanos del arte.

No es por nada que Aldous Huxley dijo lo siguiente:

Asociación libre controlada artísticamente: este es el paradójico secreto de los mejores ensayos de Montaigne.

Y lo mismo más o menos puede decirse de los textos del tío Freud.

Paso a un par de ejemplos concretos donde veamos cómo Freud ensayaba a su manera, pero siguiendo la escuela de Montaigne.

Cómo lo hizo Montaigne

Michel de Montaigne tiene en su haber, entre tantos, tantísimos, un ensayo titulado De la ociosidad, donde aborda el tema del ocio en acción.

El primer rasgo que destaco es que —digamos— no se esforzaba muchísimo al poner los títulos a sus textos, ya que es explícita la relación entre nombre y contenido, lo cual tampoco debe de alarmarnos porque Michel vivió en el siglo XVI y no escribió su obra sino hasta entrado el 1572 y hasta 1592.

Y la experimentación en los nombres en esos tiempos era más bien un accidente —aunque todo nombre es más bien un accidente, pero señalarlo no era tan común—.

Luego del título, entonces, viene el texto que hay que decirlo es breve, una cuartilla por mucho.

La brevedad hace mucho, porque, a pesar de estar constituido por 4 párrafos originales y 4 citas de autores latinos, funciona con creces.

El primer párrafo representa el planteamiento y pueden resumirse en la expresión así como, porque aparecen dos analogías:

  • Primero es la cuestión de la tierra:

así como vemos cómo los terrenos baldíos, si son fecundos y fértiles, se pueblan de mil suertes de hierbas salvajes e inútiles y es necesario cultivarlos y sembrarlos de determinadas semillas para nuestro servicio y para que produzcan provechosamente,

  • Y luego la cuestión de las mujeres*

y así como vemos que las mujeres producen por sí solas montones informes de carne y para que engendren algo natural y de provecho es preciso depositar en ellas otra semilla,

Estas dos analogías sirven para ilustrar su punto acerca de la cuestión de la reflexión:

exactamente igual sucede con los espíritus: si no se los ocupa en una labor determinada que los concentre y los limite, se lanzan sin orden ni concierto al vago campo de las fantasías.

Los versos de Horacio aparecen intercalados como argumento de autoridad, que busca —lo intuimos— sustentar en la tradición el planteamiento de Montaigne.

Horacio describe cómo la luz cuando se cuartea en un vaso de bronce se vuelve un atropello de reflejos que hieren, y esa imagen coincide con la idea de evitar el relajo, es decir, ponerse a trabajar con un propósito concreto, que es el planteamiento de Montaigne.

El segundo párrafo de Montaigne es sólo un eco del primero, pues dice:

Y no hay ensueño ni locura que el entendimiento no engendre en semejante agitación

Y los versos de autoridad aquí corren a cargo de Virgilio, quien alega que de todo esto sólo podrían resultar quimeras parecidas a los ensueños de un enfermo.

El párrafo tercero concreta el planteamiento:

El alma se pierde cuando no tiene un fin establecido, pues, como suele decirse, el que vive en todas partes no vive en ninguna.

Por último, el cuarto y final párrafo contiene el giro del texto, el momento donde se reconcentran y transforman todos los elementos que el texto ha dejado sueltos hasta el momento:

Últimamente he decidido retirarme a mi casa, dispuesto en la medida de lo posible a no dedicarme a nada salvo a pasar en reposo y en soledad lo que me resta de vida, y me pareció que no podía prestar un mejor servicio a mi espíritu que al dejarlo en plena libertad y abandonado a sus propias fuerza, que se detuviese donde estimase oportuno, con lo cual esperaba que pudiera en lo sucesivo adquirir mayor madurez. Me encuentro, sin embargo, con que —variam semper dant otia mentem— ocurre justo lo contrario: cual caballo desbocado, toma cien veces más inercia que cuando el jinete lo guía, y engendra tantas quimeras y tantos monstruos fantásticos, unos sobre los otros, sin ton ni son, que para poder contemplar a mi gusto la inutilidad y singularidad de los mismos, he comenzado a ponerlos por escrito con la esperanza de que, con el tiempo, lleguen a avergonzarse de sí mismos.

En el final —decía— cada elemento se revoluciona:

  • de tener un escritor alejado de lo que habla pasamos al yo del escritor que se manifiesta al hablar de su experiencia propia;
  • la meta de concentrar el espíritu del escritor se va al carajo;
  • la última cita de autoridad ahora aboga en sentido contrario de las que hemos conocido en el planteamiento (dado que ahora es Lucano quien nos dice en latín algo como «El ocio siempre engendra incertidumbre»);
  • la imagen de la que se sirve para ilustrar lo que está pasando con su espíritu es una metáfora dinámica (el espíritu como caballo desbocado es brutal), contraria a las imágenes que previamente nos ha presentado (la cuestión de la tierra y la cuestión por demás cuestionable de la mujer);
  • y el remate es que ni siquiera él mismo puede evitar que se le presenten las ensoñaciones de enfermo, aquellas que ha estado evitando en todo el texto, y el recurso que le queda —este es el elemento/lamento quizá más brillante del ensayo— es la resignación de ponerse a escribir a las bestias estas que son sus reflexiones, las cuales eventualmente y por su propia cuenta —y esto es lo único que queda del vapuleado planteamiento— espera el escritor se percaten y sientan pena de su existencia.

De la ociosidad, a mi parecer, por lo que he desglosado hasta aquí, cumple con lo que dice Huxley acerca de los mejores ensayos del mismo Montaigne.

Cómo lo hizo Freud

Freud, por su cuenta, entre sus muchos, muchísimos textos, tiene uno llamado El psicoanálisis «silvestre».

Aparece prontamente el primer rasgo encontrado en el ensayo de Montaigne: de nuevo la relación es explícita entre título y contenido.

Más que una curiosidad, esto orienta un poco más en tanto la herencia de Freud en su manera de escribir, comenzado, desde luego, por el título mismo.

Ya que Freud es uno de los —digamos— últimos pensadores que siguen este principio clásico establecido justamente por autores fundacionales como Montaigne, no sorprende, sino que apoya la moción de que ambos abrevan de las mismas aguas.

Este texto es breve, aunque no de una sola cuartilla, sino más bien de alrededor de 4.

Coincidencia número dos: la brevedad.

Desde un principio, aquí el yo —que llamaremos pa pronto Freud— aparece contando la anécdota que detona todo.

Hace algunos días acudió a mi consulta, acompañada de una amiga, —nos cuenta Freud— una señora que se quejaba de padecer de estados de angustia.

El planteamiento inicia así pues con una de las mujeres con una situación clínica entre manos. Y Freud continúa precisando:

  • Las características de la enferma, quien

pasaba de los cuarenta y cinco años, pero aparecía bien conservada y se veía claramente que no había perdido aún su femineidad.**

  • La causa aparente de su estado de salud:

Los estados de angustia habían surgido como consecuencia de su separación del marido,

  • La intervención y propuesta de otro médico ante su situación:

pero se habían hecho considerablemente más intensos desde que un médico joven al que hubo de consultar le había explicado que la causa de su angustia era de necesidad sexual. No podía prescindir del comercio masculino, y para recobrar la salud había que recurrir a una de las tres soluciones siguientes: reconciliarse con su marido, tomar un amante o satisfacerse por sí misma.

  • La desesperanza ante lo propuesto y el ruego por revisión del propio Freud:

Esta opinión del médico había desvanecido en la paciente toda esperanza de curación, pues no quería reanudar su vida conyugal, y los otros dos medios repugnaban a su moral y a su religiosidad. El médico le había dicho que su diagnóstico se fundaba en mis descubrimientos científicos, y acudía a mí para que lo confirmase definitivamente. La amiga que venía acompañándola, una señora de más edad y aspecto poco saludable, me rogó que rebatiese la opinión de mi joven colega, seguramente errónea, pues, por su parte, había enviudado muchos años atrás y había podido conservarse irreprochablemente sin padecer su angustia.

Por medio de una anécdota que lo involucra en más de un sentido, Freud ha puesto la mesa pa que comience el banquete, pero antes un poquito más de arreglar los manteles y templar los vinos de este ensayo, una digresión:

Habla de que no va a hablar mucho de la difícil situación de la mera visita de las dos mujeres, para pasar mejor a hablar sobre el desempeño del otro médico joven, pero no sin antes hacer una advertencia que puede abonar al caso de la situación en concreto: el cuestionar lo que diga un paciente sobre su médico, dado que una actitud reacia puede aflorar por parte del primero sobre el segundo en cualquier momento, gracias a mecanismos como la proyección.

Y que en estos vaivenes hostiles suele suceder que el médico lamentablemente haga suyas las acusaciones que el paciente le lanza, las cuales son más bien deseos reprimidos, y no reclamos auténticos hacia el médico.

Supone que bien podría ser el caso de que la paciente por motivos ajenos al tratamiento haya malinterpretado lo sugerido por su colega más joven, y que aunque sería injusto relacionar este caso del cual no sabe a ciencia cierta si tiene manejos tendenciosos presentará en este texto sus pensamientos acerca de lo que él llama psicoanálisis «silvestre».

En suma, Freud confiesa que no está así mil seguro de que el caso de esta paciente sea el mejor, pero confía en que es un buen pretexto pa soltar las observaciones que viene masticando desde hace rato sobre el mentado psicoanálisis «silvestre».

Y las observaciones son de dos tipos:

  • Los errores científicos, que pa pronto son los que él juzga teóricos:
  1. Dice que el médico joven asumió el concepto más superficial de «vida sexual», lo que incluye únicamente la práctica genital, el orgasmo y demás movimientos y reacciones corporales, cuando el psicoanálisis ha hecho hincapié en el concepto de lo que puede nombrarse como psicosexualidad, donde caben todos los actos motivados por sentimientos afectivos nacidos en el seno de los impulsos sexuales primitivos, pero con la posibilidad de que dichos impulsos hayan perdido su fin primitivo sexual o de plano se hayan transformado y convertido su meta en algo más allá de lo sexual.
  2. Y también que si bien la insatisfacción sexual puede originar patologías nerviosas, esa situación de desproporción entre energía sexual y reprensión, no significa que el satisfacerse sexualmente asegura una cura generalizada y definitiva de los trastornos nerviosos; razón por la cual las tres propuestas del médico joven (volver con el marido, conseguir un amante o masturbarse) no tienen orientación psicoanalítica. Si fueran auténticas soluciones para la paciente, ella ya las habría acometido sin necesidad del visto bueno del médico joven, naturalmente.
  3. Además de que asumir esas tres opciones como las únicas curas posibles y casi casi innegables, suprime toda posibilidad de la experiencia analítica, esto es, anula el momento donde la paciente se exprese respecto a su propio trastorno nervioso para de allí partir en la lógica también propia de su caso concreto e inalienable.
  • Los errores técnicos, que pa pronto son los que él considera prácticos:
  1. Decirle al paciente lo que lo afecta no es más que un posible paso en la terapia; decirle al paciente lo que su inconsciente contiene no es el remedio de lo que sufre, y en ocasiones sólo suele agravar los síntomas y ensanchar el conflicto. (Aquí Freud saca a cuento una metáfora destacable: Pero semejantes medidas ejercerán sobre los síntomas patológicos nerviosos la misma influencia que sobre el hambre, en tiempos de escasez, una distribución general de menús bellamente impresos en cartulina.)
  2. La creencia errónea de que método psicoanalítico es expedito. La práctica analítica más bien conlleva una calma activa frente al paciente, con miras a evitar que el paciente cese o cierre la comunicación de los sentires respecto a sus trastornos y acerca de sí mismo. Así, pues, la comunicación tiene que tenderse con puentes de construcción lenta pero segura para que sea el paciente mismo quien hable de sí y pueda de esta manera eventualmente intervenir el psicoanalista.

Después de pasar lista a los dos tipos de errores, Freud hará un par de apuntes más.

El primer apunte se los resumo a modo de un refrán:

Aquel que tenga antojo de psicoanalizar psicoanalista ha de visitar

Porque sólo así el interesado podrá familiarizarse con la técnica psicoanalítica. Porque

esta técnica —remata Freud— no se puede aprender, hoy por hoy, en los libros. Ha de aprenderse, como tantas otras técnicas médicas, bajo la guía de aquellos que ya la dominan.

Por tanto, podría decirse que Freud dijo o pensó: soy Freud, y yo y mis cuates acabamos de fundar la Asociación Psicoanalítica Internacional (API) y aquí creamos sin querer un monopolio del psicoanálisis.

Freud curiosamente al fundar la API pondrá en marcha de nuevo el juego entre asociación libre y censura, ahora en el mundillo mismo del psicoanálisis, convirtiéndose la API en institución de control y poder y echando de lado a varios, dictándoles qué hacer y qué no bajo los suaves campos (de concentración) de la censura.

Cosa que se repetirá una y otra vez, y a Carl Gustav Jung y a Jacques Lacan les tocará también, la escisión, cómo de que no.

El segundo apunte que Freud hace sirve para cerrar.

Este es el giro del texto.

Porque si bien ha dicho que todo muy mal con el médico joven, que cometió tal y tal error teórico y tal y tal error práctico, cabe un poco de acierto en todo ello.

Un acierto para el paciente y que es a la vez perjuicio para los psicoanalistas profesionales, aquellos que sí saben, pues:

En rigor, tales analíticos silvestres perjudican más a nuestra causa que a los enfermos mismos. He comprobado, en efecto, con frecuencia que semejante conducta inhábil, aunque en principio agravase el estado del paciente, acababa por procurarle la curación. No siempre, pero sí muchas veces.

Aquí es donde se revoluciona la cuestión, porque de haberle dicho puntualmente en qué la cagó el médico joven, le termina confesando entre líneas algo así como:

—Bueno, pues sí la cagaste, eres un psicoanalista «silvestre», sin embargo, por esos mismos defectos en tu conducta, mira cómo son las cosas, ha habido efectos buenos de la paciente, pues vino hasta a mí, donde sí se sabe del psicoanálisis, en forma y contenido, y la paciente en esa huida de ti, se empezó a preguntar cosas a sí misma y con eso ya se puede trabajar; y pues, bueno, te digo, colega, funcionó para algo lo que recomendaste en tu torpeza, pero ¿a qué costó? Pero ¿a qué costo, coleguita? Porque con tus modos torpes, silvestres, las personas nomás se van a seguir yendo de largo ante el psicoanálisis, con los prejuicios por delante. Y esto puede ser evitado.

Freud acepta, sin conceder al médico joven, lo que hizo, enlistándole los errores.

Pero también reconociendo que puede ampliarse el conocimiento por medio de ensayo y error, aunque no siempre sea lo más recomendable.

Montaigne, en De la ociosidad, deja ver grosso modo un desplazamiento que va desde la frialdad ante el ocio, al buscar evitarlo a toda costa, hasta la inevitable inmersión del sí mismo-escritor en el desmadre que es la ociosidad y con eso se sienta a la mesa y escribe.

Freud, en El psicoanálisis «silvestre», funciona también un movimiento, en el cual tras hacer el planteamiento de la situación concreta donde su yo se ve más que involucrado, se deja ir en un regaño hacia el otro médico joven para al final hacer un cambio de tono: pasa de ser un papá severo y puntual a ser un papá resignado y reconociendo en el error también un acierto, mínimo, casi idiota, pero reconoce ese efecto, aunque no deja de hacer hincapié en que esos modos silvestres nomás chingan al psicoanálisis como causa propia; pero sólo por la anécdota que le ha pasado hace algunos días a él mismo es que se sienta y escribe.

Ambos textos sin la aparición y modulación del yo escribiente, no existirían o serían otra cosa, quizás algo como un manual o receta o qué sé yo, pero no es el caso.

Ambos son ensayos.

Y para matizar esta aseveración —la de que ambos son ensayos— Aldous Huxley de nuevo me va a echar la mano.

Huxley hablaba de tres polos ensayísticos:

  • El polo de lo personal y autobiográfico,
  • El polo de lo objetivo, lo fáctico, lo concreto-particular, y
  • El polo de lo universal-abstracto.

El ensayo de Montaigne, si quisiéramos repartirlo por partes en cada polo, tendría en lo personal y autobiográfico la mención a su propio retiro en casa para ver, entre otras cosas, precisamente la acción del ocio en sí mismo y cómo eso se le va de las manos.

En lo concreto-particular tenemos ese mismo retiro a sus anchas en el «mundo real».

Y en lo universal-abstracto, por supuesto, las recuperaciones de los autores latinos con sus sendos versos y la alusión al ocio como fenómeno que toca a cada persona.

El ensayo de Freud, si también quisiéramos acomodarlo por partes, podría tener en el polo de lo personal y autobiográfico, en el factor de la visita del par de mujeres en su consultorio y la fundación por parte suya de la API.

En el polo de particular-concreto, la salvedad de reconocer sus limitantes al no conocer al médico joven y aun así usarlo como excusa para hablar del psicoanálisis «silvestre» y los errores técnicos-prácticos que describe.

Y en el polo de lo universal-abstracto, las observaciones en los errores científicos-teóricos, desde luego.

Pero ante todo, en ambos, insisto, es la modulación del yo que ancla los dos textos en la corriente ensayística.

Por más que se le haga menos a este género, está más presente, en lo que Huxley llamaría su gran variabilidad, aunque se le busque ignorar o de plano aunque la gente no se entere que está allí.

Jacques Lacan decía que

es común que lo obvio pase desapercibido precisamente por obvio.

Y a la luz de la desmenuzada que he pretendido hacer de los dos ensayos de Montaigne y Freud, respectivamente, puedo y quiero decir que siempre ha sido tiempo del ensayo, en sus abanicos de posibilidades que la asociación libre y la censura patrocinan por igual, donde lo mismo cabe hablar del ocio y cómo funciona esa madre tal cual como un caballo desbocado, y también hablar bajo pretexto de una visita en tu consultorio sobre los errores posibles de otro coleguita en materia de psicoanálisis.

Es obvio y por eso mismo es que lo digo: el ensayo siempre ha estado allí, el ensayo siempre ha estado aquí, el ensayo siempre ha estado acullá, formándose y transformándose en las manos lo mismo da de Montaigne, de Freud o las mías propias.

Claro que mucho tiene que ver cómo se lea.

Pues es de igual importancia el cómo se escribe que el cómo se lee.

Y si alguna duda cabe, bienvenida, escribamos ensayos con esos pretextos que son las preguntas o inquietudes, correlacionemos lo distinto haciendo ensayos.

César Aira señaló en un ensayo precisamente llamado El ensayo y su tema que

El ensayo es la pieza literaria que se escribe antes de escribirla, cuando se encuentra el tema. Y ese encuentro se da en el seno de una combinatoria: no es el encuentro de un autor con un tema sino el de dos temas entre sí.

Montaigne, en este sentido, podría haber llamado a su ensayo: El ocio y cómo este es un desmadre (que te da rico en la madre).

Y Freud podría, haciendo caso a Aira, haber llamado a su texto, si quisiera variarle: La paciente y el médico joven (vaya cagada, coleguita).

Tal vez así se entienda un poco más la invitación a que se pongan ustedes también a interrelacionar las dudas o los pensamientos aparentemente contrarios que se les ocurran o que ya estén allí desde hace años.

Notas:

*Es claro que la analogía de Montaigne donde la mujer es el tópico tiene por demás sesgos de apropiación de la mujer y es una perra mamada eso. Vale poco que sea fundador del ensayo literario, hay que notarlo y analizarlo. Es lo mínimo que puedo hacer pa constatar una vez más que por mucho tiempo ha sido norma expresarse y considerar así a las mujeres.

**Podría leerse este fragmento freudiano como una apreciación meramente física-corporal de la paciente, características que sin duda en el ámbito clínico tienen su importancia, pero que el concepto de femineidad sólo refiera al estado del cuerpo de la mujer es dar por hecho demasiadas cosas de por medio. También Freud describirá el físico de la amiga de la paciente y de nuevo es cuestionable esto. Aquí el debate debe desatarse, y no pasar desapercibidos estos detalles, puesto que pueden permitir reduccionismos absurdos y misóginos.

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.