Juan José Arreola o de hombres y nombres

Hace justo un año participaba en el VI Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, en Delicias, Chihuahua, leyendo pasadas las dos de la tarde este ensayo. El tiempo pasa y yo sigo encantado por las atenciones que nos brindaron en todo momento y por los montados que nos devoramos, entre otras varias cosas. Muchas gracias, Chihuahua.

Creo descreer del libre albedrío, pero, si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre (y nada nos impone ese requisito), esa palabra, estoy seguro, sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia.

Jorge Luis Borges, “Juan José Arreola. Cuentos fantásticos”.

Juan José Arreola Zúñiga tiene desde el mismo nombre más de un vínculo literario. Juan también era Rulfo, de la Cabada, Onetti…; José, Vasconcelos, Revueltas, Pacheco… No obstante, en sus apellidos, allí, libra un combate distinto. Nos lo confiesa él mismo ―en “De memoria y olvido” al comienzo de su Confabulario―: “Arreolas y Zúnigas disputan en mi alma como perros su antigua querella doméstica de incrédulos y devotos”. Así, pues, le tocó en la sangre, en materia de fes, los que creen que no creen y los que creen que no podrían creer más. Sin embargo, agrega inmediatamente: “procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje”.

Pero no, por más que Juan José pretenda desligarse de la disputa entre escépticos y fervorosos, esta bronca le achicharra la sangre, le zarandea el cuerpo y le zapatea la mano. Quizá por lo dicho, fue que le afloraron títulos tan intestinos como “Telemaquia”, donde el narrador enuncia “dondequiera que haya un duelo, estaré de parte del que cae. Ya se trate de héroes o rufianes. (…) Espectador a la fuerza, veo a los contendientes que inician la lucha y quiero estar de parte de ninguno. Porque yo también soy dos: el que pega y el que recibe las bofetadas”.

Pero no, lo anterior ni anula ni cancela la otra doble herencia artesanal. Al contrario, la fortalece, y el hecho que lo confirma son sus relatos. Y esto último es lo que hemos desatendido de Arreola: su obra escrita. Porque mucha gente tiene sus gestos histriónicos aún en la mente — algunos padres de familia todavía recuerdan sus apariciones televisivas — , sin embargo, de sus textos, casi nada.

Pero no, este ensayo no quiere ser un regaño. A menos que me proponga hacerlo a la manera de su “Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos”. Esta epístola literaria va dedicada, y, a pesar de ello, es una carta abierta ―nunca mejor dicho―. Porque el emisario, entremezcladamente, reclama, exige, reconoce, reivindica y hasta acaricia al que mortificó su calzado, y nosotros, los remitentes transversales, así mismo somos tratados. Tal vez valga la interpretación de que este relato es una recreación de la vida la cual nos está dedicando unas palabras, y el Eros y el Tánatos le siguen las mañas.

O yo podría actuar como sucede en otro relato arreoleano: el de “El silencio de Dios”, donde curiosamente la narración se desenrolla gracias también a misivas, y no de cualquier tipo: el protagonista humano menciona: “creo que esto no se acostumbra: dejar cartas abiertas sobre la mesa para que Dios las lea”. Y en efecto hay lectura y respuesta divina: “por lo demás, mi carta [nos dice Dios] va escrita con palabras. Material evidentemente humano. (…) Así pues no busques en mis frases atributos excelsos: son tus propias palabras, incoloras y naturalmente humildes que yo ejercito sin experiencia” (las cursivas son mías). He destacado la declaración de la incompetencia en la lengua humana por parte de Dios porque allí sucede un fenómeno llamado por Mijaíl Bajtín la carnavalización, que no es más que invertir los papeles instaurados, darles un vuelco. Y en este caso se da porque Dios, con todo y Todo, para escribir humanamente no tiene ni práctica ni estilo. Cuando, por defecto, se ha dicho hasta el hartazgo que Dios es Verbo ―bien podemos creerlo o no―, de escritor no tiene mucha madera. Y en cuanto su hijo encarnado, tuvo sus maderos — en cruz — , pero sólo hubo prédica, y no testimonio escrito de su agujereada mano…

Pero no, quizás prefiera ser más compacto en este ensayo para estar más a tono con Juan José. Líneas breves. Sintéticas. Confesiones. Cosas como que lo que me causa el escritor jalisciense es entre ternura, empatía, ganas de abrazarlo, extrañeza por sus referencias que revelan largas lecturas…

Pero no, no quiero permanecer en un impresionismo — lo mismo da si barato o no―. Mejor, ya casi a la mitad de este ensayo, retomaré uno de los principales leitmotivs arreoleanos: la parte actoral, el juego de máscaras, así — me supongo — será mejor seguir tratando sus cuentos.

Un Juan José Arreola ACTUANDO

Los personajes de magos, vendedores, juglares, escritores, actores, ladrones, en suma, los sujetos públicos abundan en Arreola. Dejemos a un lado lo que sabemos de su biografía — aquella necesidad económica que lo orilló a lo largo de su vida a ejercer muchísimos oficios — , y viremos hacia otras cuantas ficciones suyas.

Comienzo con “Interview”, un cuento que se podría describir como una versión moderna de los Diálogos platónicos. Pensándolo mejor, sería más como una versión posmoderna de los textos de Platón. Posmoderna en el sentido de fragmentaria, autorreferencial, cuando no transgresora de planos; dialógica por el hecho de que una entrevista no es más que una serie de intervenciones de dos personas: en el caso presente ―el cuento titulado “Interview”―, el entrevistado es un escritor, y el entrevistador, un periodista. Formalmente el cuento es el cierre de dicha conversación. La pregunta detonante es “en qué trabaja usted ahora. ¿Podría decirlo?”. A lo que el escritor entrevistado responde: “Se trata de algo así como una ballena. Es la esposa de un joven poeta, digamos, de un hombre común y corriente”.

Listo, tenemos la premisa del cuento. Ahora lo que yo despliego. Funciona el juego así: el protagonista, el escritor, revela que la idea de escribir esa historia del poeta y su esposa ballena, es regalo del poeta mismo narrado. Es decir, entramos en un espacio paradójico, pues ¿cómo puede ser posible que el escritor entrevistado redacte una historia que en realidad la ha creado su poeta ficcional? Así, explicado, es comprensible el desconcierto que impera en el periodista. Para resolver el nudo del cuento, el entrevistado le sugiere al otro que mejor les diga a todos que han sido engullidos por la ballena en cuestión. Este “todos” incluye “a usted, y a mí, a los lectores del periódico y al señor director” — dice el personaje — , y de paso, por qué no, ―secundo la idea― a quien escribe este ensayo y a quien, a su vez, lo lee. Y la única resolución de todos nosotros al haber sido convertidos en alimento marino es ser digeridos por el cetáceo “que poco a poco nos va arrojando a la nada…”. Pareciera que el final del cuento es cerrado y trágico, pero Arreola se las ingenia para dejarlo abierto, ya que el periodista al pedirle al escritor una fotografía — para adjuntarla en la publicación de la entrevista―, éste último se niega y pide que mejor busquemos su silueta dentro la ballena misma de la que ha estado hablando — y escribiendo — donde resulta que todos nosotros también estamos.

¿No son las galanterías del personaje principal de “Interview” manifestaciones dignas de un histrión? Loco podría decirse también sin problema; un actor a fin de cuentas no es más que un demente que direcciona su locura.

Otro cuentito más, “El mapa de los objetos perdidos”. La premisa: la compra-venta de dicho artefacto. Papel que efectivamente funciona. El comprador nos dice que “a veces, de tiempo en tiempo, aparece en el mapa alguna mujer perdida que se aviene misteriosamente a mis modestos recursos” (cursivas mías). Dejando de lado la extrañeza misma del mapa, ¿no es la paranoia la motivación del vendedor y comprador? ¿Y no también es la motivación de la mujer que estaría perdida por creer en algún orden misterioso?

Quiero terminar esta arbitraria lista con la quinta y última de las “Cláusulas”, pertenecientes éstas a su libro Cantos de mal dolor. Aclaración: podría alegarse que en este texto no hay participación de la esfera pública, aquel lugar que destaqué pulula en la narrativa de Juan José. Calma, aquí procederé genéricamente. Las cláusulas están emparentadas con los reglamentos, las normas, los estatutos, las inscripciones e, incluso, con las leyes; luego, entonces, todos los anteriores tipos de textos se aprovechan públicamente. Para precisarlo, nada como un par de ejemplos: uno ―retomado del libro de Manuel Romero titulado Arte de leer escrituras antiguas― pertenece a “la Grecia clásica (…) con sus “archivos de piedra” (…), con la publicación de éstos en piedra o leukomata, como si se tratara de una Gaceta Oficial en ejemplar único, pero bien visible a todos en la vía pública (las cursivas son mías). El otro ejemplo es contemporáneo nuestro: la publicación periódica del Diario Oficial de la Federación — remedo de los archivos de piedra griegos, desde luego — .

Tras la aclaración que Gerard Genette llamaría architextual, continúo y me centro para eso en la quinta cláusula: “Toda belleza es formal”. Así de conciso es este texto de Arreola, una sola frase. Y se ciñe a lo que vengo pretendiendo expresar: el juego de máscaras, el vaivén histriónico, los antifaces de la ficción arreoleana. ¿Qué cosa si no hace un actor sobre el escenario sino embelesar y embelesarse con las formas de los humores y las formas de la gesticulación humana? Y más aún con la historias de cada personaje que encarna, ¿no es cierto? Por lo tanto, puedo declarar que es bella la prosa de Juan José Arreola, por la forma de sus grafías apiñadas, por la forma del contenido y, por supuesto, también por la forma teatral de sus personajes.

Nada como aplicar — y aplacar — a Arreola con el mismo Arreola.

Un APLACADO Juan José Arreola

En última instancia, quiero recuperar un fragmento de lo que Juan José respondió en un programa de televisión de los que acostumbraba hacer ante la pregunta de por qué es importante don Quijote:

Qué dios me valga. Porque en toda la historia del mundo, no hay más que unos cuantos hombres, unos cuantos nombres, que le importen realmente a todo el mundo. Y uno de ellos es el hombre, el nombre por excelencia, de don Quijote de la Mancha. He hablado de hombres y de nombres, pero podría decir lo mismo, exactamente en sentido contrario: hay muchos hombres que sólo son nombres, muy grandes nombres, y hay nombres que son tan grandes hombres como lo fue don Quijote (las cursivas son mías).

Juan José Arreola Y Jorge Luis Borges (o José Luis Borges, de acuerdo a cierto expresidente de México)

Quizás gracias a este retruécano cervantino fue que cierto expresidente mexicano de manera pública le cambió el nombre a Jorge Luis Borges y lo bautizó, al menos momentáneamente, como José…

Puebla, 2 de julio 2016.

Entre los materiales que ayudaron a ensayar lo anterior, destaco los siguientes:

Arreola, Juan José. Narrativa completa. México: Debolsillo, 2016. Impreso.

Arvizu, Rana. “Homenaje a Juan José Arreola –EN ESPAÑA-LA MANCHA- 02., Agi-2001..mpg”. YouTube. YouTube, LLC, 7 Mayo 2010. Web, 2 Julio 2017. <https://www.youtube.com/watch?v=dVVriF7UKow&t=5s>

Bajtín, Mijaíl. Problemas de la poética de Dostoievski. Trad. Bubnova, Tatiana. México: Fondo de Cultura Económica, 2012. Impreso

Borges, Jorge Luis. Obra Crítica II. Ediciones Neperus: Buenos Aires, 2000. PDF

Genette, Gerard. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Trad. Fernández, Celia. España: Taurus, 1989. PDF.

Romero, Manuel. Arte de leer escrituras antiguas. España: Universidad de Huelva, 2003. PDF

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.