La nave del olvido: un ensayo de memoria

Ante una canción como La nave del olvido no queda más que ensayar una improvisación. Esta canción es más que un bolero de amor. Es un fósil, un atropello y un llamado de atención hacia nuestros recuerdos. Así yo la siento.

Dino Ramos, sauro compositor, está extinto desde el 84.

De los mismísimos dinosaurios lo que nos queda son las huellas de sus entrañas. Los fósiles, que les llaman.

Un fósil de Dino Ramos es sin duda La nave del olvido.

La paleontología no me permitiría mentir.

De los huesos fosilizados se puede recrear nuestro mundo.

La nave del olvido inaugura el viaje donde ella misma es camino.

Según el hijo de Dino:

la escribió en el baño de un avión. En el baño, sí, sí. Tenía el grabador chiquito y se fue al baño porque se le había ocurrido.

La nave del olvido le salió de puro tararear y tararear a un Dino que no tocaba la guitarra.

La nave del olvido es un accidente en el aire.

¿La nave del olvido o un ave, lo mismo da si es Gavilán o Paloma?

Ya sabes lo que dicen: más vale (n)ave en mano que ciento volando.

Aunque esto sea un contrasentido, aunque sea cansado, ¿lo vale?

¿Admitir que tu amor me lo mintieras o estar Preso de la cárcel de tus besos?

La nave del olvido es un canto al vuelo.

Todos lo sentimos.

En efecto: es un canto de cómo se vuela hacia los confines de nuestros recuerdos, donde se sabe que siempre uno llega queriendo volver.

Borges se repite a sí mismo:

Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.

Lo que pasa es que Borges, ciego de miras, quiere olvidar que el olvido inaugura la repetición de lo que se quiere dejar atrás.

Porque lo que se olvida no desaparece.

Los recuerdos olvidados se encarnan.

Se hacen nudo, carne y piel.

La práctica del olvido por olvido hace que los recuerdos se hinchen y que duela cantar o hablar.

Son encarnizados estos lamentos, por ejemplo:

Espera

aún me quedan en mis manos primaveras

para colmarte de caricias todas nuevas

que morirían en mis manos si te fueras.

Como la primavera, se repite lo que se deja atrás.

La nave del olvido tiene piloto automático y no tiene horarios.

Se atropella a sí misma y se lleva entre las patas a cualquier recuerdo que se vaya atravesando.

Este es el vuelo donde se sabe que siempre uno llega queriendo volver los pasos para levantar a los recuerdos caídos.

Las memorias siempre son cuerpos caídos. Venidos a menos, vapuleados, pero son nuestros.

Más que perdón o venganza, el olvido es por contraposición una llamada de atención.

Una llamada de atención para escuchar lo que nuestros recuerdos nos tienen que contar. Porque seamos sinceros, ¿qué tanto los conocemos?

La nave del olvido nos dé licencia, porque más nos vale no dejar de recordar. No dejar al olvido ni a Dino, ni mucho menos ahora a José José.

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.