Pleito homenaje a las calles de Puebla

Este texto tal vez tenga un único interés: el mostrar pobremente a una Puebla que ni de lejos veía la sacudida que le iba caer el 19 de septiembre del 2017 a las 13:14:40 horas. Una Puebla previa a los desplazamientos que significarían los edificios desmoronados junto con las lamentables pérdidas humanas.

Nota sobre el título

Cuando pensaba en cómo nombrar este escrito desfilaron las palabras “estampas”, “postales”, “visiones”, “fotografías”, o “retratos”. Para ser sincero ninguna me convencía.

El rayito de luz llegó poco después, mientras leía a Jorge Ibargüengoitia.

En sus Viajes en la América ignota el escritor guanajuatense escribió cuatro Homenajes.

El primero dirigido a la policía, el segundo a las criadas, el tercero a las madres, el cuarto a los teléfonos públicos.

No quería robarme tajantemente el título de los textos de Ibargüengoitia, así que visité el diccionario de la Real Academia Española (RAE). Y me topé con la frase de “pleito homenaje”.

Lo primero que vino a mi mente: se trataría de una riña de caballeros. Donde se insultan y agreden pero con soltura y elegancia.

Pero, según el diccionario, más bien, significa: “1. m. homenaje de fidelidad al rey o señor”. Lo que equivale a decir que para la RAE la palabra “pleito” le viene valiendo poco menos que nada. Que para la RAE, en este caso, el pleito es más bien un sobrante, una palabra hueca y sin sentimientos.

La RAE se escuda en que es una expresión medieval. Y bien podrá ser que así fuera en aquellos tiempos. Pero ahora “pleito” lo usamos como un sinónimo de disputa, diferencia, pelea, contienda.

Entonces, decidí retomar la frase “pleito homenaje” y pelearme por escrito con las calles de Puebla al mismo tiempo que les rindo un ligero tributo.

Ni hablar, así es esto.

I

Caminaba junto a mi mamá rumbo a El Sótano. Acabamos de desayunar en Plaza Dorada. Fieles al modus operandi, qué digo poblano, nacional, desatendimos el puente peatonal para activar más el ritmo cardíaco. Esquivar los camiones en el Bulevar 5 de Mayo ayuda a la digestión.

Los vecinos del lugar no me dejarán mentir; si vienes de Dorada tienes que cruzar o al menos bordear el Parque Juárez para visitar la librería. A nadie sorprende que si el parque está bautizado con el nombre de pila del presidente, cuente con su estatua al medio. Un coloso, serio hasta la médula, con la Reforma manteniéndolo sin movimiento alguno. Tristísimo cartón.

Allí mismo hay otro monumento. Claro, es más pequeño y no reconocemos al instante a este otro. Menos cuando está ausente su debida placa.

La mirada, entre atenta y ensimismada, examinando como quien hace cartografía o como aquel que describe animalitos o como el interesado en las estrellas o como los que quieren explorar el mundo. Así miraba la estatua desconocida. Pero, por más que yo a mí vez extenuaba los ojos, no daba con quién carajo era ese otro prócer. Ni yo, ni mi mamá.

Arriesgamos posibilidades: que es de la época de la Reforma por el atuendo; que puede ser costeño, por la iguana que trepa su pierna; que igual es un científico mexicano olvidado, por el libro con un telescopio grabado. Al menos estas ideas tornaban divertido al personaje. No todos los días reconoces el monolito de un investigador de las estrellas, amante de las iguanas, con sangre de Guerrero.

Tras la investigación digna de monografía —Google ayudó nomás poquito– , supimos quién era. De hecho, mexicano. Pero de esos pocos mexicanos nacidos en Berlín. Fue Guadalupe Victoria quien le otorgó la nacionalidad mexicana en 1827. Por ese mérito solito uno ya podría rendirle tributo. No obstante tiene un logro más apabullante.

El parangón sería como si un sumo pontífice nombrara a otro, sin necesidad del humito blanco del cónclave. Benito Juárez, el Benemérito de las Américas, lo nombró, a su vez, como Benemérito de la Patria, en 1859. Es como la versión benigna del que te llueva sobre mojado.

Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humboldt es un nombre grande. Literal y al pie de la letra. Eso me imagino pudo haber sido la principal razón de Juárez para rebautizarlo:

— Mejor lo vuelvo mi tocayo de título, a fin de cuentas ya es hermano mexicano.

Era de esperarse que un rótulo donde tal nombre cupiera podría valer mucho, letra por letra. De allí que lo hayan hurtado tan amablemente.

El otro Benemérito

Después de haber husmeado el Humboldt en el Parque de los Beneméritos Mexicanísimos, seguimos caminando mi mamá y yo.

Subimos sobre a la 43 Oriente, donde está la librería rodeada por más de cinco cafeterías, un OXXO, un Centro de Desatención a Clientes Telcel, variadas sucursales bancarias, otro parque justo enfrente, el antiguo molino y un largo camellón que parece más una pasarela de obeliscos.

Estábamos entrando en la Colonia Huexotitla. Si ésta es lo que es en la actualidad —véanse los negocios que contiene – es en primer lugar por la creación del molino de trigo en 1537. En segundo lugar, por la filantropía de Enrique Benítez Reyes, propietario del mismo desde 1932 hasta el final de sus días. Su padre y abuelo también administraron el negocio.

Si fomentas un fraccionamiento pudiente, es más fácil que te hagan un busto y bauticen un parque con tu nombre. Con todo y reconocimiento del Gobierno Estatal y del Ayuntamiento de Puebla. Entendido y anotado.

Quique Tlatoani de Huexotitla Reyes

La pasarela-camellón recorre buena parte de la 43; desde la esquina del Bulevar 5 de mayo hasta la 7 Sur. Al menos son 5 estelas que rememoran personajes ilustres. O al menos pretendían eso cuando las instalaron.

La primera en la fila es una mujer. Lo mismo que con Humboldt: su nombre se evaporó. Parece que lo hicieron a propósito. Sólo sabemos que fue una “notable educadora”, que tuvo una “vida limpia” y una “obra ejemplar”. Seguro ni leyeron la cita que tiene a un costado: “La educación crea la escuela donde el espíritu de familia se convierte en espíritu nacional, ahí se tiene la verdadera idea de estado y de patria”, para rayarla y despojarla de su identidad. Analfabetismo funcional y monumental.

La primera desconocida

El que le sigue es un liberal e intelectual poblano: Miguel Cástulo Alatriste. Yo me detuve a examinarle la cara, sentía que me recordaba a alguien más. Pensé en Aquiles Serdán. Ambos comparten el corte franciscano, los ojos al mismo nivel y cejas y vello facial que mienta madres. Y sí: resulta que Miguel es abuelo de los hermanos Serdán. El abuelo Miguel fue dos veces gobernador de Puebla, participó en la Guerra de Reforma en la Segunda Intervención Francesa fue capturado por el bando conservador y fusilado, el 11 de abril del 1862, tan sólo dos semanas antes de la Batalla del 5 de Mayo. A sus nietos que fueron 4: Natalia, Carmen, Aquiles y Máximo Serdán, les tocaría ser a su vez ser precursores de la Revolución. No eran para menos.

Antes de los Serdán, estuvo el abuelo Alatriste

El tercero también un fusilado, pero por insurgente. José Luis Rodríguez Alconedo: pintor, orfebre y revolucionario. Dicen que luchó junto al secretario de Miguel Hidalgo, Ignacio López Rayón. A mí me parece su busto el de un galán de los años setenta por esas patillas dignas de autorretratarse —cosa que hizo, por cierto, pues era además pintor; tal pintura es considerada como una obra maestra del neoclásico – . “Patillas para qué las quiero”.

Unas patillas y los autorretratos

El quiebre en la racha de hombre de armas que me sorprendió: un músico. La inscripción en su obelisco es la partitura del corrido “Qué chula es Puebla”. Su nombre es Rafael Hernández. Originario de Puerto Rico. Estoy convencido que compuso “Qué chula es Puebla” con jiribilla. A nadie le puede gustar tanto una ciudad mexicana, sin sentir sentimientos entremezclados, mucho menos Puebla.

Rafael, aquel que dizque dice que “qué chula es puebla”

El último al que me acerqué era el que mejor pintaba. Aunque no estoy seguro que nadie pueda vivir desde el año 888 hasta 1978, ni que sea posible hallar sus obras —en general encontrar libros de literatos o poetas poblanos es más difícil que encontrar bonita la remodelación del Estadio Cuauhtémoc – , la calca que resulta ser el busto expuesto es admirable. Es una copia tan realista de las condiciones del cráneo debajo de la tierra, en la tumba en tiempo real y actualizado. Huelga también decir que alguien tan longevo se cambia sí o sí el nombre después de muerto: D l i no C. Moreno.

El escritor milenario y para colmo poblano

Allí mi mamá y yo paramos en el recorrido de la pasarela, no se puede ir más allá después de conocer un escritor de más de mil años. No dudo que el recorrido en la pasarela-camellón se ponga más bueno que secuela de El Padrino, pero el calor del mediodía, a las 12 en punto, imposibilita a cualquier caminante en estos días.

Por cierto, sí entramos a El Sótano: sigo sin creer que no tenían esa vez ningún libro de Alfonso Reyes ni de José Vasconcelos. Ya ni pregunté sobre Germán List Arzubide que ni aunque sea poblano se le publica por descontado.

II

El Centro Histórico de la Ciudad. Cada vez que uno nombra esta zona, no importa la ciudad en cuestión, pareciera que no se puede hablar más que maravillas. No obstante, hay más que elogios. Honestamente para echar flores están las tumbas. No es mi intención sepultar a la ciudad poblana, mucho menos su zona céntrica.

​A la vuelta a un mismo tiempo de la Facultad de Filosofía y Letras y de la de Psicología —ambas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP – hay un parque.

​Para quien guste visitarlo —antes o después de mi palabrería, lo mismo da – está en esquina de la 5 Poniente y 4 Sur.

​Al tener en doble contrapunto a las letras y la psique, no era posible que el parque fuera un triste parque cualquiera. Todo lo contrario. No es parque, sino Jardín. Ni es triste, más bien es de Arte. Y así se llama: Jardín del Arte.

​Yo explícitamente abogo por él, pues es el auténtico Jardín del Arte de Puebla. Nada de su improvisado y desparramado plagio por el sur de la capital —aquel de por Angelópolis – . Porque bien se escucha en la teoría, o más bien, en la sabiduría jurídica: “primero en tiempo, primero en derecho”.

​Últimamente en este Jardín del Arte a los cálidos vagabundos, a los vendedores de pinturas y a las carpas de venta de libros o productos naturales, se les ha anexado una mesa con una sombrilla. El color que más se ve en estos recién llegados son el azul en diferentes tonalidades y el blanco. De hecho, son dos los paraguas desplegados, uno color azul rey, otro azul celeste.

​Dos también sus lonas colgadas. Ambas son de fondo albiceleste. El mensaje: “Rezamos por el fin del aborto”. No quiero caer en la discriminación tonal o cromática, pero esos celestes y pálidos ensanchados eran sospechosos.

Son señoras en su mayoría, pero también he visto que se agregan adultos jóvenes. Una amiga me contó que en una ocasión vio pasar por allí una familia compuesta por una mamá y su hija. Y la mamá obligó a arrodillarse a la niña, ordenándole que arrejuntara las manos y a rezar, mijita, y que sea fuertecito, que se oiga, mijita.

Si lo anterior no confirmara de primera mano lo artístico del lugar, quizá ayude mencionar que en su centro hay un busto de Vicente Lombardo Toledano, abogado, sindicalista, otro exgobernador de Puebla y filósofo con ideas de izquierda.

Por si no bastara la cantidad de aristas y lecturas que abriga este Jardín, es válido decir que el arte de la ironía no le es ajeno.

El auténtico Jardín del Arte

También en las cercanías de los edificios de Filosofía y Letras y Psicología, está el Carolino o las oficinas burocráticas de la misma Universidad, salvo por las bibliotecas y hemeroteca que alberga.

​Justo afuera de la puerta principal del Carolino está la Plaza de la Democracia. ¿Por qué se llama así? Dicen que porque Francisco I. Madero eufórico en su arenga aquel 14 de mayo de 1910 tronó con el pie el barandal del balcón desde donde se dirigía por vez primera a la ciudad de Puebla.

​Si eres un empresario norteño que se opone al poder central y quiebras con el poder de tus palabras —y de tu pata – el borde de una terracita, te pondrán una insignia en la pared del hotel que maltrataste y renombrarán el espacio. Prodigio de suceso histórico.

​Para encerezar el pastel, yace al otro lado asimismo una iglesia que data de tiempos coloniales. El Templo del Espíritu Santo. En cierta ocasión, por cierto, le oí insinuar a un docente de la máxima casa de estudios poblana —como les encanta decirle a la BUAP– que está en veremos por parte del Consejo Universitario y demás burocracias que dicha iglesia vuelva a ser parte de los inmuebles académicos.

Ojalá fuera una realidad que ya le llamáramos Auditorio del Pollo Decapitado (el detalle del nuevo nombre está en la fachada arriba de la entrada principal del lugar).

Detalle del Pollo Decapitado en la fachada del ojalá Auditorio Universitario

III

Concluyo con el caso que considero como universal. Universal en México, claro. Estoy convencido que ha sucedido —o sucedió o sucederá – en cada una de las entidades del país.

El fenómeno está sobre el Circuito Juan Pablo II. Literalmente, sobre.

Gracias al cielo, no era un colgado, aunque sí estaba en lo alto.

Es un espectacular, un gran anuncio elevado. Hace publicidad de una marca de tequila. Tiene escrita la siguiente frase: “éramos 3 hombres y puras mujeres”. Lo cual se descubre como mentira pues los monigotes dibujados debajo de la frase son 4 hombres y una mujer. Es puro choro.

Ese puro choro tiene un pegote justo debajo. Es el sello de clausurado del Ayuntamiento.

Tomé la fotografía. Claro. Porque todo el asunto es una broma. Pura guasa entre las instancias del gobierno y las empresas. ¿Cómo creen que censurarán de verdad un espectacular? ¿Cómo uno aparte de bebidas alcohólicas? No, no.

El tremendo cartel es un chiste público-privado.

“Gracias choro”

Puebla, 21 de abril de 2017

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.