Sobre el hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura

Portada de El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura (Maxi Tusquets, 2018)

Escribir novelas históricas conlleva por lo menos un mérito: el mérito de ponerse a recabar la información al respeto. No es un asunto menor.

Los problemas de la investigación histórica son los mismos de siempre: las fuentes van a estar llenas de obstáculos.

Los obstáculos pueden ser de distintas características. Pasando desde la falta de cooperación de algunos testigos y los problemas técnicos, hasta el siempre latente peligro de la tergiversación a propósito de los sucesos.

Con todo esos problemas son subsanables. Con poco se puede hacer mucho, si ese poco es sólido y se sirve además del poder del contraste.

La situación se vuelve aún más complicada cuando de plano están clausuradas las fuentes.

Pero poco a poco las compuertas históricas se abren o se filtran y si quieres escribir una novela histórica tendrás que ponerte a recabar esa información.

El escritor cubano Leonardo Padura para escribir su novela El hombre que amaba a los perros hizo una investigación al respecto.

La idea de escribir una novela acerca de León Trotsky le explotó en la cabeza luego de un viaje a México a finales de los años 80.

En ese viaje, visitó la que se convirtió en la última casa donde vivió Trotsky.

El nombre de León Trotsky en Cuba y en la Unión Soviética largo tiempo se buscó prontamente botar al olvido.

En los pocos libros disponibles en Cuba, en ese momento, lo consideraban nada más ni nada menos que traidor a la revolución.

En las calles cubanas, muchas de las persona ni siquiera sabían que alguna vez había existido un tal señor León Trotsky.

Afuera de los países socialistas, Trotsky no se buscó tan sistemáticamente enterrar en el olvido.

Se conservaron sus documentos y varios libros acerca de su vida y obra se escribieron.

Era claro que la curiosidad de Leonardo Padura debía orientarse hacia esos libros, a escondidas.

Recurrió a revisar distintas biografías de León Trotsky. La escrita por Isaac Deutscher, divida en tres tomos (El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado), fue la que le presentó a un Trotsky más humano.

Deutscher trabajó con Natalia Sedova, revolucionaria y segunda esposa de Trotsky, para la redacción de esa extensa biografía. Sedova le dio a Deustcher documentación hasta ese momento inédita.

Padura logró hacerse con 1400 páginas de fichas bibliográficas.

Con base en esas notas, la futura novela podría gozar de un poquito al menos de sustento histórico.

Pero hacía falta una parte importantísima de la vida de Trotsky. La parte de su asesino.

Hacía falta saber más de Jaime Ramón Mercader del Río.

¿Cómo había sido su vida antes y después de haber matado al viejo revolucionario?

Padura tuvo que hacer la investigación acerca de Ramón Mercader por la banda, es decir, haciendo rebotar lo dicho por terceros.

El poder del contraste es primordial.

Padura ha declarado en varias entrevistas que la verdad no existe, pero la mentira sí.

Y, según él, la mentira tiene multiples formas.

En algunos casos le fue fácil reconocer cuando los entrevistados mentían.

Por ejemplo, cómo iba a ser posible que Ramón Mercader hubiera sido visto todavía por alguien en Cataluña cuando tenía más de 10 o 15 años fuera de la península ibérica.

Quizás Mercader tenía superpoderes, pero ¿por qué en el momento más crítico de su vida, el momento en que mató a Trotsky, no los usó para escaparse?

Ese tipo de mentiras son fáciles de torcer.

Pero por supuesto que hubo otros testimonios que implicaban contradicciones más intrincadas.

Además de que la falta de datos siempre termina por aparecer. La investigación histórica tiene sus limitaciones. En este sentido, las palabras del propio Padura:

Por eso me atuve con toda la fidelidad posible (recuérdese que se trata de una novela, a pesar de la agobiante presencia de la Historia en cada una de sus páginas) a los episodios y la cronología de la vida de León Trotski en los años en que fue deportado, acosado y finalmente asesinado, y traté de rescatar lo que conocemos con toda certeza (en realidad muy poco) de la vida o de las vidas de Ramón Mercader, construida(s) en buena parte sobre el filo de la especulación a partir de lo verificable y de lo histórica y contextualmente posible. Este ejercicio entre realidad verificable y ficción es válido tanto para el caso de Mercader como para el de otros muchos personajes reales que aparecen en el relato novelesco —repito: novelesco— y por tanto organizado de acuerdo con las libertades y exigencias de la ficción.

Cuando se le agotó la información, Padura recurrió a la imaginación.

Fue la sensibilidad la que entró al quite en los momentos en los que faltaron los datos concretos.

Sí, su sensibilidad, pero bordeada siempre por el contexto que ya había investigado y anotado.

Para comprender un poco mejor la dinámica entre la recuperación histórica y la invención en la historia quizás sirva de algo conocer la intención del autor con su novela:

Al enfrentarme a su concepción, más de quince años después, ya en el siglo XXI, muerta y enterrada la URSS, quise utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida.

Padura pudo haber escrito igual una novela histórica, pero cambiándole las cosas.

Pudo haber hecho que Mercader efectivamente hubiera tenido superpoderes.

Pudo haber salvado a Trotsky del exilio o del atentado.

Incluso pudo haber incorporado criaturas fantásticas o aparatos de ciencia ficción.

Pudo haber hecho cualquiera de esos cambios ingeniosos o dramáticos, si eso hubiera querido.

Decidió no cambiar la historia en esos sentidos: simplemente eso no era su intención.

Pero, en todo caso, más allá de la pura intención del autor, el libro existe.

El hombre que amaba a los perros es una novela histórica hecha y derecha.

Está dividida en tres partes. Las dos primeras son las más extensas y la tercera que es mucho más breve sirve para amarrar los pocos cabos que habían quedado sueltos.

En contadísimos momentos hace saltos en el tiempo, es una narración lineal.

Cada parte está capitulada y los capítulos van alternando entre los tres personajes principales.

Pero ¿quién es ese tercer personaje?

En la historia del asesinato de Trotsky, ¿quién más hacía falta además de Trotsky y Ramón Mercader?

¿De quién ahora faltaba incorporar su historia?

Para ese tercer personaje, Padura dio entrada no sólo ya a la historia universal, que es donde cabe el mero asesinato de Trotsky, sino también a su historia personal.

Lo primero fue contemplar a Cuba, su país de origen.

La madre de Ramón Mercader, Caridad del Río, nació en Santiago de Cuba.

La Revolución Cubana sucedió por lo menos diez años después de Trotsky muerto, pero Fidel Castro terminó adoptando un sistema político muy similar al de la Unión Soviética.

Y finalmente fue que Ramón Mercader pasó sus últimos años viviendo entre Moscú y La Habana.

Entre otros hechos históricos, fueron estos tres los que colocaron en perspectiva la relevancia de Cuba en toda la historia del asesinato de Trotsky.

Y fue tener a Mercader en Cuba lo que más orilló al surgimiento de un tercer personaje principal en la novela.

Leonardo Padura, a pesar de haber podido huir de su país como tantos otros han decidido hacerlo, nunca lo ha pensando en serio (o por lo menos eso siempre lo recalca cada que le preguntan al respecto).

Como sus padres, toda su vida ha vivido en la isla y dice que no podría vivir en ningún otro lugar.

También ha dicho que todos sus libros de alguna u otra manera son libros que cuentan experiencias de Cuba.

Más que otra cosa él se asume como un escritor cubano, que puede ir tan lejos como la imaginación lo pida en cada proyecto literario, pero siempre estará Cuba atravesándole la pluma a la hora de la hora de la escritura.

Por supuesto que El hombre amaba a los perros no es la excepción en esto.

Tan pronto como supo que efectivamente Ramón Mercader estuvo viviendo en Cuba en la última temporada de su vida, se le hizo irresistible la idea de que un cubano cualquiera, como él mismo pudo haber sido más joven, pudo habérselo encontrado sin ni siquiera sospecharlo y sin mucho menos saberlo.

Este posible encuentro de un joven Padura con un viejo Mercader es casi improbable que en realidad haya sucedido.

De haber sucedido no hubiera pasado de ser un cruce anónimo de personas, de esos que suceden infinidad de veces tanto en Cuba como en cualquier otra parte del mundo.

No hay constancia definitiva de que Mercader en Cuba hubiera desarrollado amistad alguna, pero eso no anula la posibilidad de que haya sucedido por lo menos una vez una charla con algún lugareño.

Pudo haber sido, todo en realidad estuvo dispuesto para ello: Ramón Mercader en Cuba y en Cuba más de un cubano con el cual platicar en algún momento.

Hacía falta un motivo.

Un motivo para desatar el encuentro y la plática casual entre dos desconocidos.

Un motivo casual pero perfectamente lógico dentro de la historia de la novela.

Un motivo perfectamente verosímil que se sirva de la sensibilidad empapada del contexto histórico para llenar el vacío de información al respecto.

Ese motivo no es ningún secreto, Padura lo puso en el título mismo.

Ese motivo son los perros.

Una de la pocas certezas acerca de Ramón Mercader es que la última temporada de su vida la pasó acompañado de un par de galgos rusos.

Esos dos perritos salen a cuadro en una película.

Esa filmación, además de parecer un milagro en sí mismo, es la prueba histórica de su existencia.

La película en cuestión se llama Los sobrevivientes, es del año 1978 y la dirigió Tomás Gutiérrez Alea.

La película cuenta la historia de cómo una familia adinerada de Cuba se encierra en su casa cuando la Revolución apenas ha triunfado en la isla y pretenden esperar allí adentro a que todo pase.

Gutiérrez Alea quería que la familia fuera propietaria de unos perros que también simbolizaran su pertenencia a la aristocracia de aquel momento.

El milagro de encontrar a los perros sucedió un día que el director salió a dar la vuelta y vio a un hombre paseando con ese par de galgos rusos.

Bingo.

Ramón por supuesto que era el dueño de los perros, pero para ese entonces tenía un apellido diferente: era López, Ramón López.

Si estás o estuviste metido en operaciones de inteligencia y espionaje como Ramón lo estuvo, es normal que vivas con esos cambios de nombre a lo largo y ancho de tu vida.

Aunque en Cuba y en esos tiempos daba absolutamente igual el nombre con el que pudiera presentarse.

Si nadie tenía recuerdos de Trotsky, nadie tampoco iba a reconocer a su asesino se llamase como se llamase.

Lo cierto es que Ramón sí se paseaba con sus perros en las calles de Cuba por esos tiempos.

Padura decidió que en su novela el tercer personaje principal sería un trasunto suyo, es decir, un reflejo de su persona.

Son dos los principales aspectos compartidos entre el autor y el personaje: ambos son cubanos de toda la vida en Cuba y ambos comparten el deseo y las intenciones de ser escritores.

Padura entonces dio vida a Iván.

Una vida, por otro lado, con sus largos y tendidos fracasos y con sus pocos y efímeros éxitos.

Una vida que pese a todo se entrecruzará con la de un hombre viejo.

Se conocerán casualmente porque el viejo pasea en una playa acompañado de sus dos perros.

Unos perros dignos de salir en una película, por cierto.

Para Iván, el reflejo del autor, ese hombre fue el hombre que amaba a los perros.

Iván se encuentra con el hombre que amaba los perros y durante un serie de encuentros el hombre que amaba los perros le cuenta su historia.

Él por ser cubano de toda la vida en Cuba poco o nada sabía de todo aquello.

Iván hila los cabos y se da cuenta que aquel hombre que amaba los perros es un hombre corrompido y convertido en un asesino.

Iván no podía saber nada cierto de todo aquello, pero se entera de contrabando.

Se pone a investigar sobre ese tal León Trotsky asesinado.

Iván investiga y siente y decide que debe contar la historia del hombre que amaba los perros.

El sueño de escribir le vuelve y con miedo y a escondidas escribe la historia de Jaime Ramón Ivánovich López alias Jacques Mornard alias Frank Jackson.

Un espía a los órdenes de Stalin, quien desde el Kremlin en Moscú, ordenó la Operación Pato.

Matar a uno de los líderes que encabezaron junto con Lenin la Revolución de Octubre.

Asesinar a quien había tomado el Palacio de Invierno.

Aniquilar al líder del Ejército Rojo que había defendido la Revolución Soviética.

Deshacerse del único que podía cuestionar la legitimidad de Stalin, Stalin quien, para decirlo rápido, se había vuelto el nuevo zar al mando de una Unión Soviética desvirtuada.

Cazar al Pato Trotsky fue la misión de Ramón Mercader.

Iván debía contar todo lo que pudiera de esos sucesos históricos.

Los esfuerzos de Iván para contar su historia y la de Ramón Mercader y la de Trotsky, son una novela que siguiendo también la tónica de la historia de la revolución y traición no lleva su nombre en la portada, sino el nombre un tal Leonardo Padura.

Más allá de las intrigas de espionaje del siglo pasado, del arte de escribir desesperanzado y del sueño roto de la revolución traicionada, lo que yo me llevo de esta historia es que los perros son los que sin deberla ni temerla más la terminaron sufriendo.

No hay revolución ni traición ni escritura que valga la pena si el amor a los perros se queda abandonado.

Los galgos rusos de Ramón Mercader en Los sobrevivientes (1978), película de Tomás Gutiérrez Alea (disponible en YouTube)

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.