una pequeñita propuesta a la teoría de los géneros literarios

Hay un género literario que todos hemos ejercido al menos una vez.

Los reseñistas gustan indirectamente mucho de él, y por ser tan fugaz no se le considera.

Hablo de los comentarios que son tanto minificciones como principios de otros textos donde se dice «esta película le hubiese encantado a Hitchcock» o «los cuentos de esta antología hubieran cautivado al mismísimo Edgar Allan Poe» o «en la escritura de este ensayo encontramos al Alfonso Reyes del siglo XXI».

Estas frases las vemos en los periódicos, revistas o meramente en los cintillos del libro o la película en cuestión, lo mismo que dentro otras obras.

Apenas me encontré con un ejemplo de este tipo dentro de «La historia de tu vida» de Ted Chiang. Allí la protagonista habla de que lo que le está sucediendo le hubiese encantado precisamente a Borges y propone la idea —borgeana, según ella, desde luego— de El libro del tiempo, donde ya estuviera todo escrito, y encontrarlo y leerlo implicaría hojas y hojas de paradoja.

Este género aún sin nombre está cerquita de los what if que en los cómics gustan mucho:

Oye, y qué tal si el hombre araña no fuera Peter Parker sino Gwen Steicy.

Oye, y qué tal si Clark Kent no aterrizó en suelo estadounidense y cayera más bien en territorio soviético.

Oye, y qué tal si los nazis hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial y en esa otra realidad alguien escribe un libro donde quienes ganaron fueron los países aliados.

Bueno, ese último es lo que pasa en la novela de El hombre en el castillo de Philip K. Dick, pero también es un what if y uno doble, además.

(Por cierto, de Philip K. Dick recuerdo un cintillo en uno de sus libros que aseguraba que él era el Jorge Luis Borges norteamericano. Es otro ejemplo este género, y uno atrevido hasta la médula, porque cómo es posible asegurar que el primero es equivalente al segundo, pero de otra geografía y lengua. Esa aseveración es una minificción donde imaginamos un mundo posible donde efectivamente Dick hubiese traspasado la existencia de Borges a la suya propia. Lo cual podría muy fácilmente desembocar en otra obra del género que venimos presentando. Porque esa historia de traspasos de existencias e identidades le hubiera gustado muchísimo al mismísimo Borges o al mismísimo Dick o para variar a Amado Nervo.)

La diferencia podría radicar en que los what if juegan inversiones o variables de algo ya establecido, de algo ya contado o imaginado como obra terminada o propuesta previamente.

En cambio, el otro género del que yo hablo se sustenta en el gusto o estilo de alguien más, que no algo, o para ajustarse mejor, se basa en lo que alguien cree que podría concordar con el gusto o estilo de otro alguien más. Es muy atrevido. Es un riesgo grande. Es, en pocas palabras, un salto de fe. Y esto tiene que ver, a mi parecer, con una imposibilidad que todos y cada uno de nosotros tenemos o sufrimos, como se prefiera. Sirva de ejemplo, el nombre de Julio Cortázar. Nadie jamás podrá leer a Cortázar como él mismo lo hacía, tanto así como Cortázar nunca podrá leerse a sí mismo como yo lo leo, al menos a la luz de la tecnología de hoy por hoy. Mañana no se sabe, pasado menos, y ni qué decir del ayer. En suma, de momento, me está vedado leer como alguien más lo haría y me está «ya dado» leer siempre como sólo yo lo haría.

Chale, así se pinta esto de ser seres individuales, ni pafuera ni padentro, ni patrás ni padelante. La metáfora que es el móvil de aquella novela de Ernesto Sábato yace aquí: el túnel. El saberse incapaces de ser el otro. La imposibilidad otra. La soledad de Octavio Paz y blah blah blah, viejo pendejo…

Al género del que les hablo esto le vale un puto carajo y anda bien vivito y coleando.

No faltan textos de este estilo, incluso en la esfera más íntima y cotidiana. Cómo pasa eso de decir: «ay, esta película le gustaría tanto a mi mamá» o «madres, esta novela se la voy a regalar a tal o cual amigo o amiga».

Al caso, me recuerdo algo ahora que jamás se me hubiese ocurrido sino es por este tuit (saludos @urbistertius)

A lo cual yo respondí:

El punto allí es ver a los regalos como imposición. Porque sí, recibir una prenda o un libro como obsequio, puede ser más que un mero detalle; puede ser una vía para obligarte a vestirlo o leerlo (mmmm aunque vestirse con un libro no suena mal, ni tampoco leerse una prenda). Lo mismo puede ser posible con las recomendaciones. Recomendaciones y consejos y cosas que no te las han pedido. Aunque en esto también nadie ha pedido mi opinión como ya dije en mi respuesta tuiteada, pero bueno por aquí andamos…

Ah, la digresión de Twitter. Pero bueno. Decía que tenemos siempre a la mano este género que asume que algo a alguien más le hubiese gustado o de plano encantado. Lo interesante es que también funciona por vía de imaginar odios o desprecios. Varias veces me he visto comentarios de tipo «esta novela molestaría a más de un escritor realista» o «esta es la película que si Kubrick viviera se vuelve a morir de verla». No sé en qué sea más atrevido asumir algo de alguien más: si en los odios o en los amores.

Este género sin darse cuenta, además de ser horizontal, al alcance de todos, es también de ruptura. Dado que funciona lo mismo asumiendo amores y odios de personas vivas y muertas. Y qué huevos, y qué huevos, y qué huevos, porque eso sí es imaginación en marcha, qué digo en marcha, en estampida despavorida y fina. Brutal, pero amatoria. Qué género literario, con un carajo, hay que valorarlo aunque sea un tantito.

Pero a todo esto, ¿qué nombre le pondrían ustedes?

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Javier Norberto Muñoz Palacios
Gramatos, Revista de ensayos literarios

Esto es @masomenoz literatura, es decir, desde ensayos hasta traducciones y también cuentos y crónicas.