Eurípides 

El más trágico de los trágicos 

Alejandra G. Jiménez
Greek Literature

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Vida y obra de Eurípides

El poeta trágico Eurípides representa el tercer escalón generacional de la tríada de autores que encumbraron la tragedia griega en el siglo v a. C., formada por Esquilo, Sófocles y él mismo, en la que el primero representa la forma más primitiva y dinámica de la tragedia, el segundo personifica el clasicismo ático en su forma más depurada y Eurípides proporciona la visión más moderna y cercana del ser humano, lejos de los héroes trágicos que dibujan los dos anteriores.

Como lamentable letanía habitual, entonada casi siempre al abordar la bibliografía de un autor clásico griego, hay que dejar claro que sabemos poco sobre la vida de Eurípides y muchos de los datos que se conocen en la actualidad son poco fiables o no pasan de la mera anécdota. El legado de Eurípides en cuanto a volumen es más abundante con relación a Esquilo y Sófocles, pues nos han llegado completas diecisiete tragedias y una muestra de teatro satírico.

Nuestro dramaturgo nació en Salamina, ciudad ante cuyas costas se desarrolló la batalla clave de la Segunda Guerra Médica, en el 480 a. C., y que significo la anulación de la amenaza persa para los griegos. La tradición sitúa el nacimiento de Eurípides el mismo día que tuvo lugar la famosa batalla, aunque esta coincidencia hay que observarla con mucho escepticismo, ya que los griegos eran muy dados a conferir un aura simbólica a los hechos vitales de los hombres ilustres de su cultura y no tenían reparos en adaptarlos para concederles un significado determinado. Sin embargo, una de la fuentes epigráficas antiguas que podemos consultar en la antigüedad (el mármol de Paros) data su nacimiento en el 484 a. C. y lo sitúa en la ciudad ática de Flía, de donde eran originarios sus padres.

Su padre se llamaba Mnesárquides o Mnesarco, poseía grandes extensiones de terreno y los frutos que daban sus tierras los vendía en el ágora ateniense. De su madre sólo sabemos que se llamaba Clito y que posiblemente provenía de buena familia, aunque Aristófanes la ridiculizó en tres de sus obras calificándola de verdulera, pero se desconocen las razones para que se refiriera así a ella. La situación acomodada de su familia le permitió tener acceso a una educación selecta. Su padre quiso que tuviera una esperada formación religiosa y cultural, y que se ejercitara como atleta, pero el joven Eurípides abandonó pronto las prácticas deportivas. Después de dedicarse un tiempo a cultivar la pintura, abandonó este arte para dedicarse a las letras. Al parecer su padre ya era poseedor de una considerable biblioteca, la primera de su época, un lujo poco habitual del que se benefició Eurípides y que hizo de él un hombre extraordinariamente culto. Poco más conocemos de su juventud, por lo que el carácter definitorio y la presencia pública de Eurípides que conocemos se limitan estrictamente a su madurez.

Eurípides fue un hombre cultamente inquieto que frecuento diversos círculos intelectuales atenienses. Se relacionó con los sofistas, con los que tenía algunas afinidades de pensamiento, pero discrepaba en otros aspectos. El poeta trágico también se interesó por la política, pero no lo hizo tanto de forma activa (parece ser que no tuvo ningún cargo público), sino desde un punto de vista más teórico. Era un ferviente defensor de la democracia y atacaba sin paliativos los gobiernos oligárquicos y tiránicos.

Por lo que respecta a su vida privada, sabemos que Eurípides llegó a casarse dos veces –con Melito y Quérine (o Quérile) –, tuvo tres hijos: Mnesárquides, Mnesíloco, y Eurípides el Joven, pasaba grandes temporadas en su propiedad de Salamina, escribiendo y leyendo los manuscritos de su biblioteca, que cada vez tenía más ejemplares. Sobre su carácter, la fragmentaria Vida de Eurípides escrita por Sátiro[1] aseguraba que tenía fama de misógino («Lo odiaban todos […] las mujeres por los reproches que les dirigía en sus poemas»), pero esa fama parece poco justificada.

Por lo que se refiere a noticias específicas sobre su actividad dramática, se tiene testimonio de que Eurípides se presentó por primera vez a uno de los concursos dramáticos atenienses en el 455 a. C. y que en toda sus carrera fue galardonado cuatro veces (cinco, si se incluye el éxito póstumo obtenido por Ifigenia en Áulide), obteniendo el primer premio una única vez, lo cual es un balance paupérrimo, si se tiene en cuenta el volumen de su obra y su prestigio ya en sus coetáneos. Este triste balance sólo se puede entender, teniendo en cuenta diversos factores. En primer lugar, probablemente era un escritor demasiado moderno para la sociedad ateniense de entonces, que no estaba preparada para aceptar un nuevo estilo y lenguaje teatral basado quizá más en actitudes terrenales que divinas. En segundo lugar la mentalidad abierta de su filosofía vital y de sus propuestas disentía de la ideología extraordinariamente conservadora de la mayor parte de sus contemporáneos. No obstante, las abundantes referencias sobre Eurípides que hace un autor tan exitoso como Aristófanes en su obra indican que el trágico no sólo era una persona muy conocida entre los atenienses, sino que sus obras eran ya populares.

La Guerra del Peloponeso –que se inició en el 431 a. C. y la cual iba a perder Atenas como se iba haciendo evidente conforme avanzaba–, además de, quizá, cierta incomprensión de su obra por parte de los atenienses, fueron factores determinantes para que Eurípides se sintiera cada vez más a disgusto en territorio ático. Así que, pocos años antes de morir hacia el 408 a. C., se trasladó a Macedonia en respuesta a la petición del rey Arquelao I, que le invitó a instalarse en su corte –a él y otros artistas–, dado que el monarca estaba ansioso por aumentar el prestigio cultural e intelectual macedonio. Ahora bien, Eurípides no disfrutó demasiado tiempo de esta situación, ya que murió en la ciudad de Pella en el 406 a. C.

El acervo popular dice que lo mató una jauría de perros durante una cacería, aunque, de nuevo, esta información parece más legendaria que creíble. Así se le fabricó, con una anécdota tópica, una muerte digna de su carácter irreligioso y crítico, una muerte digna de un blasfemo o un sacrílego, un final ejemplar tan sangriento como el de Penteo o el de Acteón.

Sófocles, tras conocer la noticia del fallecimiento de Eurípides, lo homenajeó durante las fiestas dionisíacas.

De su producción dramática, como se ha mencionado antes, se conservan dieciocho obras (diecinueve si se le atribuye la autoría de Reso, un drama que parece claramente apócrifo), pero se estima que escribió más de noventa obras en toda su vida.

Es muy difícil establecer una clasificación cronológica de sus tragedias, que en la mayoría de casos sólo pueden datarse teniendo en cuenta factores estilísticos, es decir, comparando las características de unas y otras o mediante referencias internas o externas que ayuden a situarlas. De su obra El Cíclope, se ignora por completo su época de composición, aunque cabe mencionar que se cree que fue una pieza temprana por la diferencia en su construcción de las obras auténticamente trágicas, ya que es un drama satírico. De las tragedias que han sobrevivido, la más antigua parece ser, casi con total seguridad, el Alcestis, que formaba parte de la tetralogía que se representó en el 438 a. C., lo cual quiere decir que se desconoce todo lo que escribió en sus primeros años como autor dramático. Gracias a que fueron premiadas, podemos fechar con certeza Medea (431 a. C.) e Hipólito (428 a. C.), esta última la única de todas sus creaciones que logró un primer puesto en un certamen. Inmediatamente posteriores a éstas, aunque de difícil datación, son Los Heraclidas, Hécuba, Andrómaca, y Las suplicantes, todas escritas a lo largo de la década del 420 a. C. El siguiente grupo de tragedias son algo más tardías y pueden ubicarse entre los años 417 y 410 a. C.: Heracles (417-415 a. C.), Las Troyanas (circa 415 a.C.), Ifigenia entre los Tauros (414-412 a. C.), Electra (413-412 a. C.), Helena (412 a. C.), Las Fenicias (circa 412 a. C.), e Ion (hacia finales de la década del 410 a. C.). Su tragedia Orestes (408 a. C.) se representó en Atenas poco antes de su partida hacia Macedonia. Finalmente, las dos últimas de sus tragedias conocidas y que escribió durante su estancia en la corte del rey Arquelao, Ifigenia en Áulide y Bacantes, se representaron por primera vez en Atenas, llevadas a escena por su hijo Eurípides el Joven, una vez muerto el autor, en el 405 a. C. Por el camino quedan otras obras de las que sólo se conservan fragmentos o únicamente su título: Eolo, Meleagro, Teseo, Egeo, La prudente Melanipa, etc.

Transmisión literaria

Los manuscritos de Eurípides acostumbran a dividirse en dos familias: los principales representantes de la primera son: M (Marcianus Graecus, 471) del siglo XII; B (Parisinus, 2713) del siglo XII; A (Parisinus, 2712) del XIII; V (Vaticanus, 909) del XIII; H (Palimpsesto de Jerusalén) del X; O (Laurentianus, 31, 10) del XIV. De la segunda, L (Laurentianus, 32: 2) y P (Palatinus 287) ambos del XIV. En el primero, faltan Las Troyanas y Reso; el segundo contiene todas las obras.

Como apunta López Férez (1988: 393), los manuscritos medievales con obras de Eurípides se remontan a una selección de siete tragedias (Alcestis, Medea, Hipólito, Andrómaca, Hécate, Las Fenicias, Orestes) formada en círculos próximos a la Universidad de Constantinopla a partir del siglo V de nuestra era. A estas siete tragedias se unieron después Las Troyanas y Reso. Son los nueve dramas, dotados de escolios, fuente última del prototipo de la primera familia de manuscritos, fechable a comienzos del siglo VI. De mediados del siglo VI sería el prototipo de la segunda familia, bien representada por los códices L y P que contienen las siete tragedias mencionadas más el resto de dramas, en concreto Las Bacantes y, por una feliz casualidad los llamados dramas alfabéticos de Eurípides, que reciben tal denominación por la ordenación alfabética de las piezas en él contenidas. En efecto, éstos son Electra, Helena, Heracles, Heraclidas, Suplicantes (Hikétides en griego), Ifigenia entre los Tauros e Ifigenia en Áulide, Ión y El Cíclope (kýkl¯o ps en griego).

Nuestro conocimiento, por tanto, de los textos se basa principalmente en esta edición alfabética contenida, como se acaba de decir, en un único manuscrito de comienzos del siglo XIV que se encuentra en la actualidad en la Biblioteca Laurenciana de Florencia (L). El propio escriba incluyó algunas variantes en el texto y anotaciones explicatorias. Con posterioridad, este manuscrito L fue intensamente anotado y alterado en tres etapas que pueden seguirse por el color de las tintas empleadas, por el erudito bizantino Demetrio Triclinio (Tr). El testimonio de L recibe en ocasiones la ayuda de P, un manuscrito de la misma fecha que L y, de hecho, copia de él, que se halla en la Biblioteca Vaticana. Las lecturas de P son útiles únicamente cuando las lecturas originales de L resultan ilegibles, en especial por las subsiguientes alteraciones de Demetrio Triclinio.

Conocemos, además, una serie numerosa de fragmentos de Eurípides, que viene de citas hechas por diversos autores y, sobre todo, de fragmentos encontrados en restos papiráceos en Egipto. De entre las piezas fragmentariamente conocidas por papiros merecen destacarse las de Alejandro, Antíope, Las Cretenses, Erecteo, Faetonte, Hipsípila y Télefo.

Recepción literaria

En vida, los atenienses le regatearon sus aplausos, pero apenas desaparecido, se convirtió en el trágico predilecto, y fue para muchos el más profundo intérprete de la existencia, un poeta que unía la fuerza de la expresión a la visión más lucida de una humanidad doliente en la que los espectadores reconocían sus propias angustias e inquietudes. Esta predicción de los griegos por Eurípides, desde comienzos del siglo IV y en todo el período helenístico en general, se refleja en la multitud de citas, alusiones, reposiciones e imitaciones constantes de sus obras. Y ha influido en que conservemos más tragedias de él que de ningún otro autor dramático antiguo. Esta simpatía del público helenístico se debe, probablemente, al hecho de que Eurípides se anticipó a las maneras de sentir y pensar de la época posclásica, y fue un precursor de la nueva concepción del mundo y del individuo, angustiado y doliente, cuando los valores colectivos de la polis y del saber mítico entraron en una crisis decisiva. Su patetismo y su sentido de la acción trágica, por un lado, justifican que Aristóteles lo calificara, en su Poética, como «el más trágico de los trágicos ».

Se suele subrayar en las tragedias de Eurípides la influencia de la sofistica o, mejor dicho, de la ilustración ateniense. Hay, en efecto, en sus dramas numerosas reflexiones y críticas sobre los mitos y creencias tradicionales, en un intento de analizar, con ayuda de la razón, las situaciones trágicas. Los personajes se enfrentan en discusiones de principios, acuden a una retórica que nos recuerda las disputas de la asamblea, se rebelan contra la tradición y exigen una explicación justa y una actuación racional.

Sus personajes tratan de analizar su situación y decidir su acción a partir de ese examen. Así Medea o Fedra, en sus famosos monólogos, escudriñan su angustiosa situación y deciden su acción después de la reflexión. La pasión no aniquila la capacidad de razonar y enfrentar el destino con una voluntad más lúcida, pero las pasiones pueden influir en la decisión con más fuerza que la mera razón. Las pasiones arrastran a los personajes a la catástrofe y la muerte, sea la de uno mismo o la de sus seres queridos. La reflexión no garantiza una elección feliz, pues el carácter apasionado impone muchas veces un final desastroso. Tal fue el caso de Medea.

Entre las novedades aportadas por Eurípides, acaso la que más escandalo e irritación suscitó entre sus contemporáneos –y la que luego más moderno lo hace a los ojos de otros públicos y lectores posteriores– es su interés en dejar un primer plano escénico a mujeres de inolvidable fuerza pasional. Con estos personajes femeninos de enorme audacia anímica, apasionados y decididos, sorprendió a su auditorio y abrió una nueva perspectiva sobre la sociedad. Éste es un rasgo que han destacado todos los historiadores de la literatura antigua, como menciona Gilbert Murray (en su Historia de la literatura griega, escrita hace un siglo).

Eurípides se atreve a presentar en escena las penas de amor, las pasiones de algunas mujeres, que los mitos narraban de modo distante, pero que sobre la escena adquieren acentos conmovedores, por su realismo y su hondura psicológica.

También en otros aspectos expresa Eurípides una postura muy crítica frente a los valores admitidos. Siempre estuvo a favor de la democracia ateniense, y se mostró un patriota ferviente al recordar mitos en los que se exaltaba el talente hospitalario de Atenas con los refugiados y los suplicantes.

Es muy comprensible que estas tragedias de Eurípides conmovieran y, a la vez, escandalizaran a los espectadores. Su reinterpretación de los vetustos mitos –introduciendo a veces curiosas variantes de detalle– su crítica social y sus avances psicológicos debieron de causar un cierto asombro, y quizás una sensación de incómoda inquietud, en la conciencia de sus conciudadanos. Su teatro indagaba en los conflictos perennes de la condición humana, a través de las figuras de los mitos, reactualizadas. La «purificación del terror y la compasión», esa kátharsis sentimental de la que escribió Aristóteles, se realizaba aquí acompañada seguramente de esa inquietud.

Lo cierto es que Eurípides fue el dramaturgo decisivo para el teatro posterior. Tanto en el griego –incluso en la comedia nueva– como en el romano. Seneca se inspiró en él constantemente. Y luego su huella ha resurgido en cualquier intento de teatro neoclásico, en Racine, por ejemplo. Muchos han visto en él, con muy clara razón, no sólo al trágico más moderno, humano y realista, sino al más trágico de los trágicos, como ya dijo Aristóteles, un buen conocedor del género.

[1] Sátiro; Gelio, XV,20; la Vida de ciertos manuscritos; la Suda

Bibliografía

EURÍPIDES, Medea, Madrid. Biblioteca básica Gredos, 2010, Introducción por Carlos García Dual.

EURÍPIDES, El Cíclope, Ión, Reso, Madrid, Alianza, 2010, Introducción, traducción y notas por Juan Miguel Libiano.

LÓPEZ FÉREZ, J. A., Eurípides, Madrid, 1988, pp. 352-405 en J. A. López Férez (ed.) Historia de la Literatura griega.

MELERO, A., Otros trágicos y poetas menores de los siglos V y IV, Madrid, 1988, pp. 423-430, en López Férez, J. A., Historia de la Literatura griega.

MURRAY, G., Eurípides y su época, México, 1951, trad. Esp. De Eurípides and his Age, Londres 19462

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