Celebrate Fairfax!

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
Published in
10 min readSep 16, 2019
© Lu Barrón

La última vez que estuve en Washington DC, coincidí con mi amigo Adam que venía desde Los Ángeles a tramitar una beca Fulbright que le permitiría vivir un año en Indonesia donde iba a desarrollar un nuevo proyecto basado en utilizar, desde un punto de vista contemporáneo, las técnicas tradicionales de Indonesia como el teñido de tejidos y el trabajo con madera para producir nuevas pinturas que girarían en torno a su herencia mixta de padre indonesio y madre holandesa (teniendo en cuenta que Indonesia fue colonia holandesa) y a su vez su crianza en California y la cultura del surf. Cuando nos encontramos volvía de su primera reunión en la que le habían explicado a él y al resto de los becarios cómo comportarse una vez que estuvieran en extranjero durante situaciones protocolares, incluidas las conversaciones que debían evitar, ya que serían de algún modo “embajadores” de la cultura estadounidense. Con la reciente asunción de Trump y su afición a Twitter las relaciones con algunos países, sobre todo en Asia, estaban un poco delicadas. También les habían explicado cómo actuar en caso de que Estados Unidos ingresara a un conflicto internacional, es decir, cómo correr a la embajada en plan Argo. Adam volvió de la reunión con un poco de complejo de impostor. El resto de becarios eran científicos, investigadores o educadores, él era el único artista. “Había un hombre que va a investigar los efectos del calentamiento global en la India, hay mujeres que van a pasar un año en medio de la selva, con 40° enseñando inglés a niñas de zonas rurales usando un burka. Y mi proyecto es surfear y hacer batik”.

Un día nuestro amigo Greg nos invitó a hacer un viaje en auto a lo que llamó “la Virginia profunda” para ir a un evento que se llamaba “Celebrate Fairfax!” “Fairfax County es lo último que quisiera celebrar en mi vida pero los B-52 van a tocar y es lo más cercano posible que vamos a estar de escuchar a la formación original desde que Ricky Wilson murió en 1985…” Yo podría pasar mi vida entera sin escuchar jamás a los B-52 y no me produciría ninguna angustia y creo que a Adam le pasaba igual, pero Greg nos hizo sentir que estábamos siendo realmente afortunados. Así que su madre nos prestó el auto y atravesamos Fairfax County encantados de salir de la ciudad y mirar el valle. Cuando llegamos a la feria lo seguimos a través del embotellamiento de familias tratando de no ser atropellados por ningún carrito y llegamos al escenario a mitad de la canción “Private Idaho”, Greg nos contó que la película My Own Private Idaho de Gus Van Sant había tomado el título de la canción y yo me sentí súper culta por conocerla. Greg estaba disfrutando como un nene que habíamos logrado “estar lo más cercano posible de escuchar a la formación original desde que Ricky Wilson murió en 1985…”, yo estaba mucho más interesada en el público que en la banda, haciendo un reporte etnográfico en mi mente mientras encubría mis actividades de espionaje con movimientos de baile audaces y Adam estaba en medio de los dos con su sonrisa californiana, pasándola bien, ¡celebrando Fairfax!

Como si existiera alguna remota posibilidad de que los B-52 hubiesen estado tocando las mismas exactas canciones una y otra vez durante los últimos cuarenta años cerraron el show con Rock Lobster y todos contentos. Conocían bien su negocio. Encontramos otro escenario donde un hombre de unos cincuenta años vestido con un traje tradicional irlandés de lanilla y un casco de vikingo (la sensación térmica marcaba sauna) estaba tocando la gaita como telonero de una banda tributo a AC/DC. En mi determinación por lograr la experiencia full immersion en la cultura americana me compré un vaso de limonada gigante sólo para descubrir que era radioactivamente dulce y para obtener una mirada “yo te dije” de parte de Adam, que además antes de dejar el stand dudó de sus condiciones sanitarias. Greg dijo, con ese gesto suyo de enroscarse el pelo de las sienes con dos deditos y su voz muy suave, que sentía que esto era lo más cercano posible que estaríamos de escuchar un concierto de AC/DC, dado que, bueno, los músicos están ahora todos sordos o con demencia senil…

Después paseamos por la feria. Yo iba sorbiendo mi asquerosa, pero fría, limonada mientras experimentaba my own private Fairfax, un trip privado de psicodelia socio cultural — sería muy americano decir que estaba teniendo un sugar rush, pero a nosotros los argentinos, no nos dan sugar rushes — .

Si cuando primero llegamos, un par de horas atrás, yo no podía dejar de sentir que estaba en la escena de apertura de una película de terror: la música del carrusel, la siniestra cadencia de los caballitos dando vueltas, la risa de los niños y ocasionalmente un “¡Katie, vuelve aquí! Quédate donde mami pueda verte” escuchado como una terrible premonición; ahora, el horror había dado paso a la caricatura y yo me sentía Lisa Simpson. Esto era my own private Springfield: incluyendo a la abuela Kate Pierson cantando Rock Lobster con su peluca roja, el falso Bryan Johnson trepando peligrosamente a una de las columnas frontales del escenario para sacarse una selfie con el público, los veteranos de guerra abriéndose paso con sus sillas de rueda hasta la primera fila, los padres con panza de embarazados tomando cerveza tirada, las tazas de té gigantes girando como sacadas de algún sueño de Lewis Carroll, los juegos de puntería donde ver lo felices que parecen algunas personas con un arma tibia en sus manos daba miedo, la casa de espejos donde, al momento en que nos fuimos de la feria, nadie había sido secuestrado todavía, los niños arrojados, empujados, volteados, sacudidos, revueltos, mareados, aturdidos en montañas rusas, los payasos Krusty. Adam y Greg.

Yo era casi un drone ahí, un drone orgánico y eco-friendly, pero Greg y Adam no lo eran, incluso cuando odiaban la idea, ellos eran parte de ese circo también. Nadie se parecía a mi mamá, ni a mis hermanos, ni a mi ex ni a mí, pero muchos se parecían a los nenes que le hacían bullying a Greg cuando iba a la escuela en Fairfax. Adam, el futuro embajador de la cultura americana en Indonesia, dijo: “Cuando voy a estas ferias en otros países me parecen encantadoras, pero acá, acá solo me parece que son una mierda y que lo único que veo es gente siendo distraída.” Muy poco tiempo después nos fuimos.

En el año 2014 viví unos meses en Puerto Morelos, un pueblito en México. Cuando descubrí que en las 7 por 10 cuadras que tenía el pueblo había una gran comunidad de argentinos hice del evitarlos una importante actividad de mi día y es lo mismo que hago en los aeropuertos. Yo no soy argentina en Argentina, soy argentina cuando estoy fuera del país porque otros me lo hacen notar, por el modo en el que hablo, soy argentina por oposición, es decir porque no nací en Rusia ni en Tailandia. Tampoco soy barilochense, es un hecho que de modo completamente aleatorio nací en la Clínica Cruz Azul, pero eso es todo. Si hubiera sido Reina de la Nieve y por lo tanto embajadora de la cultura barilochense, primero hubiera desfilado por la Mitre en el autobomba de los bomberos saludando y segundo hubiera hecho muy feliz a mi abuela Eugenia. Pero por poco tiempo porque también me hubieran hecho dimitir del cargo a las dos horas, hubiera tenido que devolver mi peso en chocolate y el periodista del noticiero de Canal 6 muy compungido hubiera dicho algo como: “Qué triste que esta chica esté hablando tan mal de nuestra querida San Carlos de Bariloche ahora que empieza la temporada y el turista quiere venir a descansar”. A lo sumo soy del km. 15. Soy del barrio donde jugué a las escondidas de noche en el bosque para poder chapar con Guido escondida atrás del tanque de agua del vecino. Porque digo chapar y no morrearse es que soy argentina, porque me siento ridícula cuando tengo que decir balleta (pronunciar baieta) en lugar de trapo, porque en un restaurante donde trabajaba en Barcelona me apodaron “tachito”: así llamaba yo a lo que ellos llamaban bote.

Dijo Saer en una entrevista que me mandó fotocopiada por carta mi primer novio que era cordobés, hace más de 10 años: “(…) Estamos constituidos en gran parte por el lugar donde nacemos. Los primeros años del animalito humano son decisivos para su desarrollo ulterior. La lengua materna lo ayuda a constituir su realidad. Lengua y realidad son a partir de ese momento inseparables. Lengua, sensación, afecto, emociones, pulsiones, sexualidad: de eso está hecha la patria de los hombres, a la que quieren volver continuamente, a la que llevan consigo a donde quiera que vayan.”

Este verano estaba en la playa cuando al lado mío se sentó un grupo de chicos y chicas, sacaron el mate y empezaron a hablar de alfajores, de dónde conseguir yerba y tapas de empanadas, de la terrible odisea para conseguir el NIE, y de si estaban o no estaban gordos (esto es algo que a los argentinos les preocupa mucho), una situación que en general me lleva a levantar campamento y mandarme mudar. Pero eran cordobeses, y a mi los cordobeses… Tenían ese sentido del humor que es imposible de explicar a cualquiera que no conozca a un cordobés. Ya me mataba de placer escucharlos decir culiadazo (¿Como se dirá culiadazo en catalán?) cuando de pronto prendieron un parlantito en el que sonaba, en la playa de Bogatell, gloriosa La Mona Giménez, así que me acomodé en la arena, cerré los ojos y tarareé de memoria, con loca felicidad “Paloma, loca paloóma vente conmigo a viviiiiiiiir al palomar que en la torre he construido para ti”. La Mona es mi placer solitario, cuando estoy sola y nadie me ve, yo escucho La Mona, no se trata de un placer secreto se trata de que nadie quiere escucharla conmigo, solo dos millones de cordobeses pero que no conozco.

Es que lo argentino no se quita, así como no se quita lo gringo. Yo lo sé y Adam lo sabe, los dos sabemos también que la diferencia está en que ser gringo fuera de Estados Unidos es como ser el hijo del patrón un viernes a la noche en el bar del pueblo donde todos los peones van a tomarse un vinito. Donde, todos sabemos, en algún punto de la noche va a sonar La Mona.

Acerca de la ilustradora

Lu Barrón y yo tenemos una linda historia, una que empieza antes de que yo realmente la conozca. Lu fue primero amiga de mi hermano Julián y de Violeta. Allá por el año 2014 Julián, Ana López y yo, por gusto nomás, creamos una banda sonora original para la novela Air Carnation que yo estaba escribiendo. Casi unas 10 canciones. Cuando la novela se publicó, decidimos que era inaceptable que el libro se presente en sociedad sin su música. En una misión imposible (yo vivía en Bariloche, ellos en Buenos Aires) decidimos primero constituirnos como banda y en honor a Louise Bourgeois la llamamos “Songs for runaway girls”, conseguimos convencer a Cancillería Argentina de que éramos una banda con cierta trayectoria (!) para que nos pague los pasajes a Canadá donde era la presentación oficial del libro escrito en inglés. Conseguimos fechas en Toronto, Montreal, London-Ontario y hasta en un festival, y en una semana de intensidad en la que casi nos separamos sin todavía haber empezado, armamos un show y grabamos un disco. Todo esto sin nunca antes habernos juntado en un mismo cuarto los tres. Esta pequeña introducción viene a cuento porque siendo una banda que se estrenó de gira, en nuestra primera fecha en Buenos Aires había en el público una muchachita que se emocionó hasta las lágrimas al escuchar nuestra canción The Wasteland y que esa misma noche conoció entre el público a quién sería su pareja durante más de tres años. Creo que para ser una banda que duró unos pocos meses de gloria, que dos fans se hayan enamorado en nuestro primer concierto es razón suficiente para retirarse a dormir entre los laureles del rock tranquilos. Yo no supe de esta historia hasta años más tarde cuando en el primer taller de escritura creativa que di se anotó la misma muchachita, Lu “La Lunga” Barrón, y ahí la que se enamoró fui yo. Cada sábado llegaba esta loca linda, muerta de risa, con galletitas, con resaca, con sus poemas y su desenfado, con una melena morocha y tupida que te alegraba la vida sólo de mirarla intentar acompañar los movimientos de su dueña. Con su lectura atenta y su capacidad para ser profunda sin ser solemne, emocionarse ante un poema y al ratito pedir recreo para ir al baño a limpiarse el rimmel corrido. Mi Lunga, la romántica, a la que no una, sino varias veces tuve que recordarle (como profe y como amiga) que por más bonitos y acertados que sean: No, los poemas no son un medio de comunicación (¡No mandes ese mensaje flaca!) Una mañana me trajo ilustrado un poema de Mary Oliver enmarcado y ahí yo supe que un día quería darme el lujo de ver mis propios textos ilustrados por ella. Ese día llegó y acorde a su costumbre de ser un amuleto de la suerte en todos mis estrenos, ilustra esta serie de textos que son parte de esta nueva aventura de publicar textos con dibujos. ¡Que lo disfruten y no dejen de chequear su trabajo como diseñadora!

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

--

--

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.