El hombre de obsidiana

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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7 min readJul 27, 2020
© Caro Mattos

“Yo te di mi corazón
devuélvemelo enseguida
a tiempo me he dado cuenta
que vos no lo merecías.
(…)
Y vos me diste el secreto
de chapa sin cerradura
como quién dice la llave
del tacho de la basura.”

Violeta Parra, “El albertío”

Señores y señoras, sexualidades disidentes y personas no humanas, hoy vamos a dar cierre al capítulo de la tristeza. Se va a poner fulera la cosa. Quienes sean muy sensibles pueden parar ahora y si no yo les aviso cuando viene una parte fea y se tapan los ojos. Viene una parte fea.

Hace días que se avecinaba. Después de meses sin encontrarme con nadie conocido, empezaron a aparecer los fantasmas. Me los cruzaba caminando por la calle, en la fila para el cajero, los veía pasar sentada en el bar. Pero como dice Marzia: “Los fantasmas no aparecen, se invocan”. Y, de algún modo, yo los estaba llamando. Siempre le tuve terror a los fantasmas, les huyo, me mudo de continente si es necesario para evitarlos y, sin embargo, por más lejos que me vaya, como esas viejas que religiosamente le dan de comer a los gatos en los baldíos, los alimenté toda mi vida.

Después de nueve meses, me encontré por casualidad con el hombre que tenía mi corazón en su mano y fue cerrando los dedos poco a poco como si dentro de su puño tuviera en realidad la esponjita de lavar los platos mojada.

Un hombre que amé con la picardía de una niña, o la astucia de una zorra, que trepada a un banquito para alcanzar la lata de las galletitas mientras él estaba distraído me metía una en la boca y otra en el bolsillo para más tarde. Por las noches, con sigilo y rapidez hacía un pozo por debajo del alambrado y de un tarascón le quebraba el cuello a una gallina dormida y me la llevaba. Todo el amor que obtuve de él se lo robé. Quiero decir que: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Robaba por necesidad.

Quizás porque nunca fui competitiva en los deportes o porque nunca me interesaron los juegos de cartas desarrollé este gusto por los hombres equivocados. Que vengan de a uno, yo te hackeo a cualquiera. Hombre amurallado: debes ser versátil como el agua y perseverante como una gotera. Hombre avaro: debes darle más de lo que sus brazos pueden sostener y no podrá hacer nada para detenerte cuando entres por la puerta. Hombre oscuro: enciende una luz que camufle sus sombras. Ahora vamos a decirlo: amar a hombres que no desean ser amados — infiltrarlos, empacharlos, encandilarlos, convencerlos con palabras suaves, hacerles cucharita como una Gollum acaramelada susurrando mi tesorrro, mi tesorrro — es violento. Y se paga con creces. A todos nos gusta que nos quieran. Un rato. Cuando el boomerang vuelve no lo atrapás, te da en la cara.

Anoche en un acto de lucidez, justo cuando me iba del bar, me di la vuelta, dije: “Marzia, tengo que volver, dame un minuto”. Lo encontré en la fila para el baño y le pregunté: “¿Nunca estuviste enamorado de mí?” Y se rio. Le dije: “Contestame. Liberame”. Y lo dijo: “Nunca estuve enamorado de vos”. Entonces algo dentro de mi pecho cerró sus alitas como un cocuyo al amanecer luego de una larga noche y, a medida que menguaba la intensidad de su brillo, pude ver con claridad. Me di media vuelta sobre mis talones y me fui pensando: “Mujer necia que acusáis a tu ex sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Vaya mujer necia y obcecada, dos años.

Nunca en toda mi vida — y eso que tengo un currículum en relaciones de tres páginas impreso doble cara — nadie fue tan mezquino conmigo. Pero no lloré, ni ayer, ni hoy, ni voy a llorar mañana. No vale la pena. De pronto, parada frente al hombre de obsidiana, entendí quién era yo. Fue un efecto rebote: todo lo que había de lindo en nuestra relación era mi luz refractada sobre su superficie de piedra pulida.

Al salir del bar y poner un pie en la noche el viento sacudió la falda de mi vestido y sentí un alivio salvaje y a través de la ventanilla del bar lo miré por última vez, la cara ensombrecida, inclinado sobre la pantalla del celular bajo la luz pálida de un tubo que titilaba.

Ahora, se preguntarán: ¿Cómo llegó mi corazón a su mano? No estamos hablando de un mechón de pelo, casi una docena de uñas recién cortadas o un apéndice extirpado. ¡Mi corazón! ¿Qué es, una remake de Indiana Jones y el Templo Maldito? Menuda novela de Stephen King nos morfamos con esto del amor.

Yo que no vi Los Gremlins porque me daban miedo te miro tres temporadas completas de una serie sobre casos reales de asesinos seriales sin pestañear. Hace poco miré Las cintas de Ted Bundy, un documental que cuenta la historia del primer asesino serial en Estados Unidos que mató a más de treinta mujeres de una punta a la otra del país y de modos indescriptiblemente siniestros. Sin embargo en las sesiones en las que se los juzgó la sala estaba llena de mujeres, mujeres jóvenes igualitas a las que el tipo les serruchó la cabeza por ahí. A la salida del juicio un periodista las entrevistaba para la televisión y algunas decían que sentían curiosidad, otras que era sexy o que les daba adrenalina estar en la misma sala, otras imaginaban que ellas mismas podrían haber sido las víctimas por lo que deduzco que les daba morbo y otras directamente que estaban enamoradas. ¿Qué pensaban estas mujeres?

Es que no supo hacer otra cosa, es que no pudo hacer otra cosa, es que no sabe, pobre.

Yo, en mis delirios egomaniacos, estoy segura de que creo que si me ponés a un Ted Bundy enfrente, antes de que siquiera piense en estrangularme, saco unos canelones caseros del horno, le preparo la bañera de romero y lavanda que lo deje mansito, le canto: “Quiero que me escuches y que te abras. Le estoy hablando, hablando a tu corazón”. Pero la cosa no funciona así. A no ser que le pongas cianuro en los canelones, al otro día la que amanece en la morgue sos vos. Una no es más viva que nadie.

Es que no supo hacer otra cosa, es que no pudo hacer otra cosa, es que no sabe, pobre.

¡Es que no quiso! ¡O sí quiso! Dejar de contestar los mensajes de WhatsApp, no sentarse a pensar en lo que sentía, comunicártelo con respeto o hacértelo saber con pequeños desprecios administrados por aquí y por allá, estar dos años al lado tuyo, dormir con vos, comer con vos, viajar con vos, coger con vos sin nunca haber sentido amor, ser cruel o no ser cruel, cuidarte o no cuidarte. Concedamos un poco de dignidad al menos, son todas decisiones.

Ahora, ¿por qué no actuamos en consecuencia? ¿En nombre de qué? ¿Qué fascinación mesiánica tenemos? ¿Qué ego desaforado? ¿Qué, somos pastoras evangelistas que salimos a las calles a convertir gente al culto de nosotras mismas? “Vos no lo ves, no lo sentís, pero creeme que te re conviene amarme. ¡O se oirá el crujir de dientes y las siete plagas de Egipto caerán sobre tu cabeza!” Muajajajaja.

¿Qué manera de amar es convertirse en una máquina expendedora de cariño? Esa luz al final del pasillo a la que acuden cuando les da el bajón y yo tan contenta: tomá mi corazón, alcanza con unas monedas.

Son muchas preguntas a las que no tengo respuestas, pero ayer mi mamá me tiró una cuando le conté que sentía que mi diafragma, cinchado desde hace meses, se había desabrochado como un corpiño y que por fin podía respirar profundamente. Me dijo, riéndose con ácida ternura: “Al fin y al cabo, como decía alguien por ahí, la verdad nos hace libres”.

Y sí, al menos por una vez, el tipo fue sincero.

Si me permiten el consejo de quien no puede ser un ejemplo, pero sí una terrible advertencia: sean amables con ustedes mismas, sean responsables con su corazón, procuren reciprocidad: sean generosas, honestas, valientes. No mendiguen cariño, no hace falta. Sean libres que lo demás no importa nada. Posta. Y como decía Aimee Mann, estén muy atentas y listas para salir corriendo a la menor sospecha:

“If you could save me
from the ranks of the freaks
who suspect they could never love anyone”

Acerca de la ilustradora

Carolina Verónica Mattos (Buenos Aires, 1988) Pensó en estudiar arquitectura, pero terminó realizando una seguidilla de cursos y talleres
pasando por fotografía, bartender, profesorado de yoga, etc hasta llegar a la carrera de escenografía donde encontró su pasión por el teatro, el dibujo y la realización. En 2016 se muda a Barcelona donde realiza cursos de Arduino, Arte digital interactivo y grabado y bordado, comienza a dedicarse más a la ilustración, explorando diferentes materiales y técnicas como el collage
y el dibujo digital. Partició como asistenta de dirección de arte del Cortometraje “El comité” de Pablo Pinedo y realizó junto a Corina Herrán la dirección de arte del videoclip “Teloia” de la banda donostiarra Liher, videoclip que formó parte de la selección oficial del UFA Youth Short Film Festival (Rusia 2020). Actualmente vive en Vitoria, País Vasco donde toma clases de cerámica, dicta talleres de bordado e ilustración.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.